La famosa obra del teólogo luterano de la Universidad de Tubinga, Eberhard Jüngel (1934-2021) acerca de si se puede hablar de Dios al mundo contemporáneo, sigue siendo objeto de estudio y de controversia entre teístas y ateístas. Se trata, en definitiva, de hablar de Dios para hacer más inteligible su existencia, su providencia, su amor a la obra de la creación, pero todo ello a un mundo intelectual racionalista, hegeliano y kantiano.
Es interesante, la referencia del profesor Jüngel, al comienzo de su tratado, a Karl Barth quien anima a entrar al estudio de Dios desde la experiencia de Dios: “experiencias vividas con Dios que, una vez vividas, exigen ser narradas y abrazadas como misterio público” (11). Es decir, “¿por qué existe Dios y no la nada?”.
Ya desde las primeras páginas adelantará que “El cristianismo debe comprenderse como una religión de la libertad, y la fe cristiana como una vida desde la experiencia de la libertad liberadora “(13). Por eso, añadirá: “la omnipotencia de Dios debe entenderse como el poder de su amor. Sólo el amor es omnipotente “(46).
Ante la pregunta ¿Dónde está Dios? Debemos reconocer que, como afirma el Cantar de los cantares, la búsqueda de Dios, su certidumbre, provoca el esconderse de Dios para que el amor sea más amado. A Dios no se llega por las matemáticas sino por la humildad: “La pregunta frenética de Nietzsche ¿Adonde se ha ido Dios?, supone que Dios no está ahí”: es la muerte de Dios (89).
Enseguida, recordara las diatribas entre Hegel y su discípulo Feuerbach cuando éste asentaba que “la época moderna fue la realización y humanización de Dios que se consuma como transformación y disolución de la teología en antropología” (147).
Es más, “El pensamiento tenía en Dios al garante no solo de la relación entre las cosas, sino también de la relación entre pensamiento y ser (…) Dios es el Uno, el único que unifica todo” (158).
Recordemos que “La decisión de índole histórico-espiritual adoptada en el pensamiento cartesiano reorganizó no solo la comprensión del mundo y la autocomprensión del hombre, sino también la comprensión humana de Dios” (165).
Indudablemente la humanidad de Cristo hace que podamos conectar con Dios: “El Dios humano en su divinidad es todo lo contrario de un ser que, celoso, se cierra al pensamiento y al conocimiento humanos. (…). El amor es esencialmente existir amando. Como amor Dios es pensable en el concepto de un ser desbordante que precisamente así se expone a la nada” (412). La conclusión parece obvia: “Dios es amor es verdad formulada. Para que no se coagule en fórmula debe ser vivida y también pensada. Pensar a Dios como amor es cometido de la teología” (431).
José Carlos Martín de la Hoz
Eberhard Jüngel, Dios como misterio del mundo, Sígueme, Salamanca 2025, 573 pp.