El hombre que sabía demasiado

Para Jorge Luis Borges, que no dejó nunca de leerlo y admirarlo, Chesterton fue un incomparable inventor de cuentos fantásticos: «Pienso que Chesterton es uno de los primeros escritores de nuestro tiempo y ello no sólo por su venturosa invención, por su imaginación visual y por la felicidad pueril o divina que traslucen todas sus páginas, sino por sus virtudes retóricas, por sus puros méritos de destreza.» Fiel exponente de estas aseveraciones es el ciclo de relatos agrupados bajo el título de El hombre que sabía demasiado, una de las obras predilectas de Borges, en la que el escritor británico nos presenta a Horne Fisher, un peculiar funcionario del Imperio que va tropezando a lo largo de su carrera con una serie de misteriosos asesinatos cuya solución se encuentra más allá de las apariencias.
Como en la mayoría de los thrillers de Chesterton, cada relato encierra una ingeniosa paradoja sobre la condición de la sociedad o sobre la naturaleza humana.

Ediciones

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2003 Vademar
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“Los asuntos públicos de todos los ministerios estaban en crisis. El gobierno, que llevaba tanto tiempo en pie que los hombres se habían acostumbrado a él como se acostumbran a un despotismo hereditario, había empezado a ser acusado de errores garrafales, e incluso de abusos financieros…” pág. 209

EL ROSTRO EN EL BLANCO
El autor elabora este relato como crítica a los nuevos ricos. Los dispendios y la buena vida de la nobleza, así como que una vida no productiva, muchas veces les lleva a la ruina. En esos momentos suele aparecer en el horizonte un “nuevo rico” dispuesto a comprar posesiones y a apoyar económicamente al noble empobrecido y, con su amistad, revestirse de su pasada gloria social. Pero tras la figura del nuevo rico se esconde un bribón que ha cambiado incluso su nombre y que adopta una pose social tras la cual puede seguir cometiendo sus fechorías.
El periodista Harold March acude a la mansión Torwood para entrevistar al Ministro de Economía Howard Horne (familiarmente conocido como Hoggs), excelente cazador. La mansión había sido suya, pero tuvo que vendérsela a un nuevo rico canadiense, Jefferson Jenkins, aspirante a Lord, quien al parecer mantenía un extraordinario coto de caza en esos dominios pero no sabía disparar. La visita coincidió con una de esas cacerías. A la cacería acudió un famoso cazador, John Burke, autor de un libro sobre caza mayor y poseedor de rifles de alta precisión.
Harold March, el periodista, se acerca paseando a la mansión y de camino se encuentra a un sobrino del anterior propietario Howard Horne, Horne Ficher (“Fisher” significa pescador). Fisher pescaba en un arroyuelo y tiraba al agua los peces gordos pues estaba interesado en la sustancia reflectante que se podía encontrar en los peces en descomposición. Mientras hablaban el periodista y Fisher, se produjo un accidente de automóvil en las proximidades, del que resultó muerto Sir Humphry Turnbull, un parlamentario que había deportado extranjeros.
Horne Fisher resuelve el caso: descubre quién es el asesino (el nuevo propietario de la mansión Torwood, Jefferson Jerkins,); descubre el arma y el “modus operandi” y, además, descubre el móvil. La policía señala como causa de la muerte del parlamentario, el accidente de automóvil. Sin embargo, Fisher mantiene silencio. El periodista Harold March no entiende la actitud de Horne Fisher y le pide una explicación.
_”Quiero a mi tío (Howard Horne) y no quiero dejarle sin su apoyo económico (el nuevo rico Jefferson Jerkins, el asesino). Ya le he dicho antes que tenía que volver a tirar los peces gordos”. (págs. 34 y 35)

