Hay bastantes ambientes en los que da la impresión de que estos son dos conceptos que chocan. Ocurre con bastante frecuencia, al menos en ciudades grandes, que los horarios de trabajo son abusivos. Casos habrá en que es el empresario quien se aprovecha, de modo injusto y con fines lucrativos, porque el subordinado, por no perder el trabajo, hace lo que sea. En otras ocasiones es que preocupa más la salud de la empresa que la salud de la familia.

Y la realidad es, con demasiada frecuencia, que sufre sobre todo el bienestar doméstico. En muchas ocasiones ni siquiera se llega a formar la familia porque la prioridad se sitúa en ganar dinero, o en el prestigio, o la vanidad personal, y entonces no hay tiempo ni para casarse. Pero en otros muchos casos es la familia ya constituida la que sufre. Existe “la convicción -dice Ceriotti- de que una vida verdaderamente lograda coincide con la posibilidad de alcanzar el éxito, especialmente en el trabajo” (p. 112).

Antiguamente, en realidad hace no demasiado tiempo, trabajaba fuera de casa el marido. La madre cuidaba de los hijos y del hogar, aunque hubiera servicio. El feminismo presionó mucho en contra de esta costumbre. No es que siempre fuera así, pero era frecuente, sobre todo porque era más normal que hubiera familias numerosas. Ahora ya no caben las familias de más de dos hijos en los planes de los padres, y muchas veces ni eso, porque esperan tiempo a tener hijos y luego no vienen.

Pero casi es mejor que no tengan hijos porque con esa tendencia, por motivos diversos, a dedicar muchas horas al trabajo, apenas están en casa y ahora ya tanto la madre como el padre. Los hijos, si los hay, están con la chica… Esto es un daño indudable para la sociedad. No se tienen hijos por desorden en la dedicación del tiempo, y si los tienen son pocos y mal educados.

A Dios gracias, nos vamos encontrando por ahí todavía familias con hijos, con muchos hijos, y padres que hacen sus equilibrios para poder estar con los niños cuando salen del colegio, la madre o el padre o los dos. A esto ha ayudado no poco el teletrabajo. El tiempo que se ahorra en desplazamientos se puede emplear a la familia.  

En todo caso el problema está ahí. Se trabaja muchísimo y, con bastante frecuencia, los hijos apenas ven a sus padres. No es tan difícil hacer un estudio de cuáles son las consecuencias. Los hijos sin el cuidado de los padres salen caprichosos, desordenados, vagos. Desde luego es muy difícil que crezcan piadosos, con una educación cristiana profunda, porque eso solo pueden darlo unos padres cariñosos, rezadores, atentos a las preocupaciones de sus hijos.

Es un problema muy habitual sobre el que apenas se hace una reflexión. Seguramente para muchos padres implicados podrán decir, sin más, que esto es lo que hay, porque se han hecho una mente, un modo de proceder, que les parece intocable. Es lo que hay, es lo que hace todo el mundo, y cambiar de sistema ni se les ocurre. Las consecuencias no las reconocerán. Nunca aceptarán que son culpables del desorden vital de sus hijos.

En el fondo no es más que una cuestión de prioridades. ¿Quiero casarme? ¿Quiero formar una familia? Eso supone un modo de vida. Supone pensar en el marido o en la esposa, hay que pensar en los hijos, y dedicarles tiempo. Cualquier otro modo de hacer es gravemente peligroso y la responsabilidad no se puede derivar a nadie más. Es como para pensarlo.

Ángel Cabrero Ugarte

Varios autores, Cómo acompañar en el camino matrimonial, Rialp 2020