San Josemaría y el apostolado de los laicos

 

Pocas fechas después de la fundación de la Obra (1928), en una carta de San Josemaría, dirigida a los pocos fieles que le seguían y fechada el 9 de enero de 1932 (Res omnes),  les describía con detalle el apostolado de los laicos, según las luces que había recibido de Dios y, además, resumía la cuestión presentándoles como modelo de vida la de los primeros cristianos, es decir, el propio venero de la tradición.

Comenzaba la carta con las palabras de san Pablo: “Instaurare omnia in Christo” (Ef 1, 10) que contenían resonancias claras de la predicación insistente de Pío XI sobre la Acción Católica de acuerdo con el famoso lema del pontificado de aquellos años: “Regnare Christum volumus”. Inmediatamente, descendía a describir la esencia del espíritu del espíritu del Opus Dei: “Venimos a santificar cualquier fatiga humana honesta: el trabajo ordinario, precisamente en el mundo, de manera laical y secular, en servicio de la Iglesia Santa, del Romano Pontífice y de todas las almas” (n. 2a).

Unas páginas más adelante, después de haber desarrollado con amplitud la llamada universal a la santidad, a través del trabajo profesional. A servir a Dios y a las almas devolviendo a este mundo su noble y original sentido, tratará de la llamada universal a la tarea apostólica, es decir al apostolado laical.

Inmediatamente, recordará que, al igual que el trabajo es santificable y santificador, las relaciones profesionales, familiares y sociales han de ser el ambiente donde los cristianos corrientes deben desarrollar su tarea apostólica: “en la entraña de la vida civil, en medio de la calle. De ahí nuestro deber de hacernos presentes, con el ejemplo, con la doctrina y con los brazos abiertos para todos, en todas las actividades de los hombres” (n. 30a). Concretando todavía más, añade: “Veo con alegría a los seglares que se ponen al servicio de la Iglesia, para llevar, junto con los sacerdotes, una vida de trabajo en las distintas asociaciones piadosas de fieles. Pero el Señor nos pide un apostolado capilar, de irradiación apostólica en todos los ambientes” (n. 30b). Lógicamente, soñará, y el sueño se ha hecho realidad: “ese ideal nuestro, cuajado en obras, acercará muchas almas a la Iglesia, y muchos jóvenes, muchos hombres maduros, (…) vendrán a unirse en el servicio de Dios en su Obra” (n. 31b).

Finalmente, perfilará la luz especifica de Dios: “Hay que rechazar el prejuicio de que los fieles corrientes no pueden hacer más que limitarse a ayudar al clero, en apostolados eclesiásticos. El apostolado de los seglares no tiene por qué ser siempre participación del apostolado jerárquico: a ellos, especialmente a los hijos de Dios en su Obra, porque tienen una llamada divina, como miembros del Pueblo de Dios, les compete el deber de hacer apostolado. Y esto no porque reciban una misión canónica, sino porque son parte de la Iglesia; esa misión -repito- la realizan a través de su profesión, de su oficio, de su familia, de sus colegas, de sus amigos” (n. 32a). Inmediatamente, añadirá una realidad obvia pero que tardará en concretarse hasta después del Concilio Vaticano II: “Quien no vea la eficacia apostólica y sobrenatural de la amistad, se ha olvidado de Jesucristo: «ya no os llamo siervos, sino amigos»” (n. 33a).

José Carlos Martín de la Hoz

Josemaría Escrivá de Balaguer, Cartas (I), edición de Luis Cano, Instituto Storico San Josemaría Escrivá-Rialp, Madrid 2020, 315 pp.