EL PRÍNCIPE FUGITIVO
Quince años después del caso anterior, el inspector Horne Fisher y el periodista Harold March se reúnen en “un pequeño y lujoso restaurante situado en Picadilly” (pág. 61). La conversación giró sobre las primeras experiencias de Fisher como investigador y su primer contacto con un criminal.
Con esta historia, el autor critica la verdad y la mentira de los informes policiales así como la culpabilidad y la justicia de las condenas. Para ello se centra en el conflicto entre la Irlanda sometida y que intensificó sus lucha por la libertad, y la corona Inglesa o sus representantes en la represión de esa lucha, la policía británica en Irlanda. Estamos hablando de principios del siglo XX, cuando su líder, Michael O’Neill, era buscado. Michael O’Neill es un trasunto de Michael Collins.
En 1920, el Gobierno británico ofreció una recompensa de 10.000 libras esterlinas por cualquier información que llevara a la captura o muerte de Michael Collins. Su fama había trascendido en el seno del IRA y era apodado como "The Big Fellow" (el grandullón). Michael Collins lideró la independencia de Irlanda como director del IRA, fue ministro de hacienda y firmó el tratado de independencia en 1922 que supuso la separación de los estados del Norte. Fue asesinado por un anti-separación, un tal O’neill, poco antes de conseguirse la libertad de su país en 1923.
En la historia que nos presenta Chesterton se produce un doble asesinato de dos policías, en un torreón propiedad de Michael O’neill. El tercer policía que sobrevive acusa al líder irlandés de haberlos asesinado. Michael es detenido finalmente.
Sin embargo, en el relato que el investigador Fisher hace al periodista Harold March, las cosas no ocurren según la versión que dio el policía. El investigador descubrió al asesino, el móvil del doble asesinato y trató de solucionar la mentira oficial:
« Wilson, el policía que sobrevivió al atentado en la torre y que era el asesino de los dos policías, se recuperó y conseguimos convencerlo de que se retirara. Pero tuvimos que jubilar a ese deplorable asesino más generosamente que a cualquier héroe que haya luchado por Inglaterra. Yo logré salvar a Michael de lo peor, pero tuvimos que enviar a aquel hombre totalmente inocente a cumplir condena y hasta más tarde no pudimos planear su fuga. De haberse sabido la verdad sobre semejante escándalo habríamos acabado con todos nosotros en Irlanda… Y además Sir Walter Carey es el Primer Ministro y es amigo de mi padre y siempre me ha colmado de atenciones » (cfr. págs. 63 y 64)

EL ALMA DEL COLEGIAL
Un clérigo aficionado a las antigüedades lleva a su sobrino de paseo por Londres hasta una capilla subterránea donde, con numerosas medidas de seguridad, se expone una moneda que conmemora la visita de San Pablo a Gran Bretaña. El mismo rey, su propietario, ha decidido exponerlo al público. Durante la visita, el sobrino, un muchacho inquieto toca un cable y la habitación donde está expuesto queda a oscuras. Cuando se enciende la luz la moneda ha desaparecido. En ese momento llegan de visita el investigador Horne Fisher y el periodista Harold March. Será Fischer quien explique lo sucedido. Este episodio es una crítica a los grandes propietarios que exponen sus objetos como medio de enriquecimiento, aún más cuando son objetos que carecen de mayor relevancia.

EL POZO SIN FONDO
Chesterton presenta al lector el problema de las colonias británicas: lo difícil que es conquistarlas y mucho más sostenerlas. Es el caso el gran lord Hastings. Algo así como el caballo del Cid en nuestra tradición. Hastings se convirtió en un mito para los árabes, respetado como los propios mitos musulmanes y por ello, capaz de mantener a raya la situación tan lejos de la metrópolis.
Pero ser un mito no es garantía de ser un modelo de honradez y buena conducta. Algo así como la leyenda del sultán Aladino que hizo construir una torre que sobrepasase el cielo y Dios derribó su soberbia convirtiendo la torre en un pozo infinitamente profundo. Así Hastings cayó con su conducta tan bajo que si el investigador Fisher lo hubiera dado a conocer hubiese acabado con la presencia de los ingleses en la colonia a causa del escándalo. Por ello decidió ocultarle la verdad al honrado periodista Harold March.

