Toda una vida

A principios del siglo XX, llega a una aldea perdida en los Alpes el pequeño Andreas Egger, tras ser abandonado por su madre con apenas cuatro años. El niño crece sometido al maltrato de su tío, y su horizonte se agota en la cadena de enormes montañas que rodean el valle. Así, entre esas cimas de nieves perpetuas, la vida de Andreas discurre entre la rudeza del entorno y una forzosa adaptación a los cambios que impone el progreso con la construcción del teleférico y la irrupción masiva de turistas. La guerra, el campo de prisioneros y la naturaleza salvaje de los Alpes van marcando su vida, una vida sin horizontes. La mayoría de los seres humanos apenas han dejado alguna huella en los anales de la Historia; pero hasta la persona más insignificante acumula en su existencia una suma casi infinita de vivencias estrictamente personales: generosidad y egoísmo, amor y muerte, son los pilares de este relato.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2017 Salamandra
144
978849838815

Traducción de Ana Guelbenzu

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Narración breve de la vida de un personaje que quedó huerfano de niño y es criado en los alpes austriacos, por unos parientes que nunca lo quisieron. Un protagonista sin mucha cultura, que no sale de su tierra salvo durante la II guerra mundial, lucha con los alemanes y está en un campo de concentración ruso, y con horizontes que no salen de sus montañanas pero estas le aportan todo lo que es. Bien escrito.

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Novela breve, dura y sin esperanza, en la que se narra la vida de Andreas Egger. Nacido a principios del siglo XX, de padre desconocido y huérfano de madre, es enviado a una aldea de los Alpes para que su tío se haga cargo de su crianza. Maltratado desde el principio por la familia, con continuas palizas que le dejan cojo para toda la vida, consigue desarrollar poco a poco una gran fuerza física que le permitirá independizarse y trabajar en los más duros oficios. A partir de aquí, el relato plantea “toda una vida” difícil e ingrata, en la que el protagonista conocerá el dolor, el amor y la muerte, tras continuas calamidades y sucesivas desgracias como su paso por la guerra, por un campo de prisioneros ruso, por un alud que arrasa su casa, etc. Así lo recuerda el narrador en las últimas páginas del libro: “Egger tenía setenta y nueve años. Había aguantado más de lo que creía posible… Había sobrevivido a su infancia, a la guerra y a un alud. Nunca había estado demasiado ajado para trabajar… Nunca se había visto en el apuro de creer en Dios y la muerte no le daba miedo” (pp. 132-133).
En definitiva, el autor plantea un relato de supervivencia física que descuida el plano espiritual. Andreas es un hombre simple, sin formación, que se deja llevar por sus impulsos básicos; falto de afectividad y de cariño desde la niñez, vive solo y aislado. A pesar de la grandeza del paisaje que le rodea, el protagonista no consigue trascender la existencia humana, tampoco encuentra a otros personajes que le ayuden en este aspecto, valga como ejemplo la siguiente cita de uno de los aldeanos: “La Dama Fría llega, toma lo que desea y se va. Punto. Te agarra al pasar, te lleva con ella y te mete en un agujero. Y en el último pedazo de cielo que ves antes de la última palada de tierra definitiva, aparece de nuevo y te sopla en la cara. Luego solo te queda la oscuridad. Y el frío” (p.13).
Aunque el autor presenta la vida de un hombre trabajador y valiente, llena de sufrimiento, falta la “mirada” maravillosa (y maravillada) ante la grandeza del paisaje alpino, la visión trascendente del hombre ante la inmensidad de las montañas que tanto pueden acercar a Dios. Tras la lectura del relato, queda un rastro de tristeza y desolación, dolor sin esperanza, porque no hay nada más allá de esta vida. En palabras de Peter Handke, “sin lo bello y lo justo, sin la contemplación, desaparece la humanidad, la salvación” (citado en “La montaña y el arte” de Eduardo Martínez de Pisón, p. 513).