Los cinco hermanos Dunbar viven en un hogar sin adultos, cuidando los unos de los otros, luchando por sobrevivir en un mundo que los ha abandonado, hasta que su padre, el hombre que los dejó sin mirar atrás, vuelve a casa. ¿Por qué ha regresado?
Matthew, cínico y poético, es quien lleva las riendas de la familia; Rory, siempre falta a clase; Henry, una máquina de hacer dinero, y el pequeño Tomy, coleccionista de mascotas que ha colonizado la casa con animales disfuncionales, como la mula Aquiles y Rosy, el border collie. Y luego está el silencioso Clay, perseguido por un suceso del que no se puede hablar. Pero la historia se remonta tiempo atrás: a ese abuelo cuya pasión por los antiguos griegos aún llena de color sus vidas, y a los padres, que se conocieron gracias a un piano extraviado. Clay tratará de revelar su trágico secreto y de construir un puente para salvar a su familia y salvarse también a sí mismo.
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El Puente de Clay es una
El Puente de Clay es una novela que relata la vida y vicisitudes de una familia contemporánea en Australia. En ella se mezclan situaciones donde conviven cinco hijos, todos varones a cuál más distinto, y unos padres singulares, intercaladas con la historia de algunos de los personajes clave en el desarrollo de la novela.
Es imaginativa y está escrita de forma moderna, original y ágil. La historia, muy real, está plagada de valores como la amistad, la nobleza, el amor inocente de la adolescencia y también de la madurez y la lealtad fraterna. Tiene un final, que, aunque previsible, mantiene el interés en el relato y deja una buena sensación.
Extensa sin cansar. Recomendable.
Novela de familia y relación
Novela de familia y relación fraternal. Es una historia original, dramática por un lado, y llena de valores auténticos de amor y de verdad por otro. Original en la narración, también por el juego de feed-back, con el tiempo y el espacio, que pone un punto de dificultad en la comprensión de la historia. Fácil de leer. No es fácil de comprender en una primera lectura.
Cinco hermanos, todos ellos con una singular y fuerte personalidad, bien definida, entre dieciocho y diez años cuando fallece la madre, joven, culta, alegre y positiva…Y un padre bueno pero débil que les rompe el corazón cuando su mujer fallece. Y los abandona a su suerte. No se ve con fuerzas para lo que le espera.
La cultura de la madre pasa a los hijos, cuyos libros favoritos son La Odisea y la Iliada, historias que les leía desde la cuna. Además la madre obliga a todos ellos que sepan tocar el piano, aunque no les guste, aunque lo aporreen. Por otra parte entre ellos hay una violencia juvenil y fraterna que llama la atención. El amor entre ellos, la preocupación de unos por los otros, no quita para que se hablen con insultos casi permanentemente. Pero ellos se quieren así: un poco “asilvestrados”. En su relación subyace un amor infinito, una fuerza que les une a pesar de lo que pase, una hasta cierta ternura a pesar de las formas.
Y ese padre, obrero y pintor, abandonado por su primer amor, y enamoradísimo de la madre de sus hijos, que aparece por sorpresa, de repente, al cabo de años, pidiéndoles ayuda para construir un puente. El puente es real. Pero también es un puente simbólico, para unir dos orillas distanciadas. Además, como aclara el autor en una nota previa, en inglés “barro” se dice “clay”… también es el diminutivo de un nombre Clayton. Ambos significados son importantes el El puente de Clay.
El narrador de la historia es el hermano mayor, Mathew, con lo que le cuenta Clay, al que su madre le contó muchas confidencias. Después de todo era el que mejor escuchaba. Rescata la vieja máquina de escribir y se pone manos a la obra. Se remonta hasta el abuelo materno…
El amor familiar, la muerte, la fraternidad, los lances amorosos, el barrio, la vecindad, el instituto, el deporte… Todo con gran pasión y emoción, humanamente hablando, sin trascendencia alguna. Pero un amor fuerte y profundo.
A unos les encantará. Otros no avanzarán en su lectura por el modo como está escrito. Es una buena historia.
La nueva novela de Markus
La nueva novela de Markus Zusak ha ido precedida de una enorme campaña de marketing. El autor mismo anunció hace varios años que estaba escribiendo una novela acerca de un joven que desea construir un puente. El juego de palabras del título —clay es tanto arcilla como la abreviatura del nombre de uno de los protagonistas, Clayton o Clay— se pone de relieve cuando el narrador afirma que el puente es realmente “de Clay”, su constructor, y tiene que demostrar aún en una riada si un puente de barro está en condiciones de soportar la fuerza del agua.
El estilo de la novela resulta algo confuso, sobre todo al principio. Capítulos cortos, con títulos originales, van saltando hacia adelante y hacia atrás en el tiempo. Algunos parecen banales, a no ser que se preste atención a las palabras y a los matices. Y es que la novela esboza matices, que ayudan a describir caracteres con una asombrosa precisión. La novela trata de la familia Dunbar, formada por los padres y cinco hijos de 10 a 18 años durante el periodo de tiempo central de la novela. Penelope o Penny, la protagonista, tiene que empezar una nueva vida en un país extranjero después de que su padre la obligara a abandonar su país en el este de Europa, sin más capital que su carácter, sus conocimientos de piano y su amor por las obras de Homero. Michael Dunbar, esposo y padre de los cinco hijos de Penelope, va evolucionando a lo largo de las páginas del libro. Es el personaje más esquivo de la obra, en todos los sentidos. Los cinco hijos —desde el mayor, Mathew, que actúa de narrador y se encarga de sustentar a la familia, hasta el pequeño Tommy, coleccionista de animales disfuncionales— crecen desde la muerte de su madre y la huida de su padre en un hogar caótico, vigilados de cerca por las autoridades escolares, pero sin perder nunca su sentido de pertenencia a la familia. Quizá sea este, junto a la persona de Penny, el aspecto más positivo del libro.
A pesar de las alabanzas que ha recibido esta novela (a veces tengo la impresión de que son anteriores a leerlo), me resulta un poco farragoso sin necesidad, y excesivamente emocional. Una de las escenas más importantes, la muerte de Penny, deja un sabor desagradable por su ambigüedad. Otros pasajes, en cambio, son geniales, como la celebración de la terminación del puente.