"Si no lo veo no lo creo". Éstas
palabras del Apóstol Tomás son paradigmáticas de la cerrazón ante la fe, y las
escuchamos en estos días de la Pascua terminando con la afirmación de Jesús:
"Bienaventurados los que sin ver creyeron". Porque la fe se necesita
para admitir lo que no se ve, lo que no se oye o no se toca.


 


Pobres de los que no viven de fe. No hay
aislamiento más terrible que el de aquel que no cree a su padre, a su amigo.
¿Es posible la sociedad sin confianza? ¿Es posible la familia sin confidencia?
¿Cómo se puede entender la amistad sin creer en el amigo? Si tuviera que
comprobar sensiblemente todos mis conocimientos me quedaría encerrado en una
pequeña jaula de escepticismo e inoperancia.


 


Tomás no creyó en lo que decían aquellos hombres
y mujeres que habían visto a Jesús y que, por ello, estaban entusiasmados y
llenos de felicidad. Nos preguntamos cómo es posible que no fuera suficiente
para él el testimonio unánime de todos los demás apóstoles, que dan un argumento
vivísimo, recientísimo, vibrante. No era una afirmación anodina o apagada. Además
sabía que aquellas personas no eran unos cuantos chiflados ni querían
engañarle. Pero no creyó hasta que pasó una semana y entonces vio. Y Jesús le
reprocha su actitud.


 


¿Cómo se puede hacer oídos sordos a las
enseñanzas de la Iglesia de veinte siglos, y a la santidad de vida de miles y
miles -millones- de cristianos de todas las épocas que hablan de Jesucristo?
Una persona que ha sido bautizada y reniega de su fe o vive de espaldas a ella
está negando la vida, niega la luz, rechaza la Gracia que el mismo Cristo nos
consiguió en la Cruz ¿Por qué razón? Muchas veces por pura desidia que lleva a
una existencia al margen del Evangelio, a perder a quien es el Camino, la
Verdad y la Vida.


 


Basta muchas veces una vida repleta de hedonismo,
una vida al margen de los demás, para perder la luz más brillante: la luz de
la
fe. Una

profesora preguntó a sus jóvenes alumnos: ¿cómo sabéis que Dios existe si no lo
veis? y uno dijo: "Dios es como el azúcar de
la
leche. No
la veo pero si no hay azúcar la leche pierde su
sabor". ¿Qué sabor tiene la vida del hombre sin lo sobrenatural? Un
paladar bastante amargo.


 


Rezaba así Benedicto XVI: "Señor Jesucristo, en
la oscuridad de la muerte tú has dado luz, en el abismo de la soledad más
profunda habita ya para siempre la protección poderosa de tu amor; en medio de
tu ocultación podemos ya cantar el aleluya de los salvados. Concédenos la
sencillez humilde de la fe, que no se deje desviar cuando tú nos llames en las
horas de oscuridad, (...) concédenos, en este tiempo en el que se combate en
una lucha feroz en torno a ti, luz suficiente para no perderte; luz suficiente
para que podamos darla a cuántos tienen aún necesidad de ella. Haz brillar el
misterio de tu alegría pascual, como aurora de la mañana, en nuestros días;
concédenos poder ser verdaderamente hombres pascuales en medio del Sábado Santo
de la historia"[1].


 


Ángel
Cabrero Ugarte


 


Radio
Intereconomía, 4 de abril de 2008, 20,15 horas.


 


 


Para leer más:


 


Borghese,
A. (2007) Sed de Dios,
Madrid, Rialp


Collins,
F.S. (2007) ¿Cómo habla
Dios?,
Madrid, Temas de hoy


Guardini,
R. (2005) La experiencia
cristiana de la fe
, Barcelona, Belacqua


 







[1]
Ratzinger, J.; Congdon, W., (1998) El
sábado de la historia
, Madrid, Encuentro, pág 51