VI Certamen de Relato Breve de Villanueva 2020. Segundo premio: "La calle más solitaria del mundo". Autor: Damián Moreno

Miro mi paleta de colores. He hecho mezclas para poder pintar todas las tonalidades de la realidad. Una realidad que consideraba única. Que consideraba mía. Tengo ese anaranjado del sol rozándome la piel en un tarde de primavera, que me protege lo suficiente como para no ponerme la chaqueta; tengo el blanco rosáceo de la flor de los almendros, con su olor tan característico, que me acompaña casi cada día de la semana hasta llegar a la universidad; y tengo, por supuesto, ese amarillo tostado, recogido en un recipiente de cristal con forma de jarra helada y que en conjunto significa mi cerveza favorita. ¿Cómo pudiendo conseguir cualquier matiz no encuentro el color adecuado para pintar mi cuadro? Antes reconocía la diferencia más mínima entre dos tonos casi idénticos. Ahora todos me parecen iguales. Igual de fríos. Igual de lejanos.

Muevo el pincel en el aire, como siempre hago, imaginándome los trazos que en un momento voy a plasmar sobre el papel. Pero no tengo ideas. El río inagotable dentro de mi cabeza por el que surcaba mi imaginación se ha secado. Solo queda lodo y una sensación pesada que no me deja concentrarme. En la calle no hay ruido aparente que me moleste. No hay coches acelerando cuando ven el ámbar del semáforo parpadear. Ni obreros gritándose de una punta a otra del andamio. Apenas hay gente. Solo un silencio tenso y sostenido en el aire. Un silencio ensordecedor. Qué curioso. El silencio también suena. Por lo menos, este sí.

Cuando consigo poner en marcha los primeros trazos de mi composición han pasado dos semanas largas como meses. Será por tiempo. Quiero pensar que he sufrido algo así como el síndrome de la hoja en blanco para los escritores. Siendo sincero, no es el caso. Más bien el miedo a lo desconocido, a aquello que escapa a mi control. Como el ritmo constante de la rutina, de la que tanto he querido huir, y que ya no me parece tan mala. Ahora es ella la que se me escurre entre los dedos sin poderlo remediar. Este es el último ingrediente de una receta que ha terminado en desesperación. Entonces quiero pensar que lo peor ha quedado atrás. Sin mirar mi teléfono no sabría decir qué día de la semana es hoy. Apostaría a que es domingo. Y si no, Sonntag. O dimanche. Seguro que domenica. Mejor lo dejamos en Sunday.

Una calle ancha que abarca de un extremo al otro del lienzo. Similar a la que veo desde mi ventana. Esa es, hasta el momento, mi gran obra de arte. La calle más solitaria del mundo. Con aceras duras y grises por las que antes caminaban historias.

1

En el medio, una carretera de asfalto nuevo por donde circulaban, en su mayoría, coches con parejas y niños en su interior, lo que hacía sentir la juventud del barrio. Pinto farolas negras, altas y vigorosas, con una distancia considerable entre ellas. Casi como medida de seguridad. No sé si están encendidas. Todavía no he elegido si es de día o de noche.

Tras un mes, cinco días, doce horas y cuarenta y seis minutos me decido a rellenar de vida la calle más triste del mundo. ¿O era solitaria? De forma cauta comienzo a pintar, con mi pincel de detalle, un par de pájaros pardos posados en las ramas de los árboles, desde donde controlarán con sus inquietos ojos todo lo que pase por delante. El mismo color, con una pizca de gris, me sirve para crear un gato perezoso que se acurruca entre los arbustos de color verde enebro a la entrada de un parque. Él no lo sabe pero pronto, los niños que correteen por el lugar no le van a dejar dar ni una cabezada tranquilo.

Hoy con mi pincel me he lanzado a crear un par de tiendas que cubran las necesidades de los vecinos de las proximidades. Locales de barrio, con ese toque tan característico que los hace inconfundibles. Un letrero grande y cutre, con letras azul oscuro sobre fondo amarillo, informa sobre ‘Alimentación García’. La guardería ‘Kindergarden’ y una tintorería con denominación de multinacional sueca de electrodomésticos también se anuncian en lo que parece una enumeración de establecimientos en fila india. Incluso me pensaré la apertura de una tienda de patinetes eléctricos. De esos que volvían locos a los modernos y que los convertían en un peligro público antes de que pasase todo esto.

Me dispongo a seguir dando vida a la calle que, a partir de ahora, no será la más solitaria o triste del mundo. Solo una más, cargada de normalidad. Todo un piropo en los tiempos que corren. Pinto niños jugueteando bajo la exhausta, aunque feliz, mirada de sus padres. Uno de ellos con flequillo, otra sin él. Una madre alta, un padre bajo. Todos tan distintos pero en el fondo, tan iguales. Unos y otros caerán rendidos en la cama al final del día. Dibujo un par de grupos de amigos ávidos de marcha en la terraza de un bar organizando su plan de sábado, cuando todavía están a lunes, y en la previa de un examen. Termino con otro par de ancianos que avanzan a pasos cortos pero seguros, mientras comentan las pequeñas cosas del día a día y disfruta del aire fresco. Celebran así, aunque no lo sepan, otra fecha más.

2

Un día que no parece nada extraordinario para toda esta gente y, en verdad, sí lo es. Quizá no se den cuenta todavía de que cada carrera de aquí para allá de sus hijos, de que cada caña en un “bareto” sin identificar, o de que cada simple conversación, es un tesoro que se debe conservar.

Después de mes y medio siento que he dado un paso adelante. Se acerca el final del cuadro y he decidido que, el momento del año en el que plasmar mi obra, sea una tarde de verano. Justo cuando el sol está a minutos de acabar su jornada, marcharse, y dar paso a su compañera la luna. La luz es anaranjada y los colores cálidos invaden el ambiente dando lugar a un sentimiento de reposo, de paz. Mezclo el rojo y el amarillo hasta que encuentro ese tono anaranjado, que curiosamente vuelvo a reconocer, y que me es tan familiar. Pronto voy a ser capaz de disfrutarlo de nuevo. Y sé dónde y con quién quiero hacerlo. Porque no tengo tiempo que perder.

Ya lo he terminado. Recojo mis pinceles y me dirijo al lavabo para aclararlos. En el camino reflexiono sobre la mayor virtud de mi obra y esta es, el significado que me ha aportado. Porque no tenía ni idea de pintura y nunca antes había pintado un cuadro. He necesitado enfrentarme a una situación extraordinaria para darme cuenta de que, realmente, la que era extraordinaria, era mi vida.

Autor: Damián Moreno. Curso: Máster en Periodismo Deportivo