El arte de no amargarse la vida

Rafael Santandreu explica en esta obra un método claro, concreto y práctico para caminar hacia el cambio psicológico, mejorar nuestra relación con nosotros mismos y superar todos aquellos pensamientos, sentimientos y creencias negativas que nos amargan la vida sin necesidad. En palabras del propio autor: “La depresión, la ansiedad y la obsesión son nuestros principales oponentes, cuando nos dejamos atrapar por ellos, lo que perdemos es la facultad para vivir plenamente.” Con un estilo ameno, muy documentado y ágil, el autor recurre a anécdotas de la vida real, extraídas tanto de su consulta como de su historia personal, para mostrarnos que en nuestra sociedad de la opulencia somos víctimas de la “necesititis”, una irrefrenable tendencia a creer que necesitamos cosas que en realidad no necesitamos. La “necesititis” es el auténtico virus causante del actual síndrome de enfermedad emocional.

El arte de no amargarse la vida, no solo nos ofrece las herramientas de la psicología para ayudarnos a alcanzar la estabilidad emocional, sino que nos propone un nuevo modelo de filosofía personal y social que nos hará más fuertes como individuos y como sociedad.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2011 Oniro Editorial
240
978-84-9754-636-2
Valoración CDL
2
Valoración Socios
3.5
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La premisa fundamental de este libro reside en la afirmación de que la vida está hecha para disfrutarla: amar, aprender, descubrir, ...,  y que esto solo podremos lograrlo cuando hayamos superado las neurosis y el miedo, su inmediata manifestación: "No nos afecta lo que nos sucede, sino cómo juzgamos lo que nos sucede" (pág.23).

El autor trata de orientarnos hacia la objetividad emocional. Los seres humanos necesitamos muy poco para estar bien: comida, vestido y habitación. Cuanto pasa de esto es prescindible y existen muchas personas en el mundo que no tienen otra cosa y son felices (pág.37). El tengo que ..., debo de ... exagerados conducen directamente a la neurosis. Otra fuente de sufrimiento emocional es el temor a no agradar a los demás. Existen ocho áreas vitales en las que podemos incidir para ser felices: Trabajo, amistad, aprender, arte, ayudar a los demás, amor sentimental o familiar, espiritualidad y ocio. No necesitamos abarcarlas todas. Nos basta con profundizar en dos o tres de ellas (aunque nos fallen las demás) para tener una vida razonablemente llena y satisfactoria.

No crearse necesidades, ya que cada necesidad nos hace más débiles. Existen necesidades materiales y otras espirituales más difíciles de erradicar; por ejemplo el éxito, ser respetado, la comodidad, la compañía, etc. Frente a estas exigencias subjetivas el autor afirma que nuestra imagen social es poco importante. Uno se libera de la sensación de ridículo cuando basa su imagen, no en los éxitos sino en la capacidad de amar.

En la vida de pareja el autor desaconseja quejarse por cosas pequeñas e intentar al corregir al otro. La aceptación incondicional se fija en las cualidades positivas para la convivencia y olvida los defectos. Es muy nociva la idea de que debemos ser tratados con justicia en nuestras relaciones. La felicidad está por encima de la justicia y planteando exigencias arriesgamos también nuestra paz interior. Al revés, tampoco debemos permitir que nos exijan ser perfectos porque no lo somos. No pasa nada por fallar. El autor lo denomina el orgullo de la falibilidad (pág.166).

La falta de aceptación de la realidad es la base de la infelicidad (pág.190). Hay cosas que tenemos que aceptar porque están por encima de nosotros: el clima, la salud o la condición social. Siempre habrá otros más listos, más grandes o más simpáticos. Por eso hay que basar el bienestar en el amor y la fraternidad, más que en los bienes materiales y el éxito social (pág.230). Por ejemplo en el trabajo, valorar más las relaciones humanas que los logros profesionales.

Si nos fijamos en algunas de las afirmaciones recogidas más arriba comprobaremos como tienen una profunda raiz evangélica: "No os preocupeis por lo que comeréis o cómo os vestiréis..." (Mt.6,25). "¿Quién a base de cavilar puede añadir un codo a su estatura?" (Mt.6,27). "No temais a los que matan el cuerpo y más no pueden hacer" (Lc.12,4). "Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón y hallareis la paz para vuestras almas" (Mt.11,29). Aún así queda claro que el autor no es creyente o que no desea retratarse personalmente.

 

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El objetivo del libro es proporcionar consejos y técnicas para orientar bien las propias emociones y pensamientos, con el fin de disfrutar de las cosas positivas de la vida y evitar los pensamientos negativos y las quejas.

Aplica la llamada psicología cognitiva, que consiste en hacernos conscientes de nuestros pensamientos negativos acerca de lo que sentimos y de lo que nos pasa. Para contrarrestar lo anterior, propone desarrollar un pensamiento positivo que nos sitúe en la realidad de las cosas sin caer en exageraciones, lo que el autor llama la “terribilitis”; sostiene que gran parte de los disgustos que padecemos provienen de que exageramos las cosas negativas que nos ocurren, de que las aumentamos desmesuradamente en nuestra imaginación, y así nos amargamos la vida y, lo que es peor, fastidiamos a los demás con nuestras quejas y exageraciones. En este sentido, ofrece numerosos consejos prácticos para evitar caer en obsesiones o, dicho coloquialmente, “comernos el coco” excesivamente.

Está escrito con un lenguaje asequible, dirigido a un público amplio. Además, los aspectos que trata están apoyados en un gran número de historias y ejemplos que hacen agradable y ágil su lectura.

Aunque no habla de virtudes humanas, en el fondo, están implícitas en muchas de sus propuestas (la fortaleza, la templanza, etc.).

Conviene notar, por último, que la concepción del hombre y del mundo que subyace a lo largo de la obra resulta algo ambigua, pues ofrece una visión muy abierta, se podría decir que “políticamente correcta”, para que no moleste a ningún lector. En cualquier caso, la trascendencia o al destino eterno del ser humano apenas se mencionan. Se habla de la muerte abiertamente, por ejemplo, pero se afronta como el final de la vida sin nada más.