Textos ilustrativos

 

Cuenta Adam Zagajewski en Una leve exageración –libro sobre el que espero informar con más detalle cuando haya terminado de leerlo– que, en diciembre de 2006, visitó Cracovia uno de los poetas franceses actuales más afamados, invitado por el Instituto Francés de esa ciudad, y le pidieron que participara en el acto. Al preguntarle Zagajewski sobre el hermetismo de la poesía francesa contemporánea, en la respuesta, el poeta galo, al compararla con la poesía polaca actual, se mostró sorprendido porque muchos poetas tratan de temas cercanos a la teología, y concluyó que en Francia ya hace mucho que reina la convicción de que Dios no existe, y ocuparse de él se considera, excusen el vocablo, una niñería.

Pienso que esto que el autor francés dijo en Cracovia puede aplicarse en buena medida a muchos países de Occidente, basta con asomarse un poco a la literatura, al cine, al teatro, a tantas opiniones de intelectuales, de científicos…, que frecuentan los diversos medios de comunicación, para comprobarlo. Es como si se hubiera eliminado a Dios por real decreto, puesto que nadie ha podido demostrar que no existe. Cabe la duda e incluso el rechazo de Dios por circunstancias y experiencias subjetivas de diversa índole, pero no por una argumentación racional incuestionable. En ese sentido, el ateísmo radical es una decisión cercana al acto de fe, aunque sea de signo contrario y con menos fundamento que aquel.

Ante la duda –lo propio de los agnósticos–, y mucho más sobre una cuestión de tanta trascendencia, parece que lo razonable sería tratar de salir de ella, indagar, buscar la verdad... Sin embargo, da la impresión de que muchos de esos artistas e intelectuales ni se lo plantean y han contagiado ese rechazo radical o esa indiferencia a amplios sectores de la sociedad. Aunque, paradójicamente, también sucede a menudo lo que expresa Gabriel Insausti en uno de los aforismos de Estados de excepción: La teología de andar por casa ha logrado lo imposible: que Dios no exista y al mismo tiempo tenga la culpa de todo.

Resulta clarividente lo que afirma el filósofo alemán Robert Spaemann, recientemente fallecido, en Sobre Dios y el mundo (Palabra, 2014): Si prescindimos de Dios –si actuamos 'como si Dios no existiera' ('etsi Deus non daretur')–, entonces con Él también se desploma el pensar. Igualmente, las preguntas de cierta envergadura dejan de tener importancia. Se me antojaba que el ateísmo intelectualmente se mueve en un nivel muy por debajo de las filosofías que poseen un supuesto teológico. Pero entonces me preguntaba: ¿cabe renunciar, sin más, a pensar y hundirse en un escepticismo radical? Y George Steiner, una persona no creyente, de gran cultura y lucidez, que no se ha cerrado a la posibilidad de la trascendencia, sino que más bien parece que la añora, se pregunta en Gramática de la creación: ¿puede, podrá el ateísmo suscitar una filosofía, una música o un arte de envergadura?

Escepticismo, nihilismo, cinismo, feísmo es lo que manifiestan o insinúan con frecuencia las obras artísticas y culturales e incluso la moda actuales. Si Dios no existe, estamos metidos, me parece, en un callejón sin salida, en el sinsentido más absoluto, quizá por esto nos refugiamos a menudo en un activismo individualista, hedonista y consumidor, que nunca nos sacia –una huida hacia delante–, para no pararnos a reflexionar, para evitar las preguntas a veces incómodas, pero esenciales.

Luis Ramoneda