Al recorrer la «Vía de la Cruz» quedamos sobrecogidos por dos constataciones: la certeza del poder devastador del pecado y la certeza del poder sanador del amor de Dios. El poder devastador del pecado: la Biblia no se cansa de repetir que el mal es mal porque hace mal; los profetas denuncian el endurecimiento del corazón que causa una terrible ceguera y hace que ya no pueda percibir la gravedad del pecado.