LA MANÍA DEL PESCADOR
El periodista Harold March y el investigador Horne Fisher acuden a una mansión situada en las márgenes de un río británico. Su propietario, sir Isaac Hook a invitado también al Primer Ministro, Lord Merival, quien solo acudirá a la cena del primer día con su automóvil, al secretario de Lord Merival, James Bullen alias Bunker, que además es sobrino y uno de los herederos de Hook, al duque de Westmoreland, importante terrateniente, y a John Harker, ministro de justicia.
El título de este relato hace referencia a la manía que tenía sir Isaac Hook de madrugar para pescar y permanecer aislado hasta conseguir suficientes peces para la comida del día. Sólo hacerlo en una isleta muy próxima a la mansión y desde la cual le veían sentado delante de su caña.
El periodista Harold Marcha acudió a la invitación con la intención de entrevistar al Primer Ministro, Lord Merival. Llegó en bote por el río durante el transcurso de la tarde. Su amigo el investigador Fisher llegó en tren para intentar coincidir con el Primer Ministro.
Durante el día se hizo público un párrafo del último discurso del Primer Ministro en el que se anunciaba que Inglaterra ayudaría a Dinamarca contra el bloqueo con el que Suecia pensaba imponer. Una noticia muy relevante que consideraron de sumo interés para el anfitrión, sir Isaac Hook, quien era armador y habría salido beneficiado con el cierre de los puertos en Dinamarca si Inglaterra no se decidiese a favor de Dinamarca. Dos de los invitados cruzaron el río, en diferentes momentos de la jornada, para informar al propietario y aseguraron que aquel les pidió que le dejasen tranquilo y continuó con la pesca. Al oscurecer Fisher y el periodista March cruzaron el puente que unía la isleta a tierra firme y encontraron al anfitrión cadáver.
Obviamente la policía fue avisada y la conclusión fue que un guardaespaldas del asesinado estaba sufriendo chantaje de su señor, a tenor de un documento encontrado en el despacho de sir Isaac Hook. Ficher, el hombre que sabía demasiado, enseguida contó su versión a su amigo periodista y que no coincidía con la versión de la policía. Según Fisher, todos los invitados tenían motivos para asesinar a Hook porque todos estaban siendo extorsionados por él. Igualmente descubrió el “modos operandi” del asesino y afirmó que el asesino había acudido a la mansión y se había ido de ella con su propio automóvil. No obstante sacar a la luz los documentos con los que extorsionaba a todos sus huéspedes era colocarlos en una posición extremadamente vulnerable, ellos que eran nobles y vivían de la política y de su estatus social.

EL AGUJERO EN EL MURO
En este relato Chesterton ironiza la pereza intelectual de la mayoría de la gente que prefiere creerse una explicación histórica del mundo que le rodea, aunque ronde lo fantástico, antes que sentarse a investigar su origen y el devenir en la historia. Este es el caso de la mansión en la que se reúne con amigos para celebrar una especie de carnaval de invierno con disfraces de la Edad Media y Renacimiento. Durante las celebraciones muere el joven heredero y Fisher, fiado de su investigación científica es capaz de desentrañar el significado ontológico del nombre del lugar geográfico y el origen de la construcción que hoy era una mansión. De ese estudio descubrió la existencia de un pozo debajo de un lago artificial y con ello encontró el cadáver del joven heredero.
La mansión en la que se desarrolla este relato fue en su origen un priorato monacal. Chesterton aprovecha este hecho para recordar al lector que, con el cisma religioso promovido por Enrique VIII y sus sucesores de la casa Tudor, muchas propiedades fueron usurpadas a la Iglesia por familias de nobles que apoyaron decididamente al poder regio.

