Los vencejos

Toni, profesor de filosofía en un Instituto de Madrid, obedece al modelo del hombre actual: Cincuentón, divorciado por las malas, desengañado de su propio hijo, de su profesión y de la vida en general, ha tomado la decisión de suicidarse en el plazo de un año, "cuando vuelvan los vencejos" (golondrinas). Hasta entonces lleva una especia de diario en el que refleja lo que es y ha sido su vida.

La novela parece aceptar la realidad tal cual es. Sin posicionarse, adopta una pose de indiferencia pesimista.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2021 Tusquets Editores
698
978-84-9066-998-3
Valoración CDL
2
Valoración Socios
1.333332
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Género: 

Comentarios

Imagen de Cambalache

Totalmente fallido. Abandoné después de casi 300 páginas de "nada".

Imagen de JavierCanals

Antes de empezar a leer este libro, ambicioso por su extensión, leí algunas críticas y vi un vídeo con una entrevista al autor en ETB. Tengo que decir que, a toro pasado, la mayoría de las críticas me parecen poco acertadas. Diría que algunos de sus autores no han leído el libro. La entrevista sí que refleja al autor de esta obra. El argumento es bien sencillo: Toni, un profesor de filosofía de instituto de 54 años, decide quitarse la vida el 31 de julio del año siguiente. Como preparativo y quizá, como aliciente y confirmación de su intención, escribe un diario en el que va recogiendo algunos sucesos de ese periodo —los más relevantes pueden ser la muerte de su madre y su sobrina, y su reencuentro con una antigua novia— y añade consideraciones propias de otros, en parte las que ha ido coleccionando en una agenda.
La prosa es moderna, correcta y ágil, la duración de los capítulos-diarios acertada, y la narración coherente de comienzo a fin. Es un libro, por tanto, trabajado. Pero el personaje es sumamente antipático, misógino y, en líneas generales, poco atractivo. No creo que nadie quiera identificarse con él, y dudo que alguien así pueda existir de verdad. El método cumulativo, con unos 365 capítulos breves, va dejando borrones puntillistas que componen una imagen en sí coherente, pero irreal. Excesivo es el derroche de inhumanidad de Toni. Soy consciente de que, si Toni viviera de verdad y leyera estas líneas, respondería: ¿y a ti quién te manda leer lo que yo he escrito?.
Me manda el autor, que escribió un libro memorable sobre un fenómeno que ha marcado entre otros el Siglo XX en España, y que sigue dando coleadas. A diferencia de libros largos de otros autores que tampoco me han gustado, en este caso no he tenido la tentación de dejarlo, a pesar de algunos tramos sórdidos y en parte ridículos. A Aramburu le sobra oficio, y es de esperar que el libro tenga un cierto éxito.
Pero espero más bien que encuentre otro tema más real, más cercano a los lectores.

Imagen de enc

Pesimismo y modernidad son las características de esta novela. Más que novela nos encontramos ante un retrato cultural y moral de nuestra época, tópicos incluidos. Toni es un cincuentón divorciado, con un hijo problemático, desengañado de su profesión y agnóstico. Por no creer, no cree ni siquiera en la política que considera otra forma de religión (pág.129).

Una manifestación de la negatividad de la novela es la facilidad con la que su protagonista utiliza la palabra odio. Toni odia a su padre ya fallecido, a su madre que se encuentra en una residencia aquejada de alzheimer y a su hermano pequeño que, con su nacimiento, le había privado de la exclusividad de la que antes gozaba ante sus padres. Odia a su ex esposa que siempre le había humillado, a su hijo por la lata que da. Desprecia a sus suegros a los que llama el facha y la beata. Odia a la directora del centro escolar en el que imparte sus clases, aborrece la profesión que ha elegido por lo laboriosa que resulta, no cree en la filosofía y pasa de sus alumnos y de los padres de los alumnos. Toni solo tiene un amigo -Patachula-, una perra -Pepa- y una muñeca japonesa -Tina- fabricada con fines lúbricos.

El agnosticismo del protagonista nos golpea ya desde la primera página: "A mí me gustaría que Dios existiera para pedirle cuentas. Para decirle a la cara lo que es: un chapucero. Dios debe ser un viejo verde que se dedica a... La única disculpa de Dios es que no existe... Y aun así yo le niego la absolución" (págs.15 y 16). Trescientas páginas más tarde, cuando ya parecía que al autor se le había pasado el sofocón, vuelve a la carga esta vez como docente: "Queridos alumnos: Por la presente me complace comunicaros que no existe el más allá (...). No hay alma inmortal. No hay cielo ni infierno, no hay Dios ni palabra de Dios (págs.363 y 364). Son frases duras de leer para un creyente y aun para un no creyente respetuoso con la religión: la blasfemia como privilegio del escritor. La verdadera pregunta es si el pesimismo del que hace gala la novela, si el odio o la indiferencia no serán consecuencia precisamente del agnosticismo que exhibe su protagonista.

El suicidio sirve de hilo conductor en algunos trozos de la novela. Toni relee a autores que han tratado esa forma de ausentarse de la escena del mundo. Utliza el despego de los bienes materiales como forma de despedida y se va liberando por el procedimiento más rápido de los volúmenes de su biblioteca, de los muebles y utensilios de uso diario. Por último, aparecen en la novela unos misteriosos anónimos que alguien deposita en su buzón y no queda claro qué función desempeñan en el relato.

No cabe duda de que Aramburu domina la técnica de la novela. Los personajes son adecuados y creíbles. Cada uno de ellos parece guardar un simbolismo aunque sea tomado por los pelos. Si el abuelo fue falangista y el padre comunista, el nieto es un ocupa, Patachula es de Vox, Agueda de Podemos y la ex esposa lesbiana. En la primera parte de la novela el autor va desarrollando la historia de cada uno de ellos mediante anotaciones fragmentarias que mantienen la atención del lector. Es en lo que yo he llamado segunda parte -aproximadamente a partir de la página 350- cuando aparece un personaje nuevo y extraño -Aguedita- que va a facilitar el desenlace de la novela.

La lectura resulta agotadora. Dado el empeño del protagonista por escribir todos los días durante todo un año, la obra resulta excesivamente larga. No tiene interés, salvo por lo que tiene de pintura de la realidad que nos rodea, algo que no necesitamos que nos expliquen. Para mí es entrañable el barrio de Madrid en el que el autor sitúa su novela -el barrio de la Guindalera-, pero es un plus que se aplicará a muy pocos lectores.

Hay que reconocer que debajo del pesimismo que exibe Aramburu hay un fino sentido del humor, lo peor sería llegar a la conclusión de que una novela, tan negativa, refleja realmente el pensamiento del autor al que admirábamos desde Patria. Es más fácil que obedezca a mil historias escuchadas aquí y allá por el  mismo. Juan Ignacio Encabo.