El sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) a través de sus libros y conferencias ha ido extendiendo por el mundo entero el concepto de “modernidad líquida”, de modo que, poco a poco, en muchos ámbitos intelectuales de la comunidad internacional, se ha ido incorporando paulatinamente este concepto unido al discurso tradicional occidental.

En realidad, no es en absoluto difícil definir este concepto de “modernidad líquida”, pues como veremos enseguida se trata de una intuición sencilla, de una idea genial, que el mismo Bauman se ha encargado de definir del siguiente modo: “La sociedad moderna líquida es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas. La liquidez de la vida y la de la sociedad se alimentan y se refuerzan mutuamente. La vida liquida, como la sociedad moderna liquida, no puede mantener su forma ni su rumbo durante mucho tiempo”.

Es más, seguidamente, añadirá, reforzando la velocidad con la que todo cambia, casi de modo incesante: “En una sociedad moderna líquida, los logros individuales no pueden solidificarse en bienes duraderos porque los activos se convierten en pasivos y las capacidades en discapacidades en un abrir y cerrar de ojos” (9).

Así pues, para nuestro autor, el imperativo de la liquidez tal y como lo plantea, parece un método expositivo que te atrapa, algo así como llevar el “panta rei” (Todo cambia) de Heráclito hasta sus últimas consecuencias. Es decir, que en vez de haber hallado un sistema filosófico de pensamiento que pueda responder a los interrogantes nobles del ser humano, se parece más a una ideología del siglo XIX, es decir, un sistema completo y cerrado de pensamiento que sirve para explicar completamente la realidad.

Verdaderamente, contrasta, desde el primer momento, la prisa y la velocidad de este modo de plantear Bauman las cuestiones, sobre todo cuando lo comparamos con la serenidad y el sosiego de la verdadera sabiduría, tan emparentada en épocas anteriores con la mirada de la contemplación. Recordemos los conceptos del recogimiento interior y el centro del alma del maestro Eckhart, la paz del alma y la felicidad según el concepto de fin último de santo Tomás, o la tranquilidad del orden del maestro san Agustín.

Es decir, el mundo de la virtud de Aristóteles y de toda la escolástica desde el siglo XIII hasta el XVI, reivindicado por el americano Alasdair MacIntyre en su obra “tras la virtud, está más unido con las cimas de la contemplación, pues ya san Juan de la Cruz afirmaba que ésta se producía cuando: “estando ya mi casa sosegada”.

José Carlos Martín de la Hoz

Zygmunt Bauman, Vida líquida, ed. Paidós, Barcelona 2017, 206 pp.