Todavía con los ecos y reverberaciones en el alma de la extraordinaria Jornada Mundial de la Juventud que acabamos de vivir, unidos al mundo entero, junto al papa Francisco en el marco incomparable de Panamá, deseamos detenernos en la breve respuesta de María al querer de Dios, que fue lema de ese inolvidable encuentro: “Hágase en mí según tú   palabra”.

En ese clima hemos leído el sintético ensayo sobre la antropología de la vocación cristiana, redactado por el sacerdote operario diocesano y profesor de Teología, el toledano Juan Manuel Cabiedes que lleva, desde su doctorado en teología y antropología cristiana por la Gregoriana de Roma, desarrollando una amplia labor pastoral y de investigación en España y en diversos países americanos.

En efecto, el Prof. Cabiedes, subraya desde el primer momento que la vocación es un encuentro de persona a persona entre Dios y cada alma en el santuario inviolable de la propia conciencia (20).

Así pues, la respuesta de María a la anunciación fue un si incondicionado a los planes divinos, a la vez que un acto de libertad fundante del propio camino, que ya es suyo porque Dios lo desea compartir con ella. Hágase en mí según tu palabra, es lo mismo que afirmar “sea”.

Es por tanto importante decir: que sea algo grande y que sea amor. De hecho, como nos narra la parábola del sembrador, cada día Dios vuelve a sembrar, impenitentemente, la semilla del amor, la del destino eterno, la de la llamada a la intimidad divina, en el corazón de cada cristiano.

A la hora de explicitar el contenido de la vocación, el autor se detendrá a desmenuzar lo que significa don de Dios, sin contrapartida, es decir, lo que es un don incondicionado, total (128).

Asimismo, inmediatamente añadirá que ese don aceptado se convierte en Fontal, pues Dios da su gracia y la sigue dando independientemente de la respuesta, por lo que es “fuente que salta hasta la vida eterna” (129).

Como darse es entregarse (131) y en el caso de Jesucristo, se puede visualizar en el sacrificio de valor infinito de la cruz, habrá que recordar los cuatro fines de la Misa, que coinciden con los sentimientos de Cristo en la cruz, como lo describe toda la teología católica.

Así pues, el don incondicionado de Dios y el don incondicionado del hombre se encuentran y convergen en el amor de unión, cuando el futuro del hombre se ha unido íntimamente al fin que Dios había previsto desde siempre para conducirnos felizmente hacía la eternidad: la vocación es, pues, don incondicionado y fuente de libertad, energía del Espíritu para amar.

José Carlos Martín de la Hoz

Juan Manuel Cabiedes, Antropología de la vocación cristiana. De persona a persona, ediciones Sígueme, Salamanca 2019, 265 pp.