Con este significativo título, el filósofo americano Alasdair Macintyre  firmó en 1984, uno de los libros de ensayo filosófico más importantes del siglo XX, gracias al cual se renovaron  los estudios de psicología y se produjo una vuelta al concepto de virtud, que entroncaba con el camino de la felicidad tal y como lo mostraba Aristóteles y, con él, el pensamiento griego clásico.

El regreso a la virtud significaba el regreso al concepto de la lucha, del combate interior, del esfuerzo y del deseo de superación personal, algo que la filosofía y la pedagogía habían ido suprimiendo desde hacía varios siglos para diluir la virtud en las actitudes, aptitudes y la moral de cualidades.

En la línea del esfuerzo y la superación, de la recuperación de la voluntad, en definitiva, se enmarca el trabajo del filósofo y pensador actual francés Charles Pépin. Con la publicación de este best-seller sobre las virtudes del fracaso, se ha puesto en cabeza de un movimiento que enseña a aprender de los errores.

Precisamente, en las primeras líneas se habla del tenista Federer con “su elegancia fácil que no tiene nada de innato, los conquistó por entonces y son por ello más valiosos” (6). Después, se referirá a otros deportistas, como Nadal o Agassi, de hombres de negocio, como Steve Jobs, inventores o literatos, como a quienes pone como modelos de hombres que han luchado y han vencido.

Otras veces, este libro nos hablará de no creerse ni los primeros éxitos, ni los primeros fracasos, pues en esta vida triunfa el que vence la pereza de manera habitual, el que sabe trabajar con constancia y tenacidad.

Es más, este libro nos hablará muchas veces de la importancia de saber fracasar (8), de levantarse con renovada ilusión, e incluso de aprender, como los judocas, a saber caer para levantarse con más brío y experiencia.

Es interesante que el capítulo clave del libro se dedique a la virtud cristiana y humana de la humildad, haciendo mención explícita de la Sagrada Escritura y de la muerte Redentora de Jesucristo (55). Pues realmente humildad viene de humilitas y ésta de humus (tierra). “Fracasar es a menudo volver a bajar a la tierra, dejar de tomarse uno por Dios o por un ser superior, curarse de la fantasía infantil de  omnipotencia que nos lleva a menudo a estrellarnos contra la pared” (49). Así pues la humildad es inseparable de cualquier aprendizaje.

Forma parte de la vida el comenzar y recomenzar, pues un fracaso no significa ser un fracasado (89), sino la oportunidad de aprender de nuestros errores, de poner más atención en lo que se está haciendo, de no precipitarse.

Es importante el elemento de la ilusión, pues cuando no hay proyectos e ideas se fracasa viviendo (102). La ilusión rejuvenecida hace que no se caiga en la atonía y en el mero acostumbrarse, pues detrás de una raja hay que ver la luz (179), o detrás de una grieta entra la luz (49).

Como dice el refrán castellano “Dios aprieta pero no ahoga” y, en ese sentido, nuestro autor nos hablará de poner en marcha la libertad y la esperanza. Podríamos añadir, lo que no hace el profesor Pépin que  Dios nos deja siempre libres para la acción y que nos propone una vida sacrificada, pero cuajada de la felicidad del amor y la virtud

José Carlos Martín de la Hoz

Charles Pépin, Las virtudes del fracaso, ed. Ariel, Barcelona 2017, 190 pp.