Por tierras de Tucumán

 

Rastreando la reciente biografía publicada por el padre jesuita Wenceslao Soto Artuñedo, Secretario de la Provincia Española de la Compañía de Jesús y Director de sus Archivos, acerca del también jesuita Alonso Barzana, recientemente nombrado Venerable Siervo de Dios por el papa Francisco, se pueden encontrar páginas magníficas y aleccionadoras relativas a la tarea evangelizadora y culturizadora que llevaron a cabo con gran esfuerzo, dedicación y verdadera santidad de vida, en América los misioneros españoles hace cinco siglos.

En concreto, esta biografía ha focalizada bien la situación, los problemas y dificultades de orden político y religioso que tuvieron que desarrollar en sus tareas como misioneros y hombres preocupados por la dignidad de la persona y la tarea de culturización de los indígenas, en sus diversas razas, lenguas y costumbres tanto en toda América del Sur, como en el Norte de Argentina.

En efecto, el padre jesuita Alonso Barzana (1530-1597), natural de un pueblo de Cuenca (España), que se había formado junto a San Juan de Ávila y estudiado en la Universidad de Baeza, llegó en 1586 a Tucumán (Argentina), procedente del Perú, donde había trabajado durante muchos años en varias ciudades y curatos. Las tierras del Tucumán (castellanización de la expresión indígena Tucma), cuya capital y sede episcopal estaba situada en la ciudad de Santiago de Estero, a orillas del río Dulce, había sido fundada en 1550 por Juan Núñez de Prado.

Al arribar los jesuitas a Santiago del Estero, capital del Tucumán, tenían muy claro que debían marcar distancias con los encomenderos españoles, es decir aquellos que habían recibidos grupos de indios para evangelizar y hacer entrar en policía, mientras lo indígenas proveían s sustento y aprendían los oficios de él (176). Esa separación nos está hablando de la falta de veracidad por ambas partes y, sobre todo, de excesos por parte de los españoles.

El obispo de Tucumán, el dominico Francisco de Vitoria (de nombre similar al famoso) había solicitado de la Compañía su presencia en aquellas tierras y allí empeñó el venerable Barzana en la viña del Señor (177). Contento estaba nuestro protagonista, pues enseguida hablaba la lengua de los indios con fluidez y, sobre todo, había captado su mentalidad y sus necesidades: “en Tucumán se pudo expresar el misionero en toda su pasión y plenitud” (178).

Enseguida el padre Barzana pudo poner en marcha sus métodos catequistas que ya tenía bien conocidos, experimentados y, por tanto, verdaderamente acendrados con la experiencia de tantos años: “Creó una escuela para indios donde preparó a dos maestros nativos de cada casa para que instruyeran en oraciones, mandamientos y misterios de la Iglesia. Repetirá este método evangelizador por donde vaya, con muy buenos resultados” (179).

José Carlos Martín de la Hoz

Wenceslao Soto Artuñedo SJ, Alonso de Barzana SJ (1530-1597). El Javier de las Indias occidentales, ediciones mensajero, Bilbao 2019, 500 pp.