Santificar el mundo

 

En el núcleo de la predicación de san Josemaría Escrivá de Balaguer se encuentra una llamada apremiante a la noble misión y grandiosa de, no sólo iluminar las tareas profesionales y mundanas con el amor de Dios, sino santificar el propio mundo: llevar a la perfección la obra divina de la creación.

Precisamente, en el trabajo que ahora recordamos, un verdadero tratado de la materia, el profesor Illanes profundiza y presenta en esta investigación, muchos textos del fundador, de la vida del Opus Dei, y del rico magisterio que se ha ido publicando para iluminar y dar valor a esta misión divina

En ese sentido los cristianos participamos en la obra creadora de Dios al trabajar por El, con El y en EL, devolvemos al mundo y a las realidades seculares su “noble y original sentido” que Dios imprimió en la obra creadora. Así -son palabras de san Josemaría- el trabajo al: “manifestar su dimensión divina es asumido e integrado en la obra prodigiosa de la Creación y de la Redención del mundo: se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obra de Dios, operatio Dei, opus Dei” (107).

En ese sentido, cuando años después en la Constitución Gaudium et spes se llama a los cristianos corrientes, con su trabajo profesional y actividad secular, a ser “el alma del mundo”, se les estaba llamando a una tarea más grande que la de conformarse con alcanzar la propia salvación. El horizonte se ampliaba: “convertir en divinos todos los caminos de la tierra”. Evidentemente el Concilio Vaticano II, pudo proclamar esa llamada profética, puesto que existía ya el ejemplo de millones de cristianos de toda raza y condición social que vivían ese espíritu al calor de la predicación de san Josemaría, el santo de lo ordinario como le llamó san Juan Pablo II en la Plaza de san Pedro el día de la solemne canonización, el 6 de octubre del 2002.

Vamos a detenernos un poco más en esa apasionante tarea, en ese horizonte de amor, de santidad, de grandeza de miras. No se trata de ser santos a pesar de vivir en el mundo, como si fuera el mundo una ocasión de pecado o un ámbito ajeno absolutamente de Dios. Al contrario, el mundo ha salido de las manos de Dios y hemos de contribuir con nuestros conciudadanos a construir una sociedad humana y cristiana justa y solidaria que lleve siempre a dar gloria a Dios: “Reconocemos a Dios no solo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas” (123).

Se trata de ser fieles a la ciudad terrena y fieles a la llamada sobrenatural, porque proceden del mismo Dios que pidió al hombre “ut operaretur”; es decir que conservara la creación, la desarrollara y la vivificara: “si no fuéramos realmente contemplativos, sería difícil que pudiéramos perseverar en el Opus Dei” (125). Finalmente, no podemos olvidar que para Dios se trata del trabajo de sus hijos y del mundo que nos ha entregado por heredad, como un Padre amoroso y que desea desentrañar con nosotros (135).

José Carlos Martín de la Hoz

José Luis Illanes, La santificación del trabajo. El trabajo en la historia de la espiritualidad, ediciones Palabra 2001, 202 pp.