¿Por qué soy católico?

 

Desde que apareció hace unos años el trabajo del filósofo y matemático Bertrand Russell (1872-1970), titulado “¿Por qué no soy cristiano?” (1967) en el que, al final de la vida, promocionaba el agnosticismo, han ido proliferando trabajos a favor y en contra del cristianismo que tienen de común análisis de algunas cuestiones que pueden enfriar la fe de un cristiano o, al menos, dificultar el acercamiento al cristianismo de un agnóstico y ateo.

En general, en este tipo de ensayos, sobre todo, prevalecen los juicios superficiales, heridas mal curadas, malos ejemplos de personas, argumentos malévolos de un profesor resabiado o historias contadas con tal crudeza por un amigo que hacen brotar una crisis de una fe quizás poco razonada.

Sobre todo, hay un problema en nuestra sociedad de gran envergadura y que se va extendiendo en estos últimos años a gran velocidad, seguramente por la acción coordinada de denuncias contra las actuaciones injustas e inhumanas de pederastas y personas que se han aprovechado de menores, profesores, clérigos, etc.

Evidentemente, a pesar de que la Iglesia ha reaccionado, inmediatamente, pidiendo perdón, resarciendo a los afectados en justicia y caridad y castigando a los culpables, todo eso ha añadido a los problemas indicados antes, una crisis de confianza en la Iglesia Católica en primer lugar, pero también en Dios creador y providente y, finalmente, en el propio hecho religioso.

La desconfianza cuando anida en el interior de una sociedad puede ser verdaderamente demoledora, pues requiere muchos años de empeño en vivir con mucha coherencia la fe, con radicalidad del amor y la caridad de modo que pueda regenerarse la confianza perdida, para la vida de la Iglesia y en general parea los creyentes que somos observados con desconfianza, recelo, etc. El problema de la desconfianza es que confluye en la mentalidad inquisitoria, donde los hombres son juzgados cruelmente por sus ideas, como origen de las actuaciones de otros cristianos e investigando nuestros errores por pequeños que sean. De modo que si hay desconfianza, hay ruptura, animadversión y cerrazón a las nuevas oportunidades. Podrá hablar una oportunidad y tolerancia para todos, menos para los dogmáticos y violentos creyentes.

El ensayista chileno Rafael Gumucio (1970) se empeña en este ensayo en afirmar que es católico a pesar de la abundancia de críticas que expone, algunas clara y bien fundadas, pero la mayoría fruto de una tremenda ignorancia del catolicismo y de la verdad recogida en los Evangelios, la Tradición y el Magisterio. Una lectura del Catecismo de la Iglesia Católica le curaría de muchos catarros (107-111) y le devolvería la confianza al menos con los últimos Pontífices, Juan Pablo II, Benedito XVI y Francisco (13). Es interesante que reconozca que ha hecho oración (54) y que eso le retiene en la Iglesia y le lleva a buscar a Jesucristo. Quizás un maestro espiritual le devolvería la paz (122, 64) y le enseñaría a valorar a quienes se esfuerzan por ser coherentes con su fe (107)

José Carlos Martín de la Hoz

Rafael Gumucio, Por qué soy católico, ediciones Penguin Random House, Barcelona 2019, 122 pp.