Una Iglesia femenina

La cultura contemporánea reconoce la igualdad entre el hombre y la mujer en dignidad, derechos, educación, etc. Hay una diversidad funcional, aunque ésta generalmente se ignora.

Ya hace varias décadas, durante una visita de Su Santidad Juan Pablo II a los Estados Unidos, una religiosa le interpeló acerca de los derechos de las mujeres en la Iglesia, y en concreto acerca del papel de las monjas.El papa Francisco ha dicho que la Iglesia es femenina -es de suponer que se refiere al género femenino del término Iglesia- y que hay que buscar la forma de que las mujeres tengan una mayor participación en la toma de decisiones. Por último, la Secretaría Vaticana para el Sínodo de los Obispos ha planteado recientemente que, en la reunión prevista para octubre de 2024, habrá que tomar una decisión acerca de las diaconisas.

El diaconado es una de las órdenes mayores y, supuestamente, estas constituyen la Jerarquía de la Iglesia. Lo que se está pidiendo es que las mujeres formen parte de la Jerarquía de la Iglesia en igualdad de condiciones con los varones. Un hombre, por el hecho de recibir las órdenes ya sería Jerarquía, en tanto que una mujer que se consagra a Dios y al servicio de la Iglesia está automáticamente sometida a la misma. El planteamiento es erróneo de raiz y corresponde a una concepción estamental de la Iglesia; arriba el Pontífice, después los Obispos, más abajo los presbíteros, con potestad delegada los diáconos y, por último, el pueblo fiel, los laicos, sean hombres o mujeres. Es una concepción medieval; en realidad existe gran número de presbíteros que no tienen encomendada ninguna labor de gobierno: capellanes, profesores, curiales y otros.

Los diáconos se ordenan para el servicio del altar y de la comunidad, y tradicionalmente administran los bienes de la Iglesia. Todas esa funciones las hacen hoy en día mujeres: ayudan a repartir la Eucaristía, enseñan la doctrina, sirven en las oficinas diocesanas, dan conferencias, visitan a los enfermos y representan la caridad de la Iglesia en Caritas, Manos Unidas y otras instituciones. No necesitan para ello órdenes sagradas. San Pablo, en la Epístola a los Romanos (Rom.16,1), les recomienda a Febe, diaconisa de la iglesia de Cencres, es decir servidora de la misma. Diácono significa servidor, y es de suponer que Febe, fuera de Cencres, sería una cristiana más.

El problema de las mujeres en la Iglesia es el mismo que el de los varones, laicos o religiosos. De acuerdo con la concepción estamental tienen una participación muy limitada en la vida de nuestras comunidades. Es cierto que Nuestro Señor Jesucristo dijo que "el que quiera ser el primero entre vosotros que sea el servidor de todos" (Mc.10,43), y que siempre hay una opción, aunque sea pequeña, de servir; pero tanto ellas como ellos pueden tener legítimos deseos de participar en la pastoral o de poner en común su fe con otros miembros de su comunidad.

Frente a la concepción estamental, el papa Francisco nos habla de una Iglesia sinodal, con la participación de hombres y mujeres, consagrados y laicos, Obispos y presbíteros, europeos y africanos; participación en la toma de decisiones, en el impulso pastoral o en la espiritualidad. No todos tendrán las mismas funciones ni la misma competencia, pero sí algún tipo de pàrticipación, la posibilidad de hablar y de ser escuchados. Como explica San Pablo a los Romanos "somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro al servicio de los otros. Todos tenemos dones diderentes (...), sea el ministerio para servir, el que enseña en la enseñanza, el que exhorta para exhortar, el que da con sencillez, quien preside con solicitud, quien practica la misericordia hágalo con alegría" (Rom.12, 5-8).

El día en que exista en nuestras comunidades una verdadera estructura laical, independiente de la administración de los sacramentos por parte del sacerdote, es seguro que las mujeres ocuparán todos los servicios y podrá hablarse de ellas como jeraquía. ¡Ójala entonces no renuncien a ella!

Juan Ignacio Encabo Balbín