Un hombre destruido. La presunción de inocencia

El joven escritor Alexandre Postel, profesor de Literatura en la universidad de París, es autor de “Un hombre al margen”, una novela de gran interés porque se atreve con un tema espinoso y delicado, como es la indefensión judicial o, lo que es peor, la indefensión social, del injustamente denigrado, ante las miradas acusatorias de los conciudadanos, que saben lo que es la presunción de inocencia, pero no la tienen presente a la hora de juzgar a las personas.

Un profesor universitario, viudo, algo introvertido, cumplidor, se ve enredado en una acusación, absolutamente falsa, de pedofilia. Antes de que exista el más mínimo juicio, la policía le trata con desprecio, la prensa se ceba en cuanto surge la más exigua noticia -porque el escándalo vende-, sus compañeros le dan la espalda y su hermano mayor duda de él, simplemente porque hay personas dispuestas a mentir con tal de salir en la foto.

¿Y si luego se demuestra que era totalmente falso? Hay una tendencia indigna, verdaderamente injusta, pero generalizada, a mantener al menos la duda. ¡Qué fácil es decir en el corrillo de amigos: “cuando el rio suena, agua lleva”. Y esto, tan burdo y tan inicuo, es algo generalizado. Se falta a la justicia y a la caridad de un modo constante solo por el prurito de sospechar. Ocurre en los corrillos de colegas en una empresa, que juzgan al que no está presente porque alguien dijo que… Y, a la mínima de cambio, surge el listillo que carga las tintas con un “ya me parecía a mí”. Y ya se ha creado una mala imagen a una persona que puede ser el mejor trabajador, la persona más responsable. Y quizá por eso, porque es más responsable que la media, crea un sentimiento de envidia, de comparación, de revancha hacia ese que me pone en evidencia. Así de miserables podemos llegar a ser.

Y ocurre en las reuniones familiares, donde se despotrica contra el cuñado ausente –pobre si supiera como le están poniendo- y ocurre en los descansillos del vecindario, donde se critica al portero, simplemente porque es nuevo, no sabe muy bien cómo hacer y, en lugar de echarle una mano, lo destrozan en las conversaciones y, a partir de ese momento, se le mira con cierto recelo cuando se cruzan con él.

No me extrañaría que alguno de los que se dedica a este sucio deporte de un modo habitual, porque escribe en tal o cual medio, o porque le encanta ser protagonista de los corrillos entre amigos, pueda decir que este es un libro mediocre sobre la pedofilia, pero es evidente que el tema no es la pedofilia, el tema es una actitud, un vicio, que cuesta reconocer.

Decía el Papa Francisco en una homilía: “Pero mira que ha hecho esto y esto… ¡Pero yo he hecho muchas! ¿Quién soy yo para juzgarlo?’. Esta frase: ‘¿Quién soy yo para juzgar esto? ¿Quién soy yo para hablar de esto? ¿Quién soy yo, que he hecho las mismas cosas o peores?’ ¡Agrandar el corazón! Y el Señor lo dice. ‘¡No juzguéis y no seréis juzgados! ¡No condenéis y no seréis condenados! ¡Perdonad y seréis perdonados!”. Qué poco sabe la sociedad de este modo da obrar. ¡Cómo se deteriora el ambiente cuando se pierden los valores cristianos!

Con frecuencia, cuando se da una noticia sobre alguien que ha cometido un crimen, se dice “el presunto estafador” o “el presunto criminal”, pero eso no es respetar la presunción de inocencia. Respetar la inocencia y la dignidad del otro es no decir nada a nadie, más que a la policía o a quien competa, si es el caso, pero no al vecino o al colega. Creo que esta novela puede servir a muchos para recapacitar sobre estas actitudes que parecen normales pero son tremendamente injustas.

Ángel Cabrero Ugarte

 

Alexandre Postel, “Un hombre al margen”, Nórdica 2014