Tres rosas amarillas

La década de los setenta representa un momento de crisis en la conciencia del pueblo americano. A pesar de la recuperación económica de los 80 comienza las diferencias entre los sectores económicos fuertes y los débiles se agudizan y en general la vida de los trabajadoras empeora notablemente. Raymond Carver fue uno de los primeros escritores norteamericanos que comprendió que el “sueño americano” solamente podría cumplirse en un sector muy limitado de la sociedad norteamericana.

R. Carver (1939-1988), cuentista y poeta, utiliza una técnica narrativa escueta y directa, carente de adornos estilísticos, minimalista (frases y párrafos cortos, pocos personajes, poca acción), de tono apagado y lineal (sin movimiento, intriga ni trama).

Una característica de sus relatos son los finales, o mejor dicho la ausencia de finales propiamente dichos. Las narraciones nos dejan pendientes, sin una terminación en el sentido estricto de la palabra, sin un desenlace claro. Más parecen fotogramas, sin el típico trinomio: planteamiento, nudo y desenlace.

Con esta técnica retrata una serie de anónimos perdedores en una sociedad que se ha olvidado de ellos: desempleados, alcohólicos, divorciados, seres solitarios a la deriva. Los personajes de Carver son individuos que miran la televisión, evitando mirarse a sí mismos, sombras cargadas de desesperanza, aislados, incapaces de comunicarse entre ellos. Se introduce en el interior de un hogar medio americano para tomar unas fotografías y contarnos sobre la marcha qué sentimientos dominan a sus habitantes, a los que no les ocurre nada especial. En ese ambiente Carver permanece imparcial, no tomar partido por nada, relata con la intención de producir emociones elaboradas por el propio lector.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2001 Anagrama
167

Forma parte de la antología Where I’m Calling From, Atlantic Monthly Press, N. Y: 1988.

Traducción de Jesús Zulaika

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Imagen de Artemi

Acabo de terminar el libro. Lo que más admiro en el americano es la capacidad de mostrarnos el vacío existencial de esas vidas llenas de desamor, ex mujeres, ginebras y seres solitarios. Pueden parecer cuentos trágicos (sin duda lo son) que nos proponen una concepción del hombre amarga y vacía. Creo que lo que Carver nos quiere decir es precisamente lo contrario, que el hombre no es como los personajes de sus cuentos, pero que si se despista puede acabar como ellos, pero en realidad estamos llamados para algo mucho más grande. Esto lo intuí cuando leía "Si me necesitas, llámame" (Anagrama, Barcelona 2004).
Es justo el título que algunos le otorgan, el “Chejov americano”. La estética del que algunos llaman "Realismo sucio" es muy similar en ambos autores. Hace poco leí "Sin trama y sin final: 99 consejos para escritores" (Alba editorial, Barcelona 2005) de Chejov, y lo podría haber escrito el propio Carver. Sin embargo adivino en el americano una trascendencia (por negación) que también descubre Javier Aranguren en un precioso capítulo de "Los paraísos encontrados" (Eiunsa, Madrid 2004).

Imagen de Azafrán

En
la edición de Anagrama figuran siete relatos de “intimidad” o de “confesión
psicológica”. El protagonista de todas ellas –el punto de vista que percibe el
lector es el interior del protagonista- se presenta como un hombre roto psicológicamente:
no consigue conciliar el sueño como tampoco ha conseguido conciliar la
evolución de su vida afectiva con el resto de su vida efectiva.

 

El
primer relato “Cajas” nos ofrece el primer motivo de rotura del hombre
interior: el afecto real por su madre. Siente la obligación de preocuparse por
su madre que vive sola y ya alcanza una edad avanzada. Pero su vida en pareja
–y no es su primera pareja- impide la convivencia próxima. Su madre intentó un
acercamiento y se traladó a su misma ciudad, pero
después de un año, no consiguió desembalar sus cosas –las cajas cerradas son el
símbolo de la imposibilidad de comunicarse con su hijo- y por fin decide
retornar a la ciudad desde la que había venido. El relato se refiere a la
víspera, a la despedida de la madre y termina con la conversación telefónica
entre madre e hijo. La confusión del hijo, que no ha sabido reaccionar como tal
y dar acogida a su madre, manifiesta la confusión en la que se encuentra al
dirigirse a su madre como lo hacía su padre cuando pretendía ser amable con
ella “sí, querida mía”. Situación claramente fuera de contexto y que demuestra
la rotura psicológica interior entre lo que se tiene conciencia de “deber” y lo
que “realmente se hace”.

