Un millón de luces

En un edificio de oficinas situado en una zona de Madrid donde numerosos rascacielos de acero y cristal parecen estar iluminados por un millón de luces, la protagonista cuenta su experiencia laboral, desde que comienza a trabajar allí hasta que la empresa quiebra. La obra ofrece una ingeniosa visión crítica del panorama surrealista que presenta la estructura interna de algunas empresas. Su desarrollo evoca la figura de un laberinto cerrado sobre un microcosmos disparatado aunque rentable, al menos durante un tiempo.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2004 Alfaguara
304
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2
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2
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Comentarios

Imagen de acabrero

Algunas reseñas sobre esta novela advierten que el final no es bueno, no es creíble, que no está bien resuelto. A pesar de todo, el tema, por actual me parecía interesante y me he lanzado a leerlo. Pero no me ha durado más de unas 50 páginas. Esto lo advierto porque mi posible opinión es de sólo esas páginas. En ese corte periodo de narración aparecen tres o cuatro obscenidades, dos de ellas de un tono zafio de persona obsesionada con el tema. Quizá no haya nada más en el libro, pero a mí me basta. Seguimos en la linea de la mayoría de los novelistas contemporáneos: como no tienen demasiada calidad meten este tipo de descripciones, para que, a través de los bajos instintos la gente lea. Además he de decir que si el final es poco creíble -según algunos críticos- el principio también.

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El millón de luces que pone Clara Sánchez en la cubierta de su nueva novela a modo de título funciona, al igual que el millón de cadáveres del famoso poema de Dámaso Alonso, con un emblema del tiempo actual.

Tantas luces proporcionan una instantánea particular de esa ciudad moderna que ha generado un ámbito de relaciones laborales relativamente nuevo cuya observación y análisis compete a muchos especialistas, pero cuyo sentido último acaso sea capaz de explicar mejor que nadie el artista. A esta labor se aplica la escritora alcarreña mediante una fábula un poco extraña, como todas las suyas, mezcla de testimonio de actualidad y de realismo visionario.

El núcleo de Un millón de luces se sitúa en el mundo del trabajo; en concreto, en una empresa de servicios alojada en la Torre de Cristal, un prototípico edificio de oficinas del centro comercial urbano. El edificio mismo, su estratificación, las relaciones que impone entre los circunstanciales inquilinos, su cualidad de colmena representativa de la vida humana y también de periscopio desde el que otear la realidad en su conjunto, todo ello alcanza en la novela una importancia tan subida que llega a robar por completo el protagonismo a las personas.

Siendo la actividad laboral el objetivo al que apunta la autora, no lo aborda con ninguno de los planteamientos tradicionales de la literatura social, ni persigue las metas de ésta. Se limita a apuntar el tiburoneo en los negocios, el autoritarismo de los jefes, las frustraciones frecuentes y los inextricables caminos que atraviesan la existencia oculta de una empresa. Apuntes muy eficaces para definir con una dosis suficiente de verismo un tipo de realidad que remite a experiencias reconocibles al tiempo que se abre todo el rato hacia la fantasmagoría.

En ese marco realista e imaginario con ribetes kafkianos se sitúa la preocupación de la obra, las relaciones humanas. Reconocemos una novela psicologista que traza un puñado de caracteres fundamentales. Le gustan a la autora los extremos: el triunfador seguro de sí mismo y el pobre de espíritu que naufraga en su bondadosa insolvencia. Y en el medio van apareciendo las figuras que tiran hacia uno de estos lados y que presentan un catálogo de los comportamientos positivos o negativos de nuestra especie.

En este censo consta algún tipo detestable y alguno entrañable, porque la narradora que cuenta en primera persona no evita valoraciones morales, aunque sin abjurar del todo de una cierta tolerancia cervantina. La visión del mundo de la escritora no es amarga, sin ser complaciente.

Ésta es la clave de la escritura del presente libro y de todos los anteriores de Clara Sánchez. La narradora no hace otra cosa sino mirar y, en cierto sentido, escribir una novela de la mirada. Su prosa escueta, sencilla y expresiva funciona como apuntes objetivos de lo que ven unos ojos distanciados aunque no indiferentes. Con esta actitud, la autora nos ayuda a ver el mundo de manera diferente a como lo percibimos habitualmente. Esta perspectiva es la aportación original de Clara Sánchez a nuestra narrativa, y lo que hace que sus novelas resulten misteriosas, de una personalidad indudable aunque no muy espectacular.