La vida eterna

Crítica de la fe en Dios, de las religiones reveladas, especialmente de la fe católica. El autor empieza por desarrollar el ateismo y la tesis de la vida eterna como un producto humano causado por el miedo a la muerte. Rechaza la posibilidad de una moral objetiva por las posibilidades que ofrece a las iglesias de manipular las conciencias. Se remite a la razón y a la democracia como principios normativos éticos. Pondera la religión como un mito útil o un elemento de cohesión social. Una de sus tesis es que el cristianismo, al rechazar el politeismo, abrió la puerta a la crítica religiosa y consecuentemente al ateismo moderno. Critica la pretensión de las religiones de monopolizar la verdad e imponerla a los ciudadanos organizados democráticamente. Especula con la posibilidad de aceptar una religión mítica que, superando materialismo, no se imponga al individuo y resulte inofensiva. El libro incluye una selección de artículos del autor sobre el laicismo.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2007 Ariel
256
9788434453098
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Lo primero que hay que decir es que el libro no aporta nada nuevo, que es una síntesis de autores sobre el ateísmo y la religión, sobre los que el autor se muestra muy documentado. Es sólido al principio y se vuelve confuso hacia el final. Lo primero y casi lo único que no perdono a Savater es que se burle de la Metafísica. El autor utiliza esta palabra para significar creencia irrazonable y carente de fundamento. La realidad es que la Metafísica la desarrolló Aristóteles, cumbre de la filosofía griega, como continuación de la Física y en base a argumentos racionales y objetivos. Desarrollada por Santo Tomás, la Metafísica es el camino natural de la razón para llegar a Dios. Si la Metafísica no lleva al dios de las religiones, por lo menos nos acerca a la existencia de un universo ordenado según unas leyes perpetuas e inmutables: las formas que dan sentido a la materia. Savater se acerca a Rousseau al afirmar que la democracia es la única fuente de normas éticas que el hombre puede conocer y aceptar, aunque resulte contradictorio reconocer la existencia de unos derechos humanos y simultáneamente negar la existencia de una naturaleza humana y por consiguiente del Derecho Natural. Es totalitaria (e inconstitucional) la tesis del autor de que los padres no tienen el monopolio de la educación ética que deben recibir sus hijos; para él los padres educarían a sus hijos en los valores individuales y la sociedad -a través de la escuela- en los valores sociales. Simplemente tengo que decir que ójala fuera cierto. La escuela es un reflejo de la sociedad y nadie da lo que no tiene. El hombre contemporáneo ya está vacunado contra ciertas utopías de la razón. Primero fue la educación la que iba a hacer a los hombres justos y benéficos; la enseñanza (que no es educación) está razonablemente extendida en el mundo y no vemos que el mal haya desaparecido. Después iba a ser la Ciencia quien nos librase del dolor y la miseria; la ciencia ha conocido un desarrollo espectacular y la humanidad sigue padeciendo tanto o más que antes. Luego fue la justicia social quien, a través de una correcta distribución de los bienes, iba a instaurar nada menos que el estado del bienestar; pero no parece que hayamos alcanzado todavía el estado de felicidad permanente. Después de estos fracasos repetidos ¿cómo se puede ofrecer una nueva utopía consistente en un Estado laico y democrático a la vez? No pretendemos negar el valor que la enseñanza, la medicina, la ciencia o la democracia han tenido en los últimos siglos; pero afirmamos que la religión es compatible con el progreso humano y que las iglesias, a pesar de sus errores, han sido pioneras en todos esos ámbitos; por otra parte resulta una simplificación pensar que un solo factor, por excelente que sea, pueda instaurar la felicidad y el orden en la compleja sociedad humana. Savater, como tantos antes que él, niega la posibilidad de la Iglesia católica de evolucionar al mismo tiempo que la sociedad a la que pertenece y en la que se encarna; por otro lado incurre en abundantes ucronías al citar a la inquisición o las guerras de religión como si se hubieran producido ayer; cita la encíclica "Mirari vos" de Gregorio XVI, la cual al parecer rechazaba la proclamación de los derechos humanos hecha por la Revolución Francesa y omite la más reciente Doctrina Social de la Iglesia o la Constitución Dogmática "Gaudium el Spes", del Concilio Vaticano II, sobre la Iglesia en el mundo. Es mucho desequilibrio para considerarlo casual. Acabamos de salir del siglo XX en el que dos religiones ateas, el nazismo y el comunismo, han producido millones de muertos y una enormidad de dolor, ¿cómo se puede obviar esto para recordar la remota inquisición, las cruzadas, la toma de Granada o la expulsión de los judíos, acaecidas hace tantos siglos precisamente por una razón política: la unidad de España?. Por cierto que Savater, de haber vivido en aquellos tiempos, hubiera sido un provincial de dominicos o un canciller de Castilla; él se ve a sí mismo como Giordano Bruno, pero la realidad es que hoy es más fácil morir por motivos políticos que religiosos. El autor incurre en un "angelismo" al pensar que el hombre racional, no sujeto a la tutela de las religiones, sería justo y benéfico; entre estas religiones incluye a la religión de la tribu: el nacionalismo. Savater se ha dado de narices con la realidad vasca y no se puede hacer un canto a la razón cuando a uno le persiguen con una pistola con ánimo de utilizarla. Uno de los derechos humanos es el derecho a practicar la religión en público y en privado, y un corolario de éste principio es el respeto que deben merecernos todas las religiones. El autor descalifica repetidamente a la Iglesia católica. Me viene a la cabeza su expresión sobre "el polvoriento Vaticano". ¿Hay polvo en el Vaticano? Concluyamos preguntándons si es recomendable este libro y la respuesta es que sólamente puede servir para saber lo que se nos viene encima a los creyentes; por lo demás resulta más recomendable estudiar Metafísica y su derivado la Ética natural. Nada de lo que yo diga aquí justifica los errores cometidos por la Iglesia católica a lo largo de su historia; Juan Pablo II, al que Savater como es lógico critica, ya los reconoció y pidió perdón por ellos al finalizar el segundo milenio de la historia cristiana. Termino con una cita del autor que yo creo que clarifica la totalidad del libro: "Soy demasiado orgullosamente demócrata para apreciar a ningún Déspota Sobrenatural" (pag. 189). Nihil novum sub sole.