 

“Quienquiera
que hubiera dormido en esta cama” trata el tema de la eutanasia. Si la muerte
es el sueño eterno el relato presenta a una pareja que dialoga durante toda la
noche porque no pueden conciliar el sueño: símbolo del ansia de vida. Los
motivos que les impiden conciliar el sueño son tanto externos como personales:
una llamada reiterada, a lo largo de la noche, 
del teléfono –una mujer que pregunta por un tal Bud,
desconocido para la pareja-, el desorden de la ropa de la cama, el humo del
tabaco, en fin, la propia conversación que gira hacia el tema de la salud y
después de la muerte. El periódico del día cuenta la noticia de que un hombre
entró en un hospital con una escopeta y obligó a las enfermeras a desconectar a
su padre moribundo. Sin embargo, el hombre, había oído otra versión: una
enfermera sufrió una especie de “borrachera de la muerte” y, después de
desconectar a su madre, desconectó a siete u ocho personas más. De los hechos
exteriores pasan a las intenciones personales y la mujer manifiesta su deseo de
que, llegado el caso, le gustaría que él tomase la decisión de desconectarla y
le pregunta sobre sus intenciones al respecto: “¿tú quieres que yo te
desconecte?”.

 

Así
transcurre toda la noche y llega el momento de levantarse para ir a trabajar.
Él hombre, agotado por una noche en vigilia, desenvuelve su trabajo mientras
piensa en las dos respuestas que no llegó a dar. De regreso a casa accede a la
petición de su mujer y le contesta que sí, que llegado el caso la desconectará,
pero que él personalmente quiere permanecer conectado hasta su fin natural.
Tras dar la respuesta, el hombre es consciente de que se ha producido una
ruptura interior: “lo que no quieras para ti no lo quieras para otro” y la
angustia se manifiesta en nerviosismo.

 

Vuelve
a insistir la mujer de la llamada telefónica preguntando por Bud. Entonces, su
mujer toma la decisión que él no ha sido capaz de tomar durante toda la noche y
desconecta la línea telefónica: símbolo 
de la desconexión de la vida.

 

“Intimidad”
presenta la escena del ex marido que aprovechando un viaje de negocios a otra
ciudad, visita a su ex mujer después de cuatro años. Llega a su casa a las
nueve de la mañana. Toda la rabia contenida, el dolor acumulado durante los
años de separación tienen lugar en ese momento. El lenguaje, que primero es
hiriente, evoluciona y se torna sarcástico. Mientras, la puerta de la calle
continúa abierta. El abandono en el que dejó a su mujer obliga al hombre a
ponerse de rodillas delante de ella. Ella le perdona, porque en el fondo ya no
está interesada en él. Lo único que desea es que se vaya definitivamente de su
vida. Está pendiente de la llegada de su esposo después del trabajo y desea que
se vaya. Por fin se va y cierra tras él, la puerta que ha permanecido abierta:
hay una luna espléndida. El ex esposo no puede alejarse porque hay hojas caídas
en la calle que se lo impiden.

 

“Menudo”
el título del tercer relato. Y yo añadiría “lío”. Menudo lío es en el que se
mete el protagonista de este relato. Un hombre casado que tiene llorando a su
mujer en la cama porque ha descubierto que le es infiel, aunque no sepa con
quién. Desde la ventana, este hombre “que no puede conciliar el sueño” ve la
luz de la casa de sus vecinos. El vecino se ha ido, no sin antes anunciar a la
mujer que debía abandonar la casa por infidelidad. Así, el protagonista del
relato no sólo ha hecho llorar a su esposa si no que ha destruido el matrimonio
de los vecinos.

