Adriana Buenos Aires

Escrita en 1922 y revisada en 1938, lleva bajo el título un aviso: "Última novela mala". En el prólogo, Macedonio Fernández defiende la dificultad de pretender que, en efecto, esta novela sea "mala" y además "la última", pero para curarse en salud recoge algunas opiniones críticas de contemporáneos que ponen en duda que sea lo uno y lo otro. En el desarrollo de la novela, el autor no deja de reivindicar el carácter de "mala" de esta historia, denunciando ante el lector prolijas descripciones innecesarias, horribles escenas sentimentales y casualidades imposibles que el autor se ve forzado a "cometer". El resultado de todo este juego resulta sorprendente: la novela se lee con mucho interés y el lector se ve ayudado por los guiños que le hace el autor a espaldas de los personajes. Uno de ellos, Eduardo de Alto, es un cuarentón que se dedica a la metafísica y que nunca ha conocido el amor. En su vida aparece la hermosa Adriana, que anda perdidamente enamorada de Adolfo. Cuando por fin los dos amantes deciden unir sus destinos, Adolfo enloquece. Eduardo, enamorado a su vez de Adriana, la ayudará a sobrellevar la desventura de amar a un enajenado, mientras sopesa cuánta esperanza de ser correspondido le queda. El folletón –en el que domina la frivolidad y la falta de perspectiva- se complica con cientos de personajes secundarios que gravitan alrededor de una pensión porteña, mezclados en situaciones equívocas, confesiones íntimas, amistades indestructibles. El odioso Eduardo colabora con el autor para hacer "mala" la novela, llenando interminables páginas con pedaleos sicológicos y zozobras pasadas de moda. Y ahí está parte del encanto: en esa siembra de tremendas reflexiones trágicas allí donde en apariencia sólo había un chiste.