Una espiritualidad laical y secular

 

El 12 de octubre de 1972 san Josemaría tuvo una tertulia en Madrid con un buen grupo de chicos de san Rafael y nos animaba a vivir una intensa vida cristiana, un decidido amor a Jesucristo y a convertirnos, con la gracia de dios, en medio del mundo, en sembradores de paz y de alegría.

La reacción de aquellos jóvenes fue conmovedora, quedaron entusiasmados y hubo muchas decisiones de entrega, de tomarse en serio la formación y de llevar a cabo una intensa labor apostólica en todos los ambientes.

Gráficamente, san Josemaría resumía, al final de la tertulia, aquella extensa conversación con un ejemplo ilustrativo: debíamos ser como “farolas encendidas” en todas las encrucijadas del mundo. Somos iguales a los demás, pero con la luz de la vocación cristiana; tener calor y dar calor, tener luz y dar luz.

Efectivamente, aquella conversación de la mañana del día del Pilar fue una lección de teología laical y secular. Pues para san Josemaría la santidad era sencillamente “la plenitud de la filiación divina”. Nos dio una lección de espiritualidad laical y secular para personas corrientes.

El objetivo de la labor de la Obra es sencillamente “Iluminar el mundo desde dentro”. Por ejemplo, si se desea iluminar un globo terráqueo con un foco, se comprueba que es imposible hacerlo, pues siempre quedan amplias zonas a oscuras. En cambio, cuando se introduce el foco dentro, como sucede con los globos terráqueos escolares, entonces se puede iluminar completamente. El secreto está, por tanto, en encender muchos corazones, de ese modo, iluminando muchas almas, ellas iluminarán su ambiente y, de ese modo, encendiendo almas en un intenso afán apostólico y de santidad, el mundo puede realmente iluminarse.

La cuestión estriba en que esa tarea ha de llevarse a cabo en cada etapa de la historia, pues como decía la Epístola a Diogneto, en el siglo II, hablando de la vida de los primeros cristianos “somos de ayer y lo llenamos todo”. Esta es la formación que hemos de recibir: dirigida hacia lo alto, lo hondo y lo profundo.

Se trata, por tanto, como decía san Josemaría de “Devolver al mundo su noble y original sentido”. Por tanto, la llamada universal a la santidad, es una llamada universal a la contemplación y una llamada universal a contagiar el amor de Dios a otras almas y esas a otras.

El trabajo y los quehaceres ordinarios, se constituyen en la materia de santificación. Por tanto, se trata de hacerlo con rectitud de intención, en complicidad con Jesucristo para terminar por vivir en plenitud de intimidad con Jesucristo. Lógicamente, eso requiere tener el alma encendida a través de la vida de piedad y el cumplimiento de un plan de vida; en unidad de vida.

Finalmente, san Josemaría hablaba certeramente de la libertad no solo como capacidad de elegir, sino como la energía de la libertad que ha de ponerse en juego cada día: “querer, querer”.

José Carlos Martín de la Hoz