El rey de los Alisos

Abel Tiffauges, un extraño prisionero francés en la Alemania del II Reich, mezcla de ogro depredador y adolescente perverso, se siente predestinado para llevar a cabo una misión en Prusia, cuna legendaria de la nación alemana.

Michel Tournier muestra en esta novela lo más oculto, tierno y enfermizo del ser humano, siempre en busca de significados, ritos y señales que le guíen y rediman de su condición de ser para la muerte.

Fantasía insólita sobre los tiempos tenebrosos de la última guerra mundial, este libro constituye un extraordinario viaje hacia la infancia y un inquietante ensayo sobre el amor.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1970
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El Rey de los Alisos
(Premio Goncourt en 1970)
Santillana (Alfaguara) Madrid 1992
Titulo original: Le Roi des Aulnes
Editons Gallimard, 1970
Traducción de Encarna Castejón

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Libro de difícil lectura pues a la longitud del texto es obligado sumarle una confrontación con los hechos históricos de la Primera Guerra Mundial y un desplazamiento geográfico a la zona del noroeste de Europa, con citas geográficas de nombres de lagos, ríos, montañas, poblaciones y citas histórico-culturales referentes del pasado de la antigua Prusia y de los estados bálticos de la antigua URSS (Estonia, Letonia y Lituania) conquistados y defendidos por órdenes militares religiosas (católicas) como la de los Caballeros Teutones y Los Antiguos Caballeros de las Espadas.

Comienza la historia con la presentación de un protagonista abandonado por su amante -Rachel- ante la impotencia que demuestra para transformar en acto su potencial amoroso. El protagonista Abel Tiffauges se presenta así como un ogro: “monstruo viene de mostrar. Es lo que se muestra con el dedo, en las ferias…” El propio Abel desea mostrarse como un monstruo a los lectores que se acerquen a lo largo de los siglos a este libro. Les va a sorprender con un relato que busca una auto-justificación a su conducta, a su forma de ser, a las calamidades que esa forma de ser le reportarán, y por encima de todo buscará una complicidad en el lector captando su benevolencia y presentándose al final como una víctima expiatoria, propiciatoria del perdón de los lectores.

Comienza definiendo su vocación fórica, de porteador, desde su vocación profesional: un mecánico que se ganará la vida transportando mercancías y reparando los vehículos para ese transporte. Bajo la forma de un diario nos relata su vida recién estrenada en el internado de San Cristóbal y las injurias y afrentas a las que se ve sometido por actuar de una forma poco convencional en su relación con los otros niños que pueden interpretar su conducta como equívoca en cuanto a la orientación sexual.
Precisamente esa falta de definición sexual puede estar en el fondo de la insatisfacción que su amante Rachel experimenta y a causa de la cual le abandona. Abel Tiffauges ha intentado tener una relación sexual bíblica en el sentido de hombre-mujer de acuerdo con el Génesis, aunque llegará a demostrar que fue el propio Dios el que al permitir la caída del hombre, consintió en que cayese, de Adán, un costado –la mujer- y más tarde un niño. La conclusión es evidente “¡No reunáis lo que Dios ha separado!

En el internado de San Cristóbal encuentra el amparo del Néstor, el gordinflón hijo del portero que le salvará y protegerá. Néstor, además de su condición privilegiada en el internado como poseedor de las llaves de la despensa que regularmente visitaba durante la noche, era poseedor de una cualidad muy superior a sus compañeros: la cantidad y calidad de sus defecaciones, momentos que compartía con Abel Tiffauges, y que a lo largo de la obra constituyen una clave definitoria del signo de poder a la que se aludirá reiteradamente. (Un ejemplo: ya en los últimos capítulos, Tiffauges es ascendido socialmente mediante el regalo de un caballo enorme. En una ocasión se encuentra aprisionado por la multitud en una plaza de una población en Prusia. El caballo comienza una defecación abundante y la muchedumbre se aparta rápidamente y deja paso). Néstor de enseñó a escribir con la mano izquierda, “escritura siniestra”, a fuerza de escribir con la mano de Abel en su mano derecha. Néstor será el “elefante” sobre el que se sube en los juegos y así vence a los compañeros.

