Paradojas de la vida, en un mundo de especialistas, de personas expertísimas en determinada materia, pero que adolecen a menudo de escasez de conocimientos sobre otras cuestiones importantes, abundan también los que saben de todo y opinan sobre todo, como se comprueba en tantos programas de radio o de televisión y no digamos en los mensajes electrónicos, en entrevistas a pie de calle, en las redes sociales, etc.

En la última edición del Diccionario de la Real Academia, figura el sustantivo todólogo, que se define como 'persona que cree saber y dominar varias especialidades'. El matiz cree da a la definición un sentido más bien irónico, porque no es lo mismo saber que creer que uno sabe. En el DRAE, por si hubiera dudas, se añade que es una palabra despectiva y coloquial. Y así parece que nos sentimos capaces de opinar de cualquier cosa, pero no solo de fútbol u otros deportes –da la impresión de que casi todo el mundo  ha nacido con vocación de entrenador o de árbitro­–, también de política, de ciencia, de religión, de economía, de la pandemia o de lo que sea.

Sin embargo, el que de verdad es sabio conoce mejor que nadie las dificultades, las limitaciones, los interrogantes…, y el esfuerzo que se requiere para adquirir nuevos conocimientos o cimentar los ya obtenidos. La humildad es virtud propia de los auténticos expertos. Con la facilidad que hoy tenemos para comunicarnos, el número de todólogos no hace más que aumentar, así como la dificultad para distinguir el grano de la paja en esa marabunta informativa.

Me contaron que, hace años, en un encuentro con profesores universitarios, al cardenal Ratzinger le hicieron una pregunta. Tras unos segundos en silencio, su respuesta fue que, para poder responder adecuadamente, tendría que informarse y reflexionar sobre la cuestión planteada. Me parece toda una lección de sabiduría.

Luis Ramoneda