Uno de los conceptos claves de la espiritualidad que recibió san Josemaría Escrivá de Balaguer de Dios para vivificar el mundo desde dentro, se denomina sencillamente unidad de vida. Con este término deseaba expresar la perenne ilusión por la plena identificación que debe existir entre la vida del cristiano y la vocación recibida gratuitamente de Dios.

En ese sentido profundo sentido, los profesores Miguel Ponce Cuéllar y Nicolás Álvarez de las Asturias, cuando abordan en su manual o tratado sobre el sacerdocio ministerial, que acaban de publicar, con el significativo título de “Llamados y enviados”, la vida y la vocación sacerdotal, no dejan de aplicar el concepto de la unidad de vida y la cuestión de la identidad a la vida del sacerdote, es más, dedicarán páginas muy interesantes a desarrollar ese concepto.

Así, comentan por extenso nuestros autores, para empezar a teologizar sobre la unidad de vida en la vida de los presbíteros, que se trata realmente de la identificación con el único y verdadero sacerdote de la nueva Ley que es Jesucristo, aunque suene como una meta verdaderamente alta y vigorosa.

Inmediatamente, dirigirán su atenta mirada al documento clave del Concilio Vaticano II, acerca del sacerdocio ministerial que, como todo el mundo conoce, es el Decreto Presbyterorum ordinis, sobre la vida y el ministerio de los sacerdote, eso sí conectándolo con la expresión unidad de vida: “Resulta muy importante subrayar lo que dice el número 14 de Presbyterorum Ordinis acerca de la unidad de vida del presbítero, por la que conseguirán que todas sus funciones y acciones estén unificadas -no dispersas- y liberadas del funcionalismo, siempre que se unan ‘a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y con la entrega de sí mismos por el rebaño que se les ha confiado’. En Jesús Persona y Misión tienden a coincidir: toda su acción salvadora es expresión de su ‘Yo’ filial que está ante el Padre en sumisión amorosa a su voluntad” (162).

Enseguida, afirmarán de un modo muy práctico que se trata de un compromiso de amor tan fuerte y tan originante como el que adquirieron libremente los primeros Apóstoles y que llevaron a cabo distribuyéndose por todo el orbe y entregado su vida en martirio por su maestro y señor.

Así lo subrayarán con toda claridad nuestros autores: “Una vez que el cristiano acepta la vocación sacerdotal y se ordena sacerdote se compromete con una respuesta que le convierte en propiedad de Dios con un pacto que no debe romperse. El sacerdote lleva consigo un compromiso definitivo a semejanza del compromiso de los Apóstoles, llamados por Jesús con un compromiso de por vida, es decir, sin límite en el tiempo y con una entrega que había de absorber toda su existencia. Este gesto de Cristo se vuelve a hacer actual mediante la acción del Espíritu Santo en el sacramento del Orden” (163).

José Carlos Martín de la Hoz

Miguel Ponce Cuéllar-Nicolás Álvarez de las Asturias, Llamados y enviados. Una introducción a la teología del sacerdocio ministerial, ediciones Palabra, Madrid 2019, 189 pp.