Un tesoro escondido

 

Escondido, aunque se ve desde muy lejos. El Monasterio de las clarisas de Cantalapiedra se ve desde lejos. Partiendo de Arévalo y pasando por Madrigal de las Altas Torres, patria de la reina Isabel, se avanza por la llanura castellana, verde, amarilla, anaranjada, plana…, y de pronto se descubre el conglomerado de casas que compone el pueblo de Cantalapiedra. Muy parecido a la mayoría de los pueblos que se puede uno encontrar por la estepa. Un conjunto de casitas presididas por la torre de la parroquia.

Pero al llegar a Cantalapiedra lo que más llama la atención es un edificio muy grande, de cuatro plantas largas, presidido por una torre más estrecha que lo habitual de los campanarios de las iglesias castellanas, pero más alta y, por lo tanto, llamativa, fácil de descubrir desde los últimos kilómetros de acercamiento.

Allí viven más de 60 hermanas clarisas, autodenominadas “Hermanas pobres de Santa Clara”, en el Monasterio del Sagrado Corazón de Jesús. Y están viviendo momentos de preparación para un acontecimiento importante para la orden: la de su iglesia en el Santuario Diocesano del Corazón de Jesús, hecho que tendrá lugar el 27 de este mes de junio.

Ellas cuentan que “esta casa está edificada sobre un sueño; el que tuvo María Amparo siendo una niña. Ella veía un monasterio fundado sobre un río de gracias que brotaba del Corazón de Jesús, al que venían a beber las almas”. De ella, fundadora de esta versión de las clarisas, se cuenta que: “Siendo ya clarisa en el Monasterio del Corpus Christi de Salamanca empezó a comprender que en aquella visión, que tuvo siendo niña, se le estaba revelando la fundación de un convento cuyo fin debía ser el de consolar, amar y reparar el Corazón de Jesús y rezar especialmente por la santificación de los sacerdotes y de las almas consagradas, y en la que ella sería el instrumento elegido por Dios. Pero ¿cómo? ni los medios, ni la salud física de sor María Amparo eran prometedores, sin embargo `para Dios no hay nada imposible´”.

Y ahí está desde hace ya cien años el monasterio que será Santuario diocesano, como un centro de oración que no es fácil de imaginar si no te lo cuentan. En medio de la llanura castellana, decenas de mujeres de todas las edades, viven solo para rezar, para pedir por las almas, por la Iglesia, especialmente por la santidad de los sacerdotes.

Allí una antigua alumna de Villanueva, hace unos días hizo su primera incorporación solemne, primero votos temporales, después de dos años de permanencia feliz en perfecta clausura. Una ceremonia espléndida, con las voces biensonantes de la comunidad y con la participación de un numeroso público compuesto por familiares y amigos de Marta, que ahora es Sor María de la Esperanza.

Es sorprendente observar la felicidad en la sonrisa amable y brillante de la joven religiosa. Es muy llamativo observar, a través de las rejas, en la capilla, todas menos alguna enferma que no pudo asistir. Es un espectáculo del que solo se puede gozar estando allí con ellas. Es algo tan distinto, tan distante de las formas de vida actual en las ciudades, que resulta increíble si te lo cuentan.

Allí están para permanecer muy unidas a Dios para rezar por los demás. Y reciben encantadas las preocupaciones de los visitantes para dedicarse a encomendarlas. Personas queridas, problemas familiares, y, sobre todo, sacerdotes y posibles vocaciones de entrega. Ellas rezan. Viven muy pobremente, porque no necesitan nada más que  esa cercanía  con Jesús.

Ángel Cabrero Ugarte