Se observa hoy en día con preocupación la escasez del tiempo dedicado al hogar, a la familia, al descanso. Podríamos decir que hay cierta obsesión por el trabajo. Hay siempre mucho que hacer, mucho trabajo, y da la impresión de que en la atención de la familia no hay tanto que hacer. Ciertamente no es lo mismo que no haya hijos a que estén tres o cuatro niños esperando a papá y a mamá. Nunca, o casi nunca, nos van a echar en cara los hijos que hemos llegado tarde, porque están acostumbrados, pero la realidad es que los padres están, con demasiada frecuencia, poco en el hogar.
Ciertamente si la madre está con los hijos algo se ha ganado, y no poco. Ella puede educar, cuidar, enseñar a los hijos, con dedicación, con atención maternal, con afán de llevarlos por un camino adecuado. También para que aprendan ciertas oraciones o que sepan lo que corresponde a su edad sobre la religión, los sacramentos, las devociones.
En todo caso, aun cuando en la casa esté la esposa y madre dedicando tiempo, no se puede olvidar que son los dos, padre y madre, quienes tienen que acompañar a los hijos en su época de crecimiento y formación.
Las circunstancias en la sociedad nuestra, especialmente en las ciudades grandes, son adversas. Casi con toda naturalidad los padres dedican mucho tiempo al trabajo. Motivos tienen, pero de alguna manera hay que advertirles de que lo primero en su vida es su familia. Y ellos dirán que hay que darles de comer, pero habrá que recordarles que, antes que nada, hay que educarlos correctamente. Esto es especialmente crítico si pensamos en cómo está la sociedad, cómo están ciertos ambientes alejados de planteamientos cristianos, y el peligro tan grande de tener contentos a los hijos a base de caprichos. O sea, lo contrario que se espera de un buen educador.
El choque existente entre la vida de familia y las preocupaciones laborales es constante y muy preocupante. Gracias a Dios hay padres bastante conscientes de cómo está la sociedad y de que deben organizarse para estar en casa cuanto más mejor. Pero el ambiente es dañino y muchos padres están a veces un poco ciegos en cuanto a las consecuencias de su falta de atención familiar.
Cuando por fin se dan cuenta de que ese hijo suyo, ya un poco mayor, se ha metido en líos y no quiere saber nada con rezar o con estudiar bien, suele ser ya un poco tarde. Y además, sobre todo el padre, tiende a enfadarse con los hijos, antes que reconocer que es culpa suya.
Excusas tienen todos. Si les dices esto antes de que los niños se hayan desviado no hacen demasiado caso, o se quedan atrapados por sus argumentos económicos. La vida está muy cara y hay que trabajar mucho. Pero esos mismos padres tienen luego bastante tiempo para sus viajes, sus deportes o sus amistades. Es indudable que hay una cuestión de orden, de visión cristiana de la vida, de saber qué es lo mejor para sus hijos, y obrar en consecuencia.
La experiencia es que se engañan mucho, que están convencidos de que hacen lo que tienen que hacer, pero pocas veces se han parado, marido y mujer, a pensar en lo mejor para sus hijos. Y lo mejor es, siempre, la cercanía de los padres.
Ángel Cabrero Ugarte