La atención del amor

 

En su libro “Sobre Dios”, Byung-Chul Han nos habla de la importancia de la atención para poder amar de verdad a las personas que tenemos cerca. Citando a Simone Weil nos dice que “la atención es la mirada del alma”. Y estas palabras nos descubren toda una actitud posible, aunque bastante ausente de nuestro mundo moderno. En el día a día, al cruzar por la calle o con un vecino, al sentarnos en el bus que nos lleva al trabajo, al salir a dar un paseo, hay pocas miradas que manifiesten amabilidad, porque hay poca atención. Sobreabunda un cierto egoísmo que se potencia con la frecuencia de ir conectado al móvil.

“Solo es posible prestar atención plena al otro cuando el alma se encuentra vacía, una vez liberada de esa imaginación que aspira permanentemente a apropiarse del prójimo. La imaginación y el vacío son fuerzas antagónicas. El vacío es la posada que recibe al otro tal y como es, en su otredad y sin injerencia ni mezcla del yo: ‘Para ello es suficiente, pero indispensable, saber dirigirle al prójimo una cierta mirada. Esta mirada es, ante todo, atenta; una mirada en la que el alma se vacía de todo contenido propio para recibir al ser al que está mirando tal cual es, en toda su verdad. Solo es capaz de ello quien es capaz de atención’”1.

Dirigir al prójimo una cierta mirada. Una mirada que no aspira a apropiarse del prójimo. O sea, una mirada que es de interés por los demás, que manifiesta una cierta cercanía, que quiere dejar entrever que el amor es posible. “Saberla dirigir al prójimo…”. Y quizá podemos hacer una prueba, a ver si somos capaces de hacernos presentes entre los demás, porque saludamos con una mirada amable. Es indudable que es más fácil en un barrio en el que muchos se conocen, pero no es solo mirar a la persona conocida.

Lo que se percibe con frecuencia es frialdad. Voy a lo mío. Estoy en lo mío. Ya no digamos si el móvil está por medio, entonces esa persona está en otro mundo. Y en realidad a cualquiera nos gustaría que esas personas con quien nos cruzamos estuvieran en el mundo cercano de la calle, del barrio, de la gente normal que pasa y que, con no poca frecuencia, no es la primera ni la segunda vez que nos cruzamos.

En el fondo es: ¿voy a lo mío o pienso un poco en los demás? Claro, la cuestión es hasta qué punto soy consciente que esos demás son personas con alma, son hijos de Dios, son, por lo tanto, hermanos míos. Sí, todos. “La mirada atenta no es una mirada natural, si no una mirada sobrenatural. Trasciende la economía del poder. Se trata de una mirada amorosa, amigable. (…) La mirada atenta del otro, en tanto que mirada sobrenatural, es una mirada salvadora, que ni me juzga ni me condena. No señala la caída original, sino la gracia, que me redime y me eleva, en lugar de dejarme caer”2.

Una mirada sobrenatural. Parece que es ya pedir demasiado, pero es la gran diferencia. Cuando vemos otras cosas bonitas o simpáticas, vemos lo material; cuando vemos a una persona estamos ante alguien con alma espiritual, llamado a la eternidad de Dios.  Tanto si es un vecino bien conocido y amable como si es una mujer mugrienta y sucia, que no tiene donde meterse.

Ángel Cabrero Ugarte

  1. Byung-Chul Han, Sobre Dios, Paidós 2025, p. 25
  2. P. 27