Lobo

Mikel Lejarza, Lobo, fue captado en 1974 por los servicios de inteligencia con una misión muy concreta: infiltrarse en Eta. Gracias a él se desmanteló en 1975 la cúpula de la organización etarra. Lobo, un espía vocacional, ya estaba quemado en el País Vasco y con el tiempo fue siendo abandonado por los distintos gobiernos, pero abrió sus intereses en otras direcciones, no siempre legales, pero en contacto con los servicios de inteligencia.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2003 Random House Mondadori
376
9788497930796

Subtítulo: Un topo en las entrañas de Eta

Contiene dos Anexos, sobre los servicios secretos de Carrero Blanco y el fin de Eta P-M, y un apéndice documental.

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No me gusta leer cosas sobre Eta, no me interesan; pero Lobo, de Manuel Cerdán y Antonio Rubio es un libro distinto. En primer lugar la vida de Mikel Lejarza, el espía infiltrado en Eta, evoluciona con la vida española; es más, diríamos que es un espejo de la misma. Inicia su actividad como espía y miembro del CESID para luchar contra Eta, pero después Lobo ha estado involucrado en la lucha mediática en Cataluña, al servicio del Grupo Godó, editor de La Vanguardia, y en la actualidad, según afirman los autores, se dedica a investigar sobre el tráfico internacional de drogas y el blanqueo de dinero. Esta variedad de intereses da amenidad al libro. Por otra parte los autores proporcionan una visión amplia de los hechos situándolos en su tiempo y en su contexto. Cerdán y Rubio saben mucho más de lo que cuentan y por eso el relato se enriquece con detalles sobre la historia de Eta, sobre la evolución de los servicios de información y, tangencialmente, sobre los gobiernos de nuestro país. El libro se lee con el interés de una novela más allá del interés que pueda suscitar la propia historia de Lobo; diríamos que él es sólo el hilo conductor. Por ello también resulta innecesario el raquítico apéndice documental con el que los autores tratan de apoyar el relato. Cerdán y Rubio cuentan con credibilidad por si mismos y por la lógica interna de la historia que cuentan; en consecuencia, resulta ocioso tratar de justificarse en base a dos o tres documentos desclasificados del CESID, de escaso o nulo interés. El libro proporciona una visión distinta de Eta, por ejemplo al hablar de su evolución o de los etarras acogidos a los distintos procesos de reinserción. También apunta las dos vías que pudo seguir el CESID desde su creación: ser un instrumento para la lucha contra-terrorista (la guerra sucia) o bien optar por constituir un verdadero servicio de inteligencia, y parece que se hizo la peor elección. También queda clara la necesidad de que este tipo de centros se sujeten siempre a la Ley a fin de evitar que, como ha ocurrido, personas que lucharon contra Eta se vieran luego implicadas en el 23-F; que dos de sus Directores hayan sido procesados por distintos motivos o, en resumen, que cambien los intereses pero no las mañas. Los autores no se plantean la responsabilidad de los medios de comunicación en sus informaciones sobre el terrorismo y la lucha antiterrorista, pero cuentan como, en 1975, la BBC informó de que existía un topo dentro de Eta. Esa información puso en peligro la vida de Lobo y el éxito de la operación antiterrorista. No se puede pedir que los servicios de inteligencia estén sujetos a la legalidad y que, sin embargo, los medios de comunicación se limiten a autorregularse. Lo que es válido para unos también es aplicable a los otros; pero los medios de comunicación se mueven dentro de un inmenso vacío legal. Aunque no venga a cuento es bueno decirlo.