Pablo y el Imperio romano

 

La obra del profesor de Sagrada Escritura del Estudio Teológico Agustiniano de Valladolid, David Álvarez Cineira, refleja el tono de desconfianza y frialdad hacía la figura de san Pablo que reinaba en algunos ambientes científicos a comienzos del siglo XX y que fueron contrarrestados por el año paulino que convocó Benedicto XVI. De hecho, cuando estudia si los Hechos de los apóstoles de san Lucas son de fiar, afirmará que es preferible leer directamente a Pablo “debido a la concepción retórico-teológica de Hechos” (18). Evidentemente “La investigación continúa centrada fundamentalmente en la nueva religión del cristianismo, frente a la antigua religión judía. Los temas clásicos siguen acaparando las discusiones entre los seguidores de la nueva perspectiva y los teólogos luteranos (13). En cualquier caso, para la exégesis actual la misión de Pablo se desarrollaba en tres frentes: ”con otros cristianos, con los diversos grupos de judíos y con las autoridades civiles” (16).

Respecto al contexto, nos recuerda nuestro autor que para los judíos, en tiempos de Pablo y hasta la destrucción del templo de Jerusalén resultaba verdaderamente opresiva la dominación romana: “la pax romana constituía una pesadilla de la que no era fácil librarse” (25). En el mundo romano no contenía, como en el cristianismo, la relación personal con Dios sino un “complejo entramado y un conjunto sutil de relaciones e interacciones que estructuraba la sociedad” (26). En seguida, añadirá que la “pax romana” se basaba en la conquista, el pacto de gobierno con las autoridades locales y después se llevaba la divinidad local al panteón para que conviviese con las demás.

En cualquier caso, Augusto fue incorporando religiones a una compleja red de ritos, instituciones y, eventualmente, deidades. Este emperador renovó la moral y los valores romanos tradicionales, las virtudes y los ideales. De forma deliberada se propuso a si mismo como paradigma” (27). Evidentemente, el Dios cristiano no admitió esa posibilidad por lo que comenzaron las tensiones. Aunque inicialmente contaron con la magnanimidad de las autoridades y del (32), finalmente terminaron por peesguira como también a los judíos (36).

 El pueblo encuentro con Cristo fue definitivo para Pablo, aquel judío, fariseo de Tarso y ciudadano romano, para quien: ”Cristo se convierte en el auténtico criterio que define la identidad y los límites del verdadero pueblo de Dios”. Indudablemente, las tensiones que produjeron sus decisiones, como ciudadano romano, respecto a los judíos y paganos le “convirtieron en un judío posicionado en los márgenes del judaísmo, cristianismo y helenismo” (39). Además, una vez enfrentado a los judíos y prosélitos de Antioquia terminaría “convirtiéndose en misionero independiente” (46).

Seguidamente, el autor se centrará en las graves dificultades que Pablo tuvo que soportar en Filipos y, con él, toda la comunidad cristiana. Precisamente, son fuerte las referencias a la cruz de Cristo que se recogen en la carta que les dirigió, cuando les exhorta a prepararse para “morir con Cristo si la situación lo requiere” (59), en los problemas de la sociedad de Corinto, etc.

José Carlos Martín de la Hoz

David Álvarez Cineira, Pablo y el Imperio Romano, ediciones Sígueme, Salamanca 2009, 174 pp.