EL TEMPLO DEL SILENCIO
Horne Fisher, el protagonista, cuenta al periodista Harold March la historia de su familia, sobre todo lo referente a un momento de su vida en la que se decidió a participar de la lucha política por un escaño en el parlamento y lo hizo como líder del partido reformista. Comenzó su campaña local defendiendo a los indefensos que habían sufrido espolios injustos en sus bienes. Y esa defensa parecía tan seria y consecuente que tuvieron que secuestrarle para detener su carrera política contra los grandes propietarios y a favor de los “sin nada”.
En este relato, Chesterton utiliza la simbología de un templo construido en una isla dentro de un lago que formaba parte de la finca de un gran propietario, noble y parlamentario. El secuestro se produjo en esa isla y Fisher abandonó la política para siempre porque se siente constantemente secuestrado en aquel lugar por los sentimientos de afecto que le unen a su familia y que no puede aniquilar para cambiar la situación de los “sin nadie”. Vuelve a ser el hombre que sabía demasiado pero que no puede actuar ni hablar.

LA VENGANZA DE LA ESTATUA
Finalmente el periodista Harold March se da cuenta de que su amigo, el investigador Fisher era sabedor de todos los vicios y corrupciones de los principales miembros del gobierno porque todos ellos formaban parte de la familia Fisher o estaban casados con las mujeres de la familia. Por eso se enfrenta a su amigo y le pide que denuncie esas situaciones o que él mismo, March, lo hará a través de la prensa.
Fisher le invita a pasar un fin de semana con los cuatro miembros del gobierno pertenecientes a la familia Fisher para que vea con sus propios ojos lo que realmente está sucediendo en una Inglaterra al borde del caos y la sublevación por la situación de crisis. En esa reunión se prepara un plan militar de lucha contra los insurrectos pero alguien del grupo parece ser un traidor que pretende entregar dichos planes militares a los insurrectos. Fisher lo descubre todo; detiene y asesina al ladrón y el mismo lleva los planes militares que salvarán al país aunque muere en el empeño: “Y el hombre que sabía demasiado sabía ya lo que merece la pena saber.” Pág. 236

Imagen de wonderland

Este libro, que no tiene relación con las películas de Hitchcock del mismo nombre. Aunque cada caso es independiente de los demás, es mejor una lectura de conjunto, pues así se dibuja de modo más completo la personalidad de Fisher. En cada uno debe hacer frente a un “adversario” de distinto tipo –un financiero, un político, un aristócrata, un militar, un funcionario...–; su amigo el periodista Harold March aprende cosas a lo largo de las aventuras que comparten juntos; el primero de los casos plantea una pregunta que se contesta en el último; y en esta última narración se da una importante clave para comprender tanto la conducta previa del protagonista como el mensaje que desea transmitir Chesterton.

Todos los relatos tratan básicamente de los manejos turbios y oscuros de financieros arribistas por un lado, y el comportamiento delictivo de políticos, aristócratas y funcionarios para defender sus intereses. Fisher conoce todo eso, lo desvela, y al final lo ha de dejar como estaba: no sólo es que si dijera la verdad el gobierno se hundiría, sino que Fisher pertenece a la misma clase social que los culpables, e incluso algunos son de su familia y sus amigos, e incluso pueden tener buenos motivos para los crímenes que cometen, e incluso el culpable puede ser él mismo... “Sólo Dios sabe lo que es capaz de soportar la conciencia, o hasta qué punto un hombre que ha perdido el honor intentará salvar su alma”.

En algunos relatos se habla de que ciertos financieros de origen judío controlaban a los gobernantes de Inglaterra. Estas referencias, histéricamente agitadas, han servido a veces para ponerle a Chesterton la etiqueta de antisemita. En realidad, su objetivo es enfrentarse a un cosmopolitismo que no sabe de amor a la propia nación y exponer un concepto del patriotismo como “la última de las virtudes”: hay hombres que pueden ser capaces de estafar o seducir pero nunca venderían a su país...