Resulta evidente que las modas cambian, basta con ver fotografías, retratos, grabados o esculturas  de hace unas décadas; y no digamos si se trata de imágenes de hace uno, varios o muchos siglos. Pero pienso que hay algo que subyace en todas las culturas, que se podría resumir en saber comportarse del modo adecuado al lugar y a las circunstancias en las que uno se encuentra. No es lo mismo estar en casa, que en el trabajo o de vacaciones en la playa o en la montaña; no es lo mismo asistir a una boda o a una entrega de premios que a un entierro o a un funeral.

A veces, parece que algo de esto se está perdiendo. En cierta ocasión, hace ya bastantes años, estaba un domingo por la mañana en misa y entró un señor vestido de ciclista y empujando la bici, que dejó apoyada en una columna. Me parece estupendo que uno haga deporte, pero una ceremonia litúrgica requiere un modo de comportamiento acorde con lo que se celebra. Hace unas semanas se organizó bastante polémica con la toma de posesión de los nuevos diputados en el Congreso. Las instituciones tienen su razón de ser y los actos relacionados con ellas un significado representativo, que las dignifica y se manifiesta también en el sentido de ceremonia, de cuidado de cierto protocolo, de ciertas formas, donde la excentricidad no casa mucho. Probablemente tan malo sea el exceso de boato y solemnidad como la ausencia total de estos signos.

Me contaba hace poco un amigo que asistió al bautizo del hijo de un pariente en una iglesia y le sorprendió el modo de comportarse de algunos de los asistentes, voces, comentarios, carreras por la nave…, indiferencia casi total hacia aquello en lo que estaban participando. En aras de la comodidad o de un sentido erróneo de la igualdad, se termina yendo en chancletas y bañador a todas partes. El tono humano, el buen gusto, la buena educación nos dignifican y son, además, una muestra de consideración, de respeto a los demás y a lo que representan.

Los gritos, la suciedad, el mal gusto, la chabacanería, la falta de pudor nos animalizan, nos igualan por abajo, en vez de elevarnos hacia lo más digno y humano, que es la armonía entre el cuerpo y el espíritu.

Luis Ramoneda