Las obras de René Girard (1923-2015) y, en concreto su concepto de la muerte de Jesucristo como “chivo expiatorio” (1972) han vuelto a recordar la antropología teológica y, por tanto, a posibilidad de una visión del hombre abierta a la trascendencia y, por tanto, a la posibilidad de una relación personal con Dios más allá de la crítica racionalista kantiana.
Efectivamente, Cicerón (Marco Tulio Cicerón, 106-43) en “De natura deorum” hablaba de la religión (religio) como una lectura atenta: “relegere” o “relectura” del mundo desde el ángulo de existencia de un Dios, por tanto, una nueva visión de la vida y de la sociedad y de la relación con Dios.
En el fondo, creer en los dioses o en lo sobrenatural sin relación personal sería agnosticismo puro. Los romanos eran profundamente descreídos aunque llevaran al Pánteon a las diversas divinidades que traían de los reinos conquistados, excepto al Dios de los cristianos que se negaron a aceptar un altar en ese templo pagano.
Lactancio (250-325), uno de los primeros intelectuales romanos convertidos al cristianismo por el impacto de la vida de los mártires, planteó una versión nueva del concepto de religión en Cicerón traduciendo religión (religio) como “religare” (Divinae Institutiones, IV, 28), atadura entre Dios y el hombre: la alianza de Dios con su pueblo y con las criaturas: la atadura con Dios sería el amor.
La ventaja de esta traducción de Lactancio estriba en el exquisito respeto de Dios por nuestra libertad y su búsqueda incesante por nuestro corazón: “Dame hijo mío tu corazón” (Prov 23,26).
San Agustín (354-430), asumirá ambos conceptos y los llevará aún más adelante y en “De vera religione” afirmará que ha sido Dios quien ha irrumpido en el curso de la historia y se nos ha dado Él mismo con toda la fuerza de su muerte redentora y su resurrección.
Es san Isidoro de Sevilla (560-636) quien traduce religión por “reeligere” volver a “elegir a Dios” (Etimologías): la primera al aceptar el don de la vida y la segunda al aceptar el don del bautismo como hijo queridísimo de Dios nuestro Salvador.
En efecto, existen religiones, es decir, diversas maneras de relacionarse el hombre con Dios y de darle culto, por tanto, diversas variantes de la primitiva revelación de Dios a Adán y Eva, antes de disgregarse por el mundo entero desde la confusión de las lenguas en la torre de Babel. Así las describirá Nicolás de Cusa en “de pace fidei”.
Finalmente, recordemos con el Cusano que Jesucristo dejó un grupo de apóstoles, discípulos, sus íntimos, con los que convivió y enamoró y a quienes envió a contar al mundo lo que habían visto y oídio (Act 4,20).
Jesucristo nos anunció el Reino de los cielos u nos incorporó a la Iglesia para que lo incoáramos en esta vida y después lo disfrutaremos con él en el cielo. Por eso vivir el cristianismo es vivir el cielo en la tierra para luego vivir el cielo en el cielo.
José Carlos Martín de la Hoz
Academia de historia eclesiástica