 

En
la soledad de la noche, sin poder conciliar el sueño recuerda el dolor que le
causó su mujer actual, que también había abandonado a su primer marido, cuando
descubrió que ella le era infiel con otro desconocido. Pero aquello se superó.
Así mismo recuerda que él mismo abandonó a su primera esposa class=SpellE>Molly
, su amiga de la infancia y de la juventud. No sólo la
dejó, se fue de casa. Molly terminó en un psiquiátrico
y jamás acudió a visitarla ni le prestó ninguna ayuda. Y el recuerdo de este
abandono le llevó a otra omisión también dolorosa: su madre le había pedido una
radio pocos meses antes de morir. Él no atendió a ese ruego.

 

Ahora
desearía desandar todo lo andado y poder dormir. Tampoco puede concentrarse lo
suficiente para leer. Desearía que su vecino perdonase a su esposa y todo
regresase al punto de partida. Pero su vecino parece implacable.

 

Como
solución, cuando Molly estaba internada y sentía la obligación
de ir a visitarla,  se fue a casa de un
amigo y se emborrachó. Su amigo cocinaba para él un guiso denominado “menudo”
que nunca llegó a probar pues se quedó dormido y cuando despertó ya se había
terminado. Esta noche no: sólo leche caliente. Está amaneciendo y decide
ponerse a recoger las hojas de su jardín “como se debe hacer”. No sólo recoge
las de su jardín. También las del jardín de otra pareja vecina. Ve la escena en
la que la esposa fiel despide al esposo fiel que se va al trabajo “como debe
ser”.

 

“¿Quién
puede concentrarse en estos tiempos? –dice mientras
remueve el café-. ¿Quién lee? ¿Tú lees? –Niego con la cabeza-. Alguien leerá,
supongo. Ahí están todos esos libros en los escaparates de las librerías. Y ahí
tienes todos esos clubes. Alguien tiene que leer –dice-. ¿Quién? Yo no conozco
a nadie que lea.” Pág. 71

 

“El
alcohol era parte de mi destino, según Molly. class=SpellE>Molly
creía mucho en el destino.

 

Estoy
como desquiciado de no dormir. Daría cualquier cosa, casi cualquier cosa, por
poder conciliar el sueño, por dormir el sueño de los justos.

 

¿Por
qué necesitamos dormir? ¿y por qué dormimos menos en
unas crisis y más en otras?” págs. 73-74

 

“El
elefante” es el título del siguiente relato y un símbolo de la opresión a la
que se ve sometido el hombre de la sociedad de consumo, que debe ayudar a su
madre, a su hermano, a su ex mujer, a su hija –casada con un vago y con dos
niños- y a su hijo –nuevo yupi a costa de su
padre-.  El punto final del relato es el
momento en el que anima a su amigo George a pisar el
acelerador a tope, a una velocidad de vértigo.

 

“Caballos
en la niebla”  relata el abandono de una
esposa que ya no soporta más el aislamiento físico –viven en una cabaña de un
bosque- y la incomunicación con su esposo –recurre a enviarle notas por debajo
de la puerta y el esposo ni tan siquiera reconoce la letra de su esposa-. style='mso-spacerun:yes'> 

 

“Tres
rosas amarillas” este abandono es el abandono definitivo: la muerte del esposo,
que en este relato es Chejov. Narra los últimos momentos
la vida de este escritor y la no aceptación de su muerte bajo el símbolo de
tres rosas amarillas.

 

“Mucho
tiempo atrás llegó a familiarizarse con la muerte, en todas sus formas y
apariencias posibles. La  muerte, para
él, no encerraba ya sorpresas, ni soterrados secretos. Este era el hombre cuyos
servicios se requerían aquella mañana.

 

Él
maestro de pompas fúnebres coge el jarrón de las rosas.” Pág. 158

 

Se
recogen aquí, las tribulaciones de la América pobre, los problemas familiares y
matrimoniales, la soledad de seres anónimos que consumen existencias grises y
anodinas sobrellevando como mejor pueden una vida de perdedores. Pero en tres
rosas amarillas lleva su estilo y su fuerza narrativa hasta las últimas
consecuencias: una prosa límpida y transparente que bucea en el misterio de la
vida; procedimientos descriptivos ajenos a todo sentimentalismo y que plasman
profundas emociones humanas; un lenguaje preciso y escueto cuya llaneza de
lugar a atmósferas plenas de sentidos y contextos.

 

En resumen, la última obra maestra de un autor
que ha sido merecidamente llamado el “Chéjov
americano”.