Reformas y reformadores en la Iglesia

 

Es muy interesante que ediciones Sígame, haya vuelto a publicar una nueva edición de la obra ya clásica del dominico y profesor Yves Congar (1904-1995), acerca de la reforma en la Iglesia (1968), tanto por las reformas que algunos siempre sugieren en la propia Iglesia, como en las numerosas instituciones de la propia Iglesia, para convertirla verdaderamente en un renovado sacramento universal de salvación, como proclamó solemnemente el Concilio Vaticano II.

Volver a releer las palabras de este insigne historiador y teólogo renovador de la teología católica de la segunda mitad del siglo XX y, por tanto, del Concilio Vaticano II, donde fue perito conciliar e impulsor del ecumenismo y del papel de los laicos en la Iglesia. Desde 1968 hasta 1985, perteneció a la Comisión teológica internacional y fue creado cardenal por San Juan Pablo II en 1994. Efectivamente, es un gozo detenerse en este ensayo sobre la reforma en la Iglesia y releer de nuevo los criterios históricos y teológicos que distinguen las reformas verdaderas de las falsas.

Es interesante que, para centrar la cuestión, plantee una sabia y actual comparación entre dos autores del siglo XIX, uno, Lamennais (1782-1854) y otro Lacordaire (1802-1861), a quienes califica de iniciadores y creadores.

Enseguida señalará con nitidez el problema y la resolución: “El primero, más bien en el orden de la lucidez intelectual; el segundo, en cambio, en el orden de los movimientos religiosos existenciales. Después de la condena del periódico L’Avenir, en el que ambos intelectuales colaboraban, Lamennais mantiene sus ideas y muy pronto rompe completamente con la Iglesia; Lacordaire acepta a la Iglesia como es. En diciembre de 1833, Lamennais consuma en su alma la ruptura definitiva; a principios de 1834, Lacordaire inaugura las conferencias de Stanislas, germen de las de Notre-Dame, a su vez germen de tantas obras fecundas. Lacordaire sigue la línea pastoral y apostólica, toma la vía de la reforma por la santidad y la conversión. Practica primero, por instinto, la regla dada por Möhler: «el cristiano no debe buscar perfeccionar el cristianismo, sino que debe querer perfeccionarse a sí mismo dentro de él»” (42). Entre él y Lamennais existe la misma diferencia que entre el espíritu del sistema, mantenido frente y contra todos, endureciéndose en la misma oposición con que tropieza, y un punto de vista sacerdotal concreto, dócil a las indicaciones de la autoridad y buscando siempre hacer el máximo bien posible” (42).

Otro ejemplo significativo e ilustrativo de la cuestión sería los Estados Vaticanos y su pérdida n los Pactos de Letrán de 1927: “sin duda muchos católicos anunciaron en el siglo XIX que una Iglesia libre de toda implicación temporal tendría más influencia en su acción sobre el mundo. El futuro les ha dado la razón. Pero otros hombres, a los que no podía negárseles clarividencia, profetizaban que la pérdida de su dominio temporal sería la ruina para la Iglesia. Demostraron así que tenían poco sentido de los fundamentos de la Iglesia” (92).

José Carlos Martín de la Hoz

Ives Congar, La reforma en la Iglesia. Criterios históricos y teológicos, ediciones Sígueme, Salamanca 2019, 141 pp.