Pensar y creer en verano

 

«Ahora todo tiene sentido», me decía un enfermo grave a las puertas de la muerte, después de recibir los sacramentos cristianos, de hablar de fe y naturalmente hablar de Dios.

Como tantos otros y durante años muchos realizan los proyectos de su vida, especialmente crear una familia y alcanzar metas profesionales. Son los caminos normales para desarrollar la fe y tratar a Dios, ver el sentido del trabajo, de la convivencia, de las aficiones, de la solidaridad. Sin embargo, tantas veces el trabajo y la convivencia son pantallas que requieren tanta atención -como las pantallas digitales- pero producen olvido de las cuestiones importantes del vivir con sentido, con proyecto a largo plazo y realizado a diario, con avanzar en la línea de la felicidad.

La parábola de los invitados a las bodas muestra las dificultades que los hombres encontramos para responder a la invitación a seguir a Jesucristo, a caminar por las sendas de la santidad con capacidad para transformar el mundo.  Unos se excusaron por los negocios, otros por el trabajo inaplazable, otros por el matrimonio… (Lc 14,15-24). Y es una pena porque es precisamente en las ocupaciones habituales donde podemos encontrar a Dios y servir al prójimo.

Recuerdo un artículo de un periodista en búsqueda permanente de Dios aun en medio de dudas, con una interesante aportación personal a la cuestión de la fe en Dios. Se remitía a sus años de bachillerato y estudio de la filosofía, que entonces le aburría pero que ha dejado huella en él. Recuerda el impacto de las famosas cinco vías de Santo Tomás acerca de la existencia de Dios. Reconoce que le sirvieron al menos para pensar con fundamento y abrirle horizontes. En efecto, esas reflexiones plantean con profundidad las cuestiones sobre la existencia de Dios aunque suponen un cierto bagaje filosófico: no son demostraciones de Dios al modo de las ciencias experimentales. Sin embargo son verdaderas pruebas concluyentes sobre la realidad de Dios como ser supremo y fundamento último de todo cuanto existe.

El columnista reconocía que una cosa es pensar en Dios y otra creer en Dios: lo primero, pensar es razonar y llegar a conclusiones válidas para la inteligencia y tener incluso la convicción sobre la existencia de Dios; lo segundo, la fe, se sitúa más allá, pues compromete a la persona en su integridad. Es decir, de la convicción a la fe hay un paso importante que depende del hombre en su disposición a llenarse de Dios, de su libertad para descubrir y realidad la vocación o llamada de Dios, sin olvidare que la fe es un don o regalo de Dios que ofrece con generosidad. Es decir, Dios no es arbitrario, dando a unos la fe y a otros no, porque llama al corazón de cada uno para que libremente admita la familiaridad con Dios y su misión en el mundo.

Es el misterio de la libertad humana capaz de comprometerse de continuo en algo que le trasciende pero también de resistir a las gracias de Dios. Importante porque muchas veces planteamos la carga de la prueba en Dios y minimizamos la capacidad libre del hombre para aceptar o rechazar la oferta generosa. En realidad hay algo misterioso en la fe aunque no en el sentido de incomprensible sino como realidad sublime que invita a ser feliz, saliendo de las propias conveniencias y abriéndose al regalo de la felicidad.

Jesús Ortiz López