Mejillones para cenar

"Poco después de las siete mamá dijo, espero que no le haya pasado nada a tu padre, y yo, por pura maldad, dije, y qué si le ha pasado algo, porque de pronto me di cuenta de que mi padre era un aguafiestas y de que nos estropearía el ambiente, y de pronto deseé que no regresara jamás. mi madre sonrió y dijo, bueno, ya veremos, y no dio la sensación de que le pareciera sorprendente o terrible que mi padre no llegara."

La familia espera el regreso del padre, que ha salido en viaje de negocios. A medida que las horas pasan y él no llega, se va organizando una "revuelta" que pondrá en cuestión todos los valores de la familia tradicional.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2009 Náufragos
106
9788424630751
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Imagen de Azafrán

La autora construye este relato como un largo monólogo con el que la hija -que acaba de llegar a la mayoría de edad- descubre la verdad sobre sí misma y las auténticas relaciones que sustentan su familia.

El personaje central, el padre, no tiene voz. Está ausente y la familia aprovecha esa ausencia para -libres de la presión a la que les somete- comenzar a sincerarse, a perdonarse y, espontáneamente, deciden apoyarse.

El lector sólo conoce la versión que la hija tiene de sí misma y que no es otra que la que el padre ha formado en su subconsciente mediante amenazas y golpes: mentirosa, huraña, trabajadora tan solo lo necesario pero insuficiente... La hija ofrece igualmente la opinión que tiene el padre de su hermano y de su madre, opiniones que aluden más a los defectos que a las virtudes. Por otro lado la madre va desgranando las situaciones vividas en su matrimonio, la relación con las abuelas y hechos de la infancia de sus hijos. Aunque es siempre la hija la que nos cuenta lo que su madre le va relatando o lo que ella ha conocido directamente.

Todas estas confidencias surgen mientras esperan la llegada del padre. Aguardan los tres sentados ante la mesa preparada para la cena con una fuente de cuatro quilos de mejillones -plato preferido del padre-. Parece que es la primera vez que se encuentran reunidos sin la figura opresora del padre que dicta lo que hay que hacer en cada momento, lo que hay que pensar o decir y cuyas iras intempestivas pueden surgir en cualquier momento y por cualquier motivo insignificante.

La hija transmite también la consideración profesional, el aprecio que su padre detenta en el trabajo. Y el buen concepto social que se tiene de su familia, un modelo ejemplar. De puertas a dentro es un suplicio y la hija huyse escapa al bar para fumar y "no hacer nada".

Con todas esas opiniones de los tres miembros de la familia, el lector tiene los datos necesarios para emitir un juicio sobre la personalidad del padre que más que autoritaria es abusiva e irrespetuosa.

La autora dosifica en un centenar de páginas la información y la gradúa hasta alcanzar el clímax en las dos últimas páginas en las que descubre el auténtico significado de los mejillones.

Cita a Christian Buddenbrook, personaje enfermizo que significa la decadencia familiar en la novela Los Buddenbrook, de Thomas Mann (1875-1955).

Igualmente alude a una frase del final de la novela de Fontane (1819-1898) “alguien que vive sin verdadero amor”, en Effi Briest, novela del realismo alemán sobre el adulterio.

La escritora deja el final abierto. Aunque después de considerar las dos citas literarias apuntadas anteriormente, resulta fácil pensar que la madre conocía el pensar y sentir de su esposo y que de resultas de ello, la desesperanza podría haber emponzoñado su corazón, como el del mito de Medea que termina envenenando a sus propios hijos.