El hombre bicolor

Hermógenes W. tiene el ojo derecho de color azul celeste y el ezquierdo verde esmeralda. Hermógenes W. es Inspector de Segunda Categoría del Cuerpo Especial de Recaudadores Comarcales. Hermógenes W. es un funcionario de ojos bicolores que trabaja para el gobierno de un país en crisis. Su misión: recaudar el dinero de los contribuyentes de la ciudad de Boronburg. Cuando el  recaudador baja del tren en su destino nadie le recibe en la estción y cuando llega caminando a su hotel nadie le atiende en recepción. Se instala en una habitación y, desde la ventana, contempla las calles vacías y, en el horzonte, el castillo de un conde con fama de vampiero que hace tiempo que se marchó. A lo lejos ladra un perro y otro le responde; único signo de vida en esta ciudad sin ciudadanos. Telefonea al Ahyuntamiento y una voz le informa: "Aquí no hay nadie" y cuelga. Cuando cae la noche comprueba que en ninguna ventana se enciende la luz. El hombre bicolor conversa consigo mismo para no sentirse solo y recuerda los consejos de su tía Rosamunda, mientras los perros siguen ladrando y la voz en el teléfono del Ayuntamiento responde una y otra vez "Aquí no hay nadie". ¿Está en una ciudad fantasma? ¿Todos los habitantes han huido ante una catástrofe inminente? ¿Ha habido una epidemia? ¿Todo es un juego para poner a prueba sus nervios?

Nos adentramos en territorio misterioso, un tono entre lo cómico y lo inquietante, ecos de Kafka, su agrimensor y su castillo. La publicación de esta breve novela póstuma es el mejor homenaje que se le puede hacer a uno de los narradores más excéntricos que ha dado la literatura española contemporánea. 

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2014 Anagrama- Narrativas hispánicas
113
978843399722
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2
Valoración Socios
2
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Imagen de Azafrán

Relato póstumo en el que solo escuchamos la voz del protagonista en medio de un silencio perturbador, interrumpido por el ladrido insistente de un perro perdido en la ciudad.

Hermógenes W., recaudador de impuestos, llega en tren a una ciudad para cumplir con su misión y se la encuentra vacía.

Durante tres días contempla, desde el balcón del hotel en el que se refugia, el abandono de sus habitantes: se llevaron hasta los animales.

Solo queda en la ciudad un perro vagabundo al que Hermógenes no llega a ver.

Desde el hotel telefonea al ayuntamiento insistentemente y solo obtiene la respuesta: “Aquí no hay nadie. Aquí no queda nadie”.

El relato presenta al lector la evolución de la mente del ser humano sometido al aislamiento y a la incomunicación.

Al llegar a la estación de una ciudad del reino de Burgundia, Hermógenes relata al lector el recibimiento que dos años antes le prestó el burgomaestre o alcalde. Sin embargo, en esta ocasión, no encuentra a nadie.

La primera reacción de Hermógenes es silbar y disimular por si estuviera siendo observado por aquellos a quienes viene a cobrar los impuestos. Poco después se aloja en el mismo hotel de la vez anterior y en el que no hay ni recepcionista, ni personal alguno.

Durante el primer día, Hermógenes habla consigo mismo a modo de reflexiones personales y rememora los consejos y refranes de su tía Rosamunda, solterona que consagró su vida a dar estudios a su sobrino huérfano desde la más tierna infancia.

Transcurrida la primera jornada, la personalidad de Hermógenes se desdobla en dos “yo”; uno habla con la voz normal y la otra personalidad utiliza un tono “ampuloso” para responder.

El tema de conversación entre los dos “yo” versa sobre las razones que llevaron a los dos mil habitantes a huir de la ciudad ante la llegada del cobrador de impuestos y la forma en la que debería reaccionar el propio Hermógenes a su regreso: no está dispuesto a dejar de cobrar ni un solo recibo, incluido el propietario del castillo con fama de vampiro.

Durante esta segunda jornada, Hermógenes trata de comunicar con su jefe por teléfono pero el jefe le manifiesta que no cree que la ciudad esté vacía y que se inclina a pensar que es Hermógenes, con sus problemas, el que la ve de esa manera.

Durante la noche Hermógenes y su otro “yo” analizan la situación y se proponen una serie de acciones para descubrir, durante la tercera jornada, qué es lo que pasa en aquella ciudad.

Pero siempre hay algo que le impide bajar del balcón: comienza a llover y no quiere aparecer empapado ante los ojos de los ciudadanos pues su aspecto podría debilitar su autoridad, por ejemplo.

Como siente hambre, baja a las cocinas donde encuentra un pan y una botella de ron de los que da cuenta. Parece que el alcohol le lleva a indagar sobre la personalidad de su tía.

Durante el tercer día, Hermógenes se plantea la posibilidad de que la realidad no sea algo inamovible: los puntos cardinales pueden haber sufrido una alteración, por ejemplo. La soledad y la incomunicación pueden desarraigar al ser humano de la realidad y confundir su mente.

Para Hermógenes, el espejo es un referente. Se mira en él y descubre que su ojo derecho de color azul, aparece en el espejo del otro lado de la nariz. Y lo mismo ocurre con su ojo izquierdo, de color verde esmeralda, que aparece de este lado de la nariz. Cuando duda de lo real recurre a su imagen en el espejo.

¿Qué significa ser bicolor? ¿Quizás a ambigüedad en la vida? ¿También la ambigüedad sexual?

Su tía Rosamunda también era bicolor. Y tras la reflexión con su otro “yo”, durante la borrachera de ron, descubre que era una mujer con bigote, que se quitaba la barba, que tenía la voz de contralto y que le gustaba la criada… que era hermafrodita o que le hubiera gustado serlo. Como a él. Quizás la tía Rosamunda era su alter ego.

¿Por qué elige Javier Tomeo el reino de Burgundia para situar su relato?

Históricamente los burgundios, como los suevos, vándalos, alanos, etc., fueron los pueblos bárbaros que aprovecharon la debilidad del Bajo Imperio Romano en los siglos V y VI para invadir el imperio. Esta invasión fue más o menos pactada, en el sentido que invasores e invadidos respetaban una ley de “hospitalidad”: los invasores se convertían en defensores de las fronteras a cambio de que los invadidos compartiesen con ellos las tierras y los esclavos.

El reino de Burgundia se formó entre Lyon y Ginebra (este de Francia y Suiza) y fueron ellos precisamente quienes elaboraron la primera ley de “hospitalidad” en la que se establecieron la cantidad de esclavos (un tercio) y de tierras (la mitad) que se entregaban a los invasores-defensores. También fueron ellos mismos los primeros en no respetar dicha ley y quedarse con más de lo pactado.

La convivencia de los bárbaros y el Bajo Imperio Romano, junto con la propagación del cristianismo dio lugar a la aparición de estados federados o germen de las nuevas naciones aunque subsistiera durante muchos siglos el ideal del antiguo Imperio Romano.

Javier Tomeo presenta al lector la imagen de Burgundia, rebelde ante el pago de impuestos, como posible germen de un estado federal. Lo que en el lector actual parece alcanzar un eco muy especial.