Hace unos días leía una extensa novela que acaba de publicar uno de los mejores escritores en lengua castellana del momento y que versaba sobre la aburrida y anodina vida de un guardián de un museo de arte de una gran ciudad.

Precisamente, en la crítica que realizaba a esa magnífica y documentada novela y, por otra parte, magistralmente escrita, puesto que logra captar la atención con los pormenores de una vida anodina y vulgar, señalaba que es finalmente muy atractiva porque, en cualquier caso, está siendo realizada por un hombre y eso hace que siempre posea la fuerza y la riqueza que procede de la dignidad de la persona humana. Pero, indudablemente a esa obra le faltaba alma.

Exactamente, es lo contrario de lo que le ocurre a la magnífica semblanza elaborada por la escritora Cristina Abad, que acaba de publicarse en estos días, quien ha logrado captar en pocas páginas la atención de miles de lectores con la vida, también sencilla y corriente, de Guadalupe.

En efecto, Guadalupe Ortiz de Landázuri (1917-1975), fiel de la Prelatura del Opus Dei, era la menor de cuatro hermanos, estudió la carrera de ciencias químicas, alcanzó el doctorado y obtuvo la cátedra de Química en el Instituto de Enseñanza Media de la calle Santa Engracia de Madrid y será beatificada, Dios mediante, el próximo 18 de mayo de 2019 en Madrid.

Efectivamente, a la entretenida y aburrida vida del vigilante de museo llena de pequeñas menudencias, le faltaba algo capital y era la referencia a la conversación con Dios que cada cristiano realiza en la intimidad de su corazón y que es la clave de la existencia humana.

La historia de un alma es verdaderamente la historia de su oración, de modo que a los hombres nos ocurre como a los planetas en su movimiento alrededor del sol: cuando estamos más cerca de Dios, hay más calor; cuando nuestra oración es más íntima y confiada, entonces es más constante y contagiosa nuestra felicidad (49).

Así pues, este libro nos enseña la santidad y la felicidad de Guadalupe, pues su oración era la causa de su alegría y de la entrega a Dios y a los demás. La fuente de una alegría borboteante que la mantenía en vigilia de amor de la mañana a la noche.

Cuando Jesús hablaba con Guadalupe y cuando Guadalupe hablaba con Jesús y con los demás.  Verdaderamente, esta próxima beatificación nos ha llevado a recordar una vez más la importancia del dogma de la comunión de los santos que todos los cristianos recitamos cada domingo en la misa en el mundo entero. Ojalá que aprendamos de los santos a mantener viva la oración.

José Carlos Martín de la Hoz

Cristina Abad Cadenas, La libertad de amar. Guadalupe Ortiz de Landázuri, ed. Palabra, Madrid 2018, 126 pp.