Abel se identifica con el pastor, signo de los pueblos migratorios, judíos y gitanos principalmente. Mientras que Caín, el labrador, representa los pueblos que asentados en un territorio detentan el poder y lo ejercen de manera opresora. Las referencias bíblicas, tanto al Antiguo como al Testamento Nuevo, no son las únicas referencias literarias que aparecen en el libro de Tournier. Ensartadas en el relato encontramos La trampa de oro de James Oliver Cruwood, La leyenda dorada de Jacques de Vorágine (aquí se explica la vida de San Cristóbal, centro del jeroglífico de signos y símbolos tras el que se velan los sentimientos de Abel Tiffauges, ambiguos y muy al límite de lo que sería una conducta normal). La historia del barón de los Adrets quien descubrió la euforia cadente en una cacería observando como caía uno de sus soldados en su lucha con un oso tremendo, y que a partir de esa fecha asesinó a muchos de sus criados obligándoles a danzar con los ojos cerrados al borde de precipicios. De los Ensayos de Montaigne se recoge la anécdota referente al portugués del s. XV Alfonso de Albuquerque quien hallándose en el mar y en grave peligro, cargó a hombros a un niño, con el único fin de que su inocencia le alcanzase el favor divino.

Abel Tiffauges se ve envuelto en un episodio grave de gamberrismo. Asustado se escapa y se va a la casa paterna. Pero en su familia le obligan a regresar a la mañana siguiente. Desea ardientemente que haya ocurrido algo lo suficientemente importante y grave en el internado como para nadie se haya percatado de su evasión. Y así resulta pues la noche anterior se había producido un incendio en las calderas del edificio y un niño ha resultado muerto: Néstor su protector. Permaneció en el internado hasta los dieciséis años pero la cultura que debería haber alcanzado durante ese periodo no fue la prevista: “ignoraba a Corneille y a Racine, aunque recitaba secretamente a Lautremont y Rimbaud; de Napoleón no sabía nada más que su derrota en Waterloo…, y sabía todo sobre Cagliostro y Rasputín.” Su cultura poco “oficial” y su aspecto físico –necesitaba gafas y tenía un sexo de niño impúber- le hicieron aparecer en el “salón de honor” de la alcaldía como risible, en el momento del reclutamiento. Este acto fue como el reconocimiento oficial de su monstruosidad. Su aceptación en el ejército aceleró su transformación con la aparición de un rasgo más de la condición de monstruo: su desaforada apetencia por la carne –“Me gusta comer carne porque amo a los animales. Incluso creo que podría degollar con mis propias manos, y comerme con afectuoso apetito, a un animal criado por mí y que hubiera compartido mi vida. Incluso me lo comería con un apetito más consciente y profundo que el que me inspira una carne anónima, impersonal”-. Y la biografía reflejada en el diario de Tiffauges se aproxima al hecho histórico de la Primera Guerra Mundial: “La guerra, mal absoluto, es objeto fatal de un siglo pasado, deshora las calles en varias ciudades de un culto satánico. Es la misa negra celebrada por Mammón a la luz del día, y los ídolos embadurnados de sangre ante los cuales se obliga a la multitud burlada a arrodillarse se llaman Patria, Sacrificio, Heroísmo, Honor.”
Por aquel entonces desarrollaba su vida de oscuro mecánico en una alternancia entre una existencia sinsentido y la oscilación depresión-desesperación. Un accidente fortuito en el garaje le llevó a reencontrarse con su vocación extraviada la alegría de llevar en brazos a un niño. Y busca en los mitos de la tradición grecolatina a sus iguales: Atlante que sujetaba el mundo, Hércules que portaba a su hijo Telefo sentado en su brazo izquierdo, Hermes de Praxíteles que sentaba al niño Baco en su brazo izquierdo, Cristóbal y Albuquerque.

El 15 de noviembre asiste a la Ópera donde se representa El Don Juan de Mozart. Sus pecados resuenan en su interior a la par que Leporello exhibe la lista de desmanes que su señor, Don Juan, ha impunemente perpetrado y como éste sabe que le aguarda un castigo, una condena en las tinieblas. Todos los cuentos (El Pinochio de Collodi, Perrault, Carrroll, Busch…) despiertan en Abel Tiffauges el lado sádico.

Comienza el año 1939 con el proceso a Weidmann por el asesinato de varios hombres. Tiffauges no sólo sigue el desarrollo del proceso sino que busca similitudes con el supuesto criminal. El se identifica con un criminal porque en cierto modo en su interior se esta desarrollando un proceso que le hace sentir culpable. Acude a la salida de centros escolares para grabar y fotografiar a niñas. El objetivo de la cámara se convierte en un sexo enorme capaz de poseer la imagen, de atrapar y poseer. Se siente culpable de las interpretaciones de todo lo que ve. Cualquier escena de la vida humana es reinterpretada a través de su mente, distorsionada, por su obsesión sexual. “El padrino sostiene a su ahijado sobre la fuente bautismal: pequeño matrimonio fórico entre un adulto y un niño. El 25 de mayo de 1939, invitó a Martine, una niña mil veces fotografiada a subir a su automóvil y la llevó hasta un edificio en construcción cerca de su casa. El 17 de junio asiste a la ejecución de Weidmann: chasquidos de la cuchilla, un silbido. La sangre mana a borbotones. El 3 de julio Tiffauges recoge a Martine a la salida del colegio y la acompaña hasta el edificio en construcción al lado de su casa. Se queda adormecido en su coche durante no sabe cuanto tiempo desde que la niña parte hasta que un grito desgarrador le despierta de su ensimismamiento: “¡Socorro, déjeme, me ha hecho daño! El 3 de septiembre, el juez le pone en libertad con estas palabras: “Francia se ha movilizado. La guerra va a estallar de un momento a otro. He visto que estará usted entre los primero llamados a filas. Al fin y al cabo, no ha confesado nada…”

Su afición por el lenguaje y la interpretación de los signos continuaron durante su vida en el ejército. Primero como radiotelegrafista. Después como encargado de un palomar de palomas mensajeras. Se ayudaba del Manual para uso de los aspirantes al diploma de colombófilo militar, del capitán Castagnet. A partir de ese momento su instinto depredador se manifestará en la requisición de las palomas más hermosas del entorno, sin tener en cuenta los sentimientos de los propietarios. Así se hizo con una paloma plateada y dos gemelas y completó su cuadrilla con un pichoncillo negro en el que puso toda su ternura. Perdida la batalla, el coronel le elige, junto con otros dos para formar un grupo de salvación y él se lleva consigo sus cuatro palomas. Le ordenan que salga en busca de comida y mientras tanto, cocinan sus palomas. A su regreso se encuentra con el asalto de los alemanes, coge las palomas cocinadas y envueltas en un plástico y huye con el pichón negro que es el único que le queda con vida. Cenó secretamente la carne de sus palomas. El día siguiente fue enviado hacia Alemania.

En su viaje hacia Europa del este, en pos de la noche inmemorial del Rey de los Alisos, le llevan a un campo de prisioneros donde les obligan a vivir hacinados en barracones y donde la única sensación de libertad, de autonomía, eran los momentos de soledad de la noche durante los cuales les permitían salir a defecar. En una de esas salidas descubrió una especie de zanja cubierta de juncos que le condujo a una cabaña del bosque, utilizada por uno de los guardias forestales de la zona solo de tarde en tarde. Para él aquel reducto de intimidad y silencio constituye un mundo al que denomina “Canadá”. Allí comienza a pasar las noches, y sin apenas ser notada su ausencia retornaba de madrugada. Este lugar atrae también a un alce ciego que de noche golpea la puerta de la cabaña a la espera de que Tiffauges abra y le obsequie con algún nabo o golosina. Una de esas noches acude el guarda forestal quien descubre a Tiffauges y tras hablar con él y ver sus atenciones con el alce, decide no denunciarle. Poco a poco el guarda comprende el gran conocimiento que Tiffauges posee sobre la naturaleza, animales y plantas y decide utilizarle como ayudante en las cacerías que se llevan a cabo en la zona y a las que acuden los nobles y personalidades de la zona. La misión del guarda forestal era acompañar a las ilustres personalidades por el inmenso bosque, aproximarles a aquellas piezas que por edad o enfermedad deberían ser erradicadas y alejarles de aquellas que debían ser protegidas en atención a su interés cinegético. Como premio recibió un caballo gigantesco, animal fórico por excelencia sobre el cual se sintió metamorfoseado en el mítico Centauro –Ángel Anal-. A lomos de su caballo Barbazul conoció la zona, llegó a un castillo, cuya torre estaba sustentada en su base por un atlante que él mismo descubrió entre las malezas. Cuando entró en la fortaleza conoció su historia y pudo contemplar el escudo con las tres espadas, dos de los Portadores de Espada y la tercera de los Teutones. De regreso descubrió en la Alcaldía un bullicio de niñas desnudas, parte de la ofrenda que todas las primaveras, el 19 de abril, víspera del cumpleaños del Füher Adolfo Hitler, se ofrecía en Prusia; ofrenda de carne fresca al más poderoso de todos los ogros. Don exhaustivo de mil quinientos niños y mil quinientas niñas que eran entregados a las napolas, escuelas de instrucción militar.

Un día el guarda del bosque comunicó a Tiffauges que tenía que reducir su personal y le ofreció recomendarle para el puesto que él desease que sería, naturalmente, la napola más cercana. Allí recibió como empleo ayudar al médico que examinaba a los niños cuando llegaban a la napola y quien le instruyó en las diferentes características de los diferentes grupos raciales. Seguía también realizándose en su vocación de cargar pues acarreaba alimentos necesarios para la vida de la napola. Un día recibió el encargo de acarrear niños, es decir, recorrer la comarca en busca de los hijos de los campesinos, cuyas madres los mantenían ocultos del ogro que buscaba su carne.
Tiffauges vive la guerra en medio de un paraíso de carne fresca, en la napola. A cada suceso bélico eran requeridos a filas los profesores e incluso a los niños más crecidos. Cada vez la napola era más suya y él podía organizarla. Así diseñó un baño colectivo para todos los niños y niñas y él mismo con el fin de ahorrar energía. El médico también fue llamado a filas y Tiffauges ocupó su lugar. El paraíso le pertenecía. Un día, cuando recorría la comarca en busca de nuevos niños para la napola encontró un niño claramente judío, medio muerto. Lo recogió, al igual que hizo con el pichón negro. Lo llevó a la napola y lo escondió y alimentó. Cuando el niño se recuperó jugaba con él llevándolo a hombros. En uno de esos juegos fue sorprendido por el ataque a la napola. Un soldado le vio y el intentó asesinarle pero Efraim, el niño judío le ordenó que no lo hiciera. El Rey de Israel les ayudaría. Huyeron como Cristóbal, como Albuquerque. Él llevaba al niño en sus hombros mientras recordaba las palabras de Goethe: ¿Quién cabalga tan tarde en la noche y el viento? Es el padre con su hijo. El hombre estrecha en sus brazos al niño, Le da calor, lo protege. –Padre mío, padre mío, ¿es que no oyes lo que el Rey de los alisos me promete en voz baja? -¿Quieres, dulce muchachito, venir conmigo? También recuerda la escena de Cristóbal cuando transportaba al niño aquel sobre su espalda y se hundía y se hundía y casi se ahogaba… Y el premio: su vara florecida. Pero el final será distinto. Efraim pesa demasiado, o mejor los pecados del ogro son demasiado pesados y acaban por agotarlo y hundirlo en la ciénaga.