Tolstoi, profeta y escritor

El libro de Mauricio Wiesenthal sobre León Tolstoi lleva como subtítulo Tolstoi, un retrato literario; sin embargo, lo que menos encontramos en él son referencias literarias, en tanto que abundan los aspectos biográficos e ideológicos. Las ideas del escritor ruso corresponden al siglo XIX, un siglo industrial que había visto aparecer el proletariado y las ideologías que aspiraban a redimirle.

En su juventud Tolstoi había viajado por Europa y conocido al socialista francés Proudhon, del cual acepta la idea de que toda propiedad es un robo, una idea que le haría sufrir toda su vida ya que él era propietario de tierras en Rusia, de las cuales vivía. También había leído a Marx y Lenin, pero su corazón no pertenecía al proletariado sino a los campesinos. Apasionado, la pasión es el rasgo distintivo de su carácter lo cual le llevó a disputar con la Iglesia Ortodoxa Rusa que terminó excomulgándole, con las autoridades políticas las cuales le consideraban un viejo loco, y lo más doloroso, con su familia lo cual le llevó a abandonar su hogar y a morir lejos, en una estación de ferrocarril.

Tolstoi actuaba y se veía a sí mismo como un profeta y reunió a un grupo de discípulos que vivían a su costa y molestaban en la casa; le gustaba mezclarse con los campesinos que vivían en sus tierras y trabajar con ellos en las labores del campo, o recorrer los caminos como un peregrino. Sobre todo quería denunciar la pobreza moral y espiritual de sus contemporáneos y los males que se desprenderían de ello. Afirma Wiesenthal que, durante su recorrido por Europa, Tolstoi comprobó como "la sociedad era pulcra en lo material, pero terriblemente sórdida en lo espiritual" y  él no era así; afirma el biógrafo que "será siempre un discípulo apasionado de Jesús".

A Tolstoi le preocupaba sobre todo le maldito asunto de las tierras que había heredado de sus antepasados; no se conformaba con haber convertido la casa de sus padres en una escuela para los hijos de los campesinos o mantener otras en distintos lugares; no se conformaba con dar de comer a mendigos, vagabundos y a los visitantes que frecuentaban su casa y compartir sus necesidades en épocas de hambre; lo que le preocupaba era la propiedad que, con gran disgusto de su familia, consideraba que debía ceder a los trabajadores. En los últimos meses de su vida escribe a su esposa: "Todo nos enfrenta, nuestro tren de vida, nuestra actitud hacia los hombres y los medios de existencia, la propiedad que considero un pecado en tanto que tú la entiendes como una condición sine que non" (...). "Me gustaría vivir decentemente, razonablemente; o sea, en el campo y no en una mansión sino en una cabaña, entre el pueblo trabajador, viviendo junto a ellos según mis habilidades, colaborando, comiendo y vistiendo como ellos". No era una pretensión razonable para imponérsela a su familia y menos a Sofía, su esposa, una señorita de Moscú que se había casado con un conde y a la que ahora se pedía que viviera como una campesina.

Pero volvamos a Wiesenthal y al retrato literario de Tolstoi. Para el ruso un escritor debe ser, ante todo, un educador y una autoridad espiritual, y no uno de esos a los que llama juglares del entretenimiento, que escriben para entretener a un pueblo ocioso y aburrido. Los valores que adopta Tolstoi a la hora de escribir son la emoción, la minuciosidad y la inteligencia. Sobre la primera dirá que "sin emoción no se puede escribir nada que valga la pena"; sobre la perfección opina que las prisas perjudican a la literatura ya que "el escritor debe trabajar sus textos como un artesano"; por último se refiere a la inteligencia cuando dice que "la obra no cuadra más que cuando la imaginación y la inteligencia van unidas; en cuanto una de ellas predomina todo está perdido; no queda más remedio que abandonar lo hecho y comenzar de nuevo". Por este procedimiento escribir Guerra y paz le llevó siete años, a pesar de que Sofía pasaba a limpio sus manuscritos y su hija Alejandra los mecanografiaba, o incluso le eran dictados por el autor.

Tolstoi había perdido a su madre cuando tenía tres años, pero se conservaban cartas suyas y afirmaba que "de la correspondencia materna había aprendido la precisión léxica como base de su estilo literario"; igualmente apreciaba sus matices poéticos. De lo que carecía el autor ruso era del sentido del humor y en una ocasión se dirigió a Bernard Shaw, al cual admiraba, para reprocharle ciertas frivolidades que, desde su punto de vista, se habían deslizado en las obras del irlandés: "No se puede hablar bromeando -le escribe- de un asunto tal como el sentido de la vida humana, las causas que provocan su depravación y del mal que consume a la humanidad en nuetros días".

Wiesenthal, Mauricio, El viejo León, Edhasa, 2010
Juan Ignacio Encabo