Valor del conocimiento

Desde que me he jubilado me dedico a esta labor de leer y hacer reseñas -más o menos felices- sobre libros. Me ha llevado a ello la necesidad de ocupar el tiempo, mi afición antigua a la lectura, el deseo de proporcionar información a los que consultan esta página y algo que no quiero dejar de señalar: la posibilidad de adquirir libros de segunda mano a través de internet; obras y autores de los que había tenido conocimiento a lo largo de los años y que no había llegado a leer -hoy muchos de ellos escatalogados-, han llegado a mis manos por ese procedimiento.

Es inevitable que alguna vez me pregunte por la utilidad del trabajo de leer y reseñar; es lo mismo que preguntarse por el valor que tiene el conocimiento. Estoy ahora con el libro de un economista ya fallecido, Ernst F. Schumacher (1911-1977), católico, que había profundizado en la filosofía moral del budismo. Señala este autor -¡en 1973!- el engaño al que nos tiene sometidos el pensamiento económico al convencernos de que la satisfacción está en la cantidad de bienes que consumimos; son otros -escribe- los factores que dan calidad a nuestras vidas.

Volvamos entonces a la cuestión por la que hemos comenzado: ¿Cuál es el valor individual y social del conocimiento, de la lectura? La respuesta está en que depende de cuál pensemos que es la finalidad de nuestras vidas. Si pensamos, como es habitual, que la finalidad está en el progreso individual y social, lo que necesitamos seran científicos, ingenieros, economistas e industriales; si, por el contrario, aceptamos que la finalidad de la vida del hombre sobre la tierra pudiera ser alcanzar un cierto grado de felicidad, necesitaríamos filósofos que nos digan cómo conseguirlo, poetas y literatos que nos hablen de la belleza y el bien; debemos sustituir los economistas por  moralistas y los políticos por maestros que nos hablen del amor, el espíritu y la verdad. Existen. De hecho han pasado a la historia más filósofos que ingenieros. Es de suponer que alguna vez Sócrates o Platón se preguntaran por la utilidad de sus esfuerzos.

Señalan los economistas como los bienes escasos alcanzan un gran valor en el mercado, en tanto que los que son abundantes -por útiles que resulten, como el aire- carecen de valor económico. El pensamiento de los hombres abunda, cada uno tiene sus propias ideas y las cambia cuando le parece, por esa abundancia tendemos a menospreciarlo cuando no tiene una aplicación práctica; sin embargo no hay nada más importante que el pensamiento moral: todo el mundo desea algo de felicidad en su vida aunque no sepa cómo alcanzarla.

En el ámbito social podemos pensar que la filosofía es inútil, pero es verdad que, como se ha dicho, detrás del político más loco y con las ideas más dañinas hay alguien que las ha puesto por escrito. Los grandes movimientos sociales e ideologías que han provocado desazón y en ocasiones guerras, algún día figuraron en un libro. Hoy el pensamiento dominante es tóxico, competitivo e insolidario. Alguien afirmaba que la crisis del pensamiento actual se debe a que los mejores cerebros se dedican a la ciencia y apenas se encuentra un pensamiento razonable sobre ética y organización social: todavía arrastramos filosofías de los siglos XVIII y XIX.

San Josemaría Escrivá (1902-1975), fundador del Opus Dei, consciente de la crisis del pensamiento contemporáneo, en los últimos años de su vida favoreció que hubiera jóvenes que se dedicaran a las ciencias sociales: filosofía, historia, literatura o periodismo. En una ocasión dijo: "En los momentos de crisis profunda en la historia de la Iglesia, no han sido nunca muchos los que, permaneciendo fieles, han reunido la preparación espiritual y doctrinal, los resortes morales e intelectuales (...). Pero esos pocos han colmado de nuevo de luz la Iglesia y el mundo" (En José Miguel Cejas, Cara y Cruz, pág.586): Preparación doctrinal, resortes intelectuales, un mundo lleno de luz: no parecen cosas totalmente inútiles.

Quien empezó a elaborar wikipedia debió preguntarse si su trabajo iba a servir para algo y ya hemos visto que sí. Lo mismo cabe decir del club del lector. Un día lei en un periódico que el Centro Universitario Mirasierra de Madrid había comenzado a elaborar una revista digital sobre libros, el resto es historia.

Juan Ignacio Encabo Balbín

Ernst F. Schumacher, Lo pequeño es hermoso, Orbis, 1983.