Confesión

«Mi vida es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado», escribía el autor de Guerra y paz en el cenit de su vida, cuando había alcanzado con sus libros riqueza y celebridad mundial. La desazón profunda que se apodera de Tolstói parece conducirlo inexorablemente hacia el suicidio. Comienza así una búsqueda existencial desesperada que pronto agotará las posibilidades ofrecidas por su siglo a los hombres de su condición-las ciencias, la filosofía, las artes-y culminará en una conversión espiritual que habría de transformar para siempre su vida y su pensamiento. La conversión del gran escritor ruso implica ante todo recusar la moralidad del desencanto y el cinismo estéril en la que él mismo ha militado, para abrirse a la sabiduría genuina de los hombres sencillos, esos «creadores de vida», en cuyos gestos y tradiciones «refulge lo sagrado». La Confesión de Tolstói, crónica apasionada y franca de una búsqueda vital de la verdad, se inscribe lo mismo en la tradición de las grandes conversiones religiosas que en la de las autobiografías intelectuales de esos espíritus libres que no se dejaron arredrar por las ortodoxias.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2008 Acantilado
146
978-84-96834-39-2
Valoración CDL
3
Valoración Socios
3.5
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Género: 
Libro del mes: 
Junio, 2008

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“Fui bautizado y educado en la fe cristiana ortodoxa”. Con estas palabras comienza León Tolstoi su confesión. Narra la evolución de su pensamiento religioso y la dura enfermedad intelectual que, durante años, le llevó a pensar en el suicidio. Nacido en 1828, huérfano desde la infancia, Tolstoi abandona la fe religiosa para adherirse a la fe en el progreso. La educación, los adelantos técnicos y científicos, el comercio y la apertura a nuevos países y culturas debían hacer a los hombres sabios y felices. Asistir a una ejecución pública en París le llevó a retractarse de estas creencias y comenzar su investigación personal. De joven había leído a Voltaire, Descartes y Kant, ahora se detiene en el budismo, la Biblia, Sócrates y Schopenhauer. Todos le llevan al convencimiento de que la existencia carece de sentido y que la muerte es preferible a la vida. En esta época Tolstoi había alcanzado fama como escritor, estaba casado y había heredado una propiedad de más de 9000 hectáreas que le rendía pingües beneficios. Ninguna de estas circunstancias logra librarle de la angustia. Pocos autores se han prestado a enfrentarse de manera tan decidida a la cuestión del sentido de la existencia. En Tolstoi encontramos una inteligencia poderosa, una expresión clara y una argumentación impecable, pero también orgullo y muchos condicionamientos de tipo intelectual. ¿Por qué no considerar la vida como un hecho, sin más? Si la vida carece de sentido ¿qué diremos de la muerte? Y en este caso ¿para qué adelantarla? El análisis que realiza sobre la inoperancia de la religión cuando no va acompañada de una conversión personal es inobjetable. “Como un muro a punto de derrumbarse”-escribe. También señala claramente que las ciencias experimentales yerran cuando tratan de dar respuestas fuera de su ámbito propio, por ejemplo sobre el sentido de la existencia. Concluye que sólo la religión es capaz de salvar la distancia existente entre lo finito del hombre y lo infinito del espíritu. Pero Tolstoi, por lo menos en este libro, no es un creyente sino un deísta. No llega a establecer la relación personal con Dios que implica la fe. Practica la ascesis, pero no comprende el sentido de la encarnación del Verbo, de la filiación divina o la alegría de sentirse salvado (en sentido contrario, cfr. Frossard en “Dios existe, yo me lo encontré”). La lectura de este libro puede resultar dura para el lector que carezca de formación teológica, el autor hace las preguntas pertinentes pero da muy pocas respuestas.

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En este relato autobiográfico el autor ruso nos muestra cual fue su atormentada vida en la búsqueda del sentido de su existencia. Es muy gráfica, y desde luego aplicable a la situación en que vivimos actualmente, la descripción del mundo intelectual de los escritores de su época, que no creen en nada ni tienen nada que proponer pero se creen con la obligación de enseñar a todos sus ingenuos lectores. Tolstoi lo define como una nueva religión en la que los sacerdotes eran todos esos hombres que se autodefinían como progresistas, pero sin tener ninguna propuesta concreta. Todo este mundillo hace que pierda totalmente su fe y que se pase muchos años en un constante sinsentido, con la tentación persistente del suicidio. Merece la pena leer detenidamente su proceso mental en ese tiempo, que le lleva finalmente, a través de la humillación de aprender de los humildes, a aceptar que sólo en Dios se puede encontrar el porqué de la vida.

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En Confesión, Tolstoi narra el camino de búsqueda de un sentido para su vida. Pierde la fe en su juventud, y a partir de ese momento comienza a preguntarse qué y porqué vive. Paso paso nos hace partícipe de sus inquietudes, a la vez que recorre con rigor un camino, el suyo particular, muy interesante hasta encontrar una respuesta a la pregunta planteada. La encuentra en la fe ortodoxa, aunque observa que también, en la práctica, la fe vivida por el pueblo y las autoridades de la Iglesia, incurren en contradicciones; contradicciones que le llevaron a abordar la tarea de estudiar y escribir un un tratado teológico.

Es de destacar el rigor y la seriedad con que Tolstoi va analizando las respuestas que las ciencias y la filosofía van dando a la pregunta primordial sobre el sentido de la vida, para concluir que sólo la religión da una solución satisfactoria.