A través de los montes las aguas pasarán

 

En la predicación de san Josemaría Escrivá de Balaguer había unas palabras de un salmo con las que levantaba la esperanza de los primeros fieles que le siguieron en la búsqueda de la santidad en medio del mundo a través del trabajo profesional y que, después, se convirtieron en un “ritornello” ante los problemas ordinarios de la existencia humana: “A través de los montes las aguas pasarán” (Ps 103, 11); sencillamente, porque la llamada a la santidad es de Dios.

Me venían a la cabeza estas palabras, al leer uno de los últimos números de “Nova et Vetera”, la revista de Teología dirigida por los dominicos de la Facultad de Teología, de la Universidad de Friburgo, en que se aborda las dificultades que la Iglesia ha encontrado a lo largo de su historia.

Comienza el profesor Berthe, recordando que la historia necesita a la luz de los nuevos documentos y de los estudios de conjunto de las obras de los hombres y de la evolución del pensamiento, replantearse sus conclusiones. Enseguida nuestro autor añadirá: “a primera vista la Iglesia que se proclama una, santa, católica y apostólica, requiere toda la verdad que en ella se contiene (…) para superar las conclusiones que sugieren una Iglesia vista como sociedad humana y, por tanto, como las otras con intrigas de poder” (317). Inmediatamente, añadirá nuestro autor: “la confianza de la Iglesia en la investigación histórica traduce humildad, fuerza, serenidad y esperanza” (318).

Recordemos que, como decía Juan Pablo II, la Iglesia es experta en humanidad y conocedora de la fragilidad humana, pero también reconoce que el hombre es imagen y semejanza de Dios y que, por tanto, puede conocer y amar a Dios y a los demás con la ayuda del Espíritu Santo, de la Escritura, Tradición y Magisterio de la Iglesia (319).

En definitiva: “La Iglesia asume su parte de fragilidad de sus propias estructuras (…) los errores, injusticias, y las imprudencias como pueden encontrarse en cualquier sociedad” (320). Inmediatamente, nos recuerda Berthe la asistencia de la ayuda del Espíritu Santo en las decisiones magisteriales, pero también nos recuerda la existencia de la fragilidad y de las disputas entre los obispos cuando pierden el sentido sobrenatural: “lo divino y lo humano se interpenetran vitalmente” (320). Las diversas parábolas del Señor anunciaban una Iglesia constituida por santos y pecadores. Es más, san Agustín subrayará que la presencia del mal como la parábola del trigo y la cizaña nos acompañará hasta el final (321).

Es impactante releer textos de Adriano VI en 1522 hablando de la necesidad de la reforma de la Iglesia, cabeza y miembros, y seis siglos después escuchar al cardenal Ratzinger, luego papa Benedicto XVI, en su Informe sobre la fe, hablar de que el mal estaba alto y arriba (322).  Inmediatamente, nuestro autor nos recordará tantos textos del Concilio de Trento, de los Padres de la Iglesia y de la escritura que nos recuerdan la indefectibilidad de la Iglesia: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”. Es decir que la Iglesia será fiel hasta el final (323).

José Carlos Martín de la Hoz

Pierre-Marie Berthe, Pourquoi L’Église ne deyrait pas avoir peur de l’histoire, Nova et vetera (3/2020) 317-332.