Berlín Alexanderplatz

Un hombre que ha cometido un asesinato sale de la cárcel dispuesto a cambiar de vida, a ser un hombre honrado, pero las circunstancias le conducen a lugares terribles, a sorpresas de pesadilla, a relaciones humanas marcadas por el cinismo y la desconfianza.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2003 Destino
536
2002 Cátedra
0
Valoración CDL
3
Valoración Socios
3.5
Average: 3.5 (2 votes)
Interpretación
  • No Recomendable
  • 1
  • En blanco
  • 2
  • Recomendable
  • 3
  • Muy Recomendable
  • 4

2 valoraciones

3
4
Género: 

Comentarios

Imagen de LYA

Berlín Alexanderplatz es una obra angular de la literatura universal del siglo XX. Tan gorda, apetitosa e influyente como el Ulises de Joyce, tan densa como el mejor tratado de antropología, llena de ficciones de infarto y con una ciudad como protagonista, Berlín, una metrópoli más desquiciada que el Macondo de García Márquez y tan chispeante como una cama llena de fotos de verano. Y la pregunta del millón, ¿por qué nos hemos perdido hasta ahora una edición en castellano de esta obra capital para comprender al hombre? Es verdad que ediciones antiguas abundan, pero está feo echar una semana en librerías de viejo para encontrar una edición por 100 euros. Pues no. Döblin fue un bicho raro de su tiempo. Judío hasta las cachas, se convierte al catolicismo sin abandonar un ápice la escritura más original de la Alemania de entreguerras. Aquí, en su obra más representativa, quiere definir con trazos gruesos una ciudad mastodóntica que engulle todo lo que toca. Es una novela que no se puede leer sin ansiedad, porque comparte el ritmo frenético de los coches que no frenan porque no se andan con chiquitas, los anuncios de publicidad que apabullan y los rostros grises que deambulan por las amplias aceras. La trama es sencilla. Un hombre que ha cometido un asesinato sale de la cárcel dispuesto a cambiar de vida, a ser un hombre honrado, pero las circunstancias le conducen a lugares terribles, a sorpresas de pesadilla, a relaciones humanas marcadas por el cinismo y la desconfianza. Se encuentra con que es un ser humano socialmente marcado, con antecedentes penales, considerado por la policía "persona peligrosa para la moralidad y la seguridad públicas", por tanto susceptible de nuevas fechorías. Pero él se queja, porque por encima de todo es una persona, una criatura cargada de dignidad, "¿es que no somos nada porque una vez hayamos hecho algo?". Por la novela se mueven como espectros las figuras más representativas del dolor del inocente y del sacrificio, como Job o Isaac. El idioma gestual de Döblin, así denominado por B. Bretch, le sirve para hablar de los límites del alma humana en un lenguaje transido de normalidad. Es una obra exigente, sin concesiones. Así prepara su autor al lector: "Contemplar y escuchar, todo eso será útil para muchos que como Franz Biberkopf viven dentro de una piel humana, y a los que les pasa lo que a Franz Biberkopf: que esperan de la vida algo más que un pedazo de pan". La condición de creyente de Döblin le sirve para tomarse en serio al hombre y sus actos, "si Dios existe tenemos todos una naturaleza distinta y una vida distinta, somos distintos en especie, en origen, en destino". Aquí lo esencial es la responsabilidad de los actos y la fuerza de las decisiones humanas. No pasa como en Las ciudades invisibles de Italo Calvino, en las que todo carece de peso, nada sirve para nada. En Berlín Alexanderplatz los actos humanos lo definen todo, "hay que estar despierto, hay que estar alerta, al destino no hay que venerarlo sino mirarlo a la cara". Todo un homenaje al hombre.

Dora Rivas
Revista "Calibán"