La gratitud (Dietrich von Hildebrand )

Una vez más von Hildebrand nos sorprende con una obra póstuma. La gratitud es una de esas obras que todo filósofo hubiera querido escribir. Von Hildebrand, con la misma sencillez y lucidez que le suele caracterizar, nos deleita ahora con un ensayo sobre un valor que se está perdiendo porque no nos hacemos cargo de lo que las cosas valen: la gratitud.

La obra se divide en dos partes: La gratitud hacia Dios y la gratitud hacia los demás. El autor resalta la idea de que sólo el que agradece es capaz de hacerse con la realidad de las cosas. Así pues, la persona no agradecida es menos realista, su razón duerme, está embotada. Por el contrario el alma agradecida, además de ser un alma bella, persigue el bien (el hecho del agradecer mismo es ya un acto bello y bueno), su razón está despierta y apta para realidad. "El que está lleno de gratitud hacia Dios, aquél cuya vida está impregnada de este gesto básico de agradecimiento, es también el único hombre verdaderamente despierto. Es lo contrario del embotado, del que permanece en aquella somnolencia que basta sólo para realizar la vida práctiva y el cumplimiento de las necesidades vitales. El agradecido es lo contrario de aquél que permanece en la periferia y todo le parece natural".(p. 18).
De este modo, ver la realidad de las cosas como regalo sólo puede mostrar el carácter de don de las cosas que sólo puede ver el humilde. Al ser consciente de que hemos recibido todo (la vida, la cultura, la libertad, y un largo etcétera) sólo nos cabe dar las gracias. Pero el dar las gracias exige una actividad, una actitud, es decir, que no todo es pasividad, receptividad, sino que la correspondencia del alma agradecida es ya un dar y no sólo un recibir. La cultura más propia, más rica es la cultura que más da. Sólo da el que tiene, y no solo el que tiene sino el que sabe aquello que tiene.

De esto no es consciente la cultura de la muerte, pues, ésta no da, quita y quita precisamente lo más valioso: la vida, y con ella la libertad. Pero la cultura de la muerte (la que defiende los disvalores como paradigmas del progreso: el aborto, la eutanasia, etc...) en ningún momento se la puede denominar cultura, pues es justamente lo contrario. Al ser lo esencia de la cultura el dar, el cultivar, la pregunta que no puede responder la cultura de la muerte es ésta: ¿Qué da, qué cultiva esa cultura? Lo que cultiva es el vacío de sentido. "¡Qué vacía es la vida de aquél que no entiende la plenitud y el valor de los regalos que recibe, ni reconoce que son regalos inmerecidos, ni que en ellos irradia la bondad, misericordia y caridad de Dios!" (p. 22).

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2000 Encuentro
51
84-7490-597-7
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