Teología y martirio



            Cuando
surgió
la herejía Arriana
entorno al 318, e
l racionalismo
resultaba aquietado con una figura humana de Jesucristo perfectísima, generosa,
audaz, profunda, entregada por los hombres hasta
la cruz. Un hombre, tan santo, que merecería ser llamado
Dios, pero que para Arrio y sus seguidores no lo era. En realidad, con esa
teoría no se lograba más que una nueva religión y por tanto una traición a la
verdadera fe revelada por Jesucristo que afirmó con su vida, hechos y milagros
su divinidad, su unión inquebrantable de naturaleza con Dios Padre. Si Cristo
no era Dios, no habría Redención, ni sacramentos, ni salvación.


            La verdad cristiana se abrió camino en el Concilio de
Nicea en el año 325. Después vinieron otros Concilios que terminaron de
precisar teológicamente lo que había sido y era la fe de tantos millones de
cristianos que vivieron y transmitieron la revelación cristiana de padres a
hijos hasta la actualidad.


            El
Papa San Silvestre, con el apoyo del emperador Constantino, convocó el Concilio
de Nicea. Asistieron 318 obispos que llegaron, asistidos por el Espíritu Santo,
a la solución expresada en un credo. Aunque fue eficaz, la polémica continuó posteriormente.


            Cuando
los obispos se encontraron para el Concilio de Nicea en el año 325, no pocos de
ellos llevaban en sus cuerpos las marcas de las recientes persecuciones: las
manos de Pablo de Neocesarea estaban paralizadas por los hierros candentes que
había padecido, dos obispos egipcios estaban tuertos, San Pafnucio tenía el
rostro deformado por los crueles suplicios a los que había sido sometido, otros
habían pérdido un brazo o una pierna.


            El respeto a la autoridad y la preocupación por la unidad
identificaron al cristianismo desde tiempos de San Pablo, San Ignacio de
Antioquia o San Ireneo de Lyon. Como decía San Pablo: "Un solo Señor, una sola
fe, un solo bautismo. Un solo Dios y Padre de todos, el que está sobre todos,
mediante todos actúa y está en todos" (Ef. 4, 4-6).


            Precisamente S.Ireneo había dejado escritas estas
significativas palabras: "Ciertamente son diversas las lenguas, según las
diversas regiones, pero la fuerza de la tradición es una y
la misma. Las iglesias de la Germanía no creen de diversa
manera, ni trasmiten otra doctrina diferente de la que predican las de Iberia o
las de los celtas, o las del Oriente, como las de Egipto o Libia, así como
tampoco de las iglesias constituidas en el centro del mundo"(Adversus Hareses
1.10, 1-2).


            Nicea confesó en su símbolo que el Hijo es de la
sustancia (ousía) del Padre, Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado, no hecho, consustancial (homoousios) al Padre".


            Los términos teológicos y la expresión de la fe dieron un
avance de clarificación. La realidad es que la fe no es un juego de palabras,
es un amor por el que han dado la vida los mártires a lo largo de la historia.


José Carlos Martín de la Hoz


 


Para leer más:


 


O’Collins, G., Farrugia,
M. (2007)
Catolicismo:
historia y doctrina
, ed. Herder, Barcelona 2007