Mi amigo me dijo que vendría el miércoles en cuanto se lo permitieran sus obligaciones. Quería llegar al retiro y, después, que habláramos un poco y confesar. Salió de casa en cuanto pudo. Aunque andando tarda poco más de diez minutos, prefirió coger el coche para ganar unos minutos. Pero nada más salir se encontró con un control policial. Varios coches de policía y otros coches parados. Le paró un policía:

  • A dónde se dirige usted.
  • A confesarme.

Desconcierto manifiesto del agente. Cara de incredulidad.

  • A dónde va, en concreto.

Mi amigo me contaba que podría haberle dicho que iba a la iglesia que hay allí cerca, pero dijo lo que tenía en la cabeza, sin darle más vueltas:

  • He quedado con el sacerdote en un centro de la Obra que hay aquí cerca.

El agente no sabía que pensar, tampoco tenía tiempo para muchas investigaciones. Miraba con desconcierto a mí amigo que, aunque casado y esperando el segundo hijo, tiene aspecto de jovenzuelo.

  • Siga, siga- le dijo el policía que no salía de su asombro.

No sabemos a quién buscaba la Policía en aquellos momentos. Si era a un delincuente era evidente que ese muchacho que iba a confesarse no era a quien buscaban. Alguien con poco conocimiento de la situación podría pensar que precisamente si aquel muchacho iba a confesar por algo sería. Porque hay personas a quien solo se les ocurre que la confesión debe ser para un malhechor arrepentido de sus maldades que ha decidido pedir perdón.

Hay muchas personas, incluso cristianos de cumplimiento dominical, que no se confiesan más que de Pascuas a Ramos, y nunca mejor dicho. Y ya si tenemos pandemia por medio, pues desde antes de la pandemia… No entienden el gran tesoro de la confesión frecuente. Pero claro, entender eso supone un deseo de lucha por amar a Dios más cada día, por ser un buen cristiano, por ser santo… Entonces surge la práctica de la confesión frecuente, semanal, quincenal, porque se busca la ayuda de la Gracia del sacramento para luchar mejor contra los defectos que cada uno descubre en su vida.

Mi amigo, a aquel policía seguro que le dejó pensativo. Porque un conductor con cara de buena persona que le suelta semejante respuesta está claro que lo dice porque lo siente. Juan Pablo II, hablando a universitarios, pero válido para cualquiera, decía: “Queridísimos, tened, pues, la valentía del arrepentimiento; y tened también la valentía de alcanzar la gracia de Dios por la confesión sacramental. ¡Esto os hará libres! Os dará la fuerza que necesitáis para las empresas que os esperan, en la sociedad y en la Iglesia, al servicio de los hombres”.

Y en otra ocasión, el papa polaco decía: “Es necesario comprender la importancia de tener un confesor fijo a quien recurrir habitualmente: él, llegando a ser así también director espiritual, sabrá indicar a cada uno el camino a seguir para responder generosamente a la llamada a la santidad” (Alocución, 14.12.1981).

Ángel Cabrero Ugarte