Pasión por el libro, pasión por la biblioteca

 

Son numerosísimas las buenas obras literarias en las que el autor aprovecha cualquier excusa para hacer un elogio encendido del libro o vierte sus razones por las que habría que leer mucho. La razón es sencilla, ese autor, que está escribiendo una obra de mayor o menor enjundia, se sabe deudor de su afición a los libros. No hay escritor sin lector. Y el escritor goza en su labor. Por eso se pueden encontrar infinitos argumentos que apoyan la importancia de la lectura y que manifiestan el amor al libro.

Algunos cuando hablan del libro solo piensan en el volumen de páginas encuadernadas, manejable y ordenable en una estantería. Muchos de estos amantes del libro aprovechan cualquier ocasión para denostar el libro electrónico, por razones poco claras. Antonio Barnés ha escrito un libro, “Elogio del libro de papel”, llevado sin duda por ese empeño de delimitar las diferencias. Pero después de cien páginas con argumentos sabrosísimos sobre la importancia del libro, no deja ninguno de peso para descalificar el electrónico.

Hay argumentos sentimentales, porque el gozo de tener un libro en las manos, con el típico olor del libro nuevo, o el olor a biblioteca,  cuando es un ejemplar viejo, usado; y pasar las páginas, y poner un separador donde me he quedado, o unos pétalos de rosas, o revisar las páginas anteriores cuando vuelvo a su lectura, para recordar “donde estaba”, son cosas que se pueden hacer con lo que siempre hemos llamado “el libro”. Los sentimientos ante una Tablet, siempre la misma, sea cual sea el libro leído, no sabemos bien cuales pueden ser, porque estamos manejando un elemento virtual, que solo vemos, y no sabemos bien si está ahí.

Para establecer una diferencia, nos quedaríamos claramente en lo material, y por tanto el libro es un objeto que podemos usar para apoyar algo o para que sirva de contrafuerte. Lo podemos usar como arma arrojadiza, si tengo que defenderme de alguien; es un elemento ornamental en una estantería llena, porque tiene un lomo llamativo, o me sirve de referencia para saber dónde tengo las novelas o los ensayos. Hay libros de compromiso, que hay que tenerlos, y a la vista; no sirve que estén en “la nube” o en el iPad. Y hay libros que tienen que estar en cualquier casa suficientemente seria, para mostrar un nivel de cultura, como puede ser la Biblia o El Quijote, o un buen diccionario, aunque ahora estos se usan mucho mejor en línea.

O sea que, además de algunas otras razones sentimentales o de comodidad, lo que cuenta mucho es la biblioteca, es la estantería debidamente abarrotada de textos, viejos o modernos, que con sus colores y texturas nos traen recuerdos de momentos maravillosos de nuestra vida. ¿Qué haríamos sin esos recuerdos? El libro virtual no existe, aunque lo he leído y lo podría volver a leer. Pero no está ahí, como un morador más de mi vivienda, que me sigue aunque me cambie de casa.

La exageración en cuanto a la acumulación de los libros es un riesgo indudable y bien conocido. De hecho se le achaca al bibliófilo de libro electrónico que puede tener ingentes cantidades de libros guardados –al fin y al cabo el ordenador tiene gigas de sobra- que nunca leerá. Simplemente se los ha “descargado” de no sé qué web, gratis, y este último motivo es el definitivo para poseerlo: ahí está la ingente descarga y quizá nunca habrá ni siquiera tiempo para investigar qué hay.

Pero este es también un peligro del bibliófilo clásico, el de biblioteca física, pero con una limitación lógica: no hay sitio para demasiados libros en muchos hogares modernos. De la manía de acumular hablaba Leon Vincent en su antigua obra “El bibliótafo”. Allí se cuenta de un personaje con mucho dinero que compraba constantemente libros. Llegó un momento en que su casa, siendo grande, no pudo acoger tanto volumen y tuvo que llevarlo a un almacén de la ciudad, donde los vecinos observaban, a través de las ventanas, las ingentes cantidades de libros. El autor advierte que el bibliótafo –el enterrador de libros- no leía apenas, no tenía tiempo. Realmente los enterraba. O sea que el peligro de la acumulación inútil no es solo de ahora.

Así que, al final, los argumentos en favor o en contra del libro virtual se quedan en muy poco y quizá lo que sí podría ocurrir que estemos ante un nuevo Gutenberg.

 Ángel Cabrero Ugarte

 

Antonio Barnés, “Elogio del libro de papel”, Rialp 2014

Leon H. Vincent, “El bibliótafo”, Periférica 2015