Un nuevo 14 de febrero. Esperanza, optimismo, buen humor

 

Dentro de unos días celebraremos el 14 de febrero de 1930, la fecha exacta en la que san Josemaría tomó conciencia de que Dios le pedía que difundiera la llamada universal a la santidad a través del trabajo profesional y las circunstancias ordinarias del cristiano, es decir que El Opus Dei ya estaba completo y destinado a iluminar el mundo desde dentro, devolviéndole su noble y original sentido.

Precisamente, estaba estos días estudiando una fecha significativa de la historia del Opus Dei: el 21 de noviembre de 1965, cuando tuvo lugar la solemne ceremonia de inauguración del Centro Elis, en el barrio obrero del Tiburtino de Roma, a la que quiso asistir personalmente Pablo VI. Al finalizar el acto, el Papa, apoyando sus manos en los hombros del Fundador del Opus Dei, le dijo: Tutto, tutto qui è Opus Dei. «Todo, aquí todo es Opus Dei».

Lo propio de la Obra es, por tanto, ser sembradores de paz y de alegría, pues difundimos una verdad esperanzada, apoyada en la Palabra de Dios que es y será siempre la fuente de la felicidad: “Viva y eficaz como espada de doble filo que penetra hasta las junturas del alma” (Heb 3, 14) y eso se nota en la alegría, en el buen humor y en el optimismo con el que vivía san Josemaría.

Precisamente, en las palabras que pronunció en aquél encuentro, San Pablo VI, se refirió al Opus Dei como “signo de la perenne juventud de la Iglesia”. Por eso, es y será siempre necesaria la oración al Espíritu Santo para encontrar soluciones innovadoras, audaces ante las dificultades del ambiente, del lugar de trabajo, de la respuesta de las personas o de nuestra personal limitación. No podemos parar la Obra ni detenerla por nuestra falta de sentido sobrenatural, por la constatación de nuestras pocas fuerzas. Al contrario, hemos de buscar la fuerza y el poder de Dios.

Quizás a esto se refiera el Prelado del Opus Dei cuando en su carta del 28 de noviembre del 2020 exclamaba: “Ante el desencanto que pueda producirnos la desproporción entre el ideal y la pobre realidad de nuestra vida, tengamos la seguridad de que podemos recomenzar cada día con la fuerza de la gracia del Espíritu Santo” (n. 9).

Recuerdo que don Pedro Casciaro anotaba en sus memorias que aquél día acompañó a muchos cardenales, obispos y autoridades para conducirles a su asiento, estar con ellos, etc. Don José María García la Higuera, Arzobispo de Valencia, antiguo confesor y muy amigo de san Josemaría, al abrazarle le dijo al oído: “Estáis todos completamente locos, ¡Locos de amor de Dios como vuestro Fundador!”.

Efectivamente, esa locura de amor de Dios se manifiesta ante todo en el modo de rezar con magnanimidad, con ilusión y optimismo, en la espontaneidad e iniciativa apostólica, propia del que tiene esperanza de que Dios es la felicidad.

Así nos dirá el Prelado: “Lo decisivo, insisto, es que cada uno tenga esta disposición interior habitual de entrega a sus hermanos y a tantísimas otras personas que esperan nuestro servicio cristiano: «Levantad los ojos y mirad los campos que están dorados para la siega» (Jn 4,34)” (n. 13).

José Carlos Martín